Ilustración de una 'mala cosa' |
Por
la puerta de Todos los Santos entraba noviembre. Frío y a esas horas, raso y de
lucerío enjoyado.
En
la madrugada, más noche que día, el cementerio estaba cerrado y solitario,
cuando Isidro y el “Liberal” pasaron junto a sus rejas. Isidro miro de reojo y
se santiguó.
Los
de la “mala noche” seguían con el lúgubre tañido de la campana gorda. Desde
vísperas y durante toda la noche aquel triste campaneo encogía y recogía las
almas, y despertaba temores en los pensamientos infantiles.
Bien
sabía el abuelo Isidro, el del Toledillo, que no era día para salir al campo y
que de enterarse el cura, le caería una bronca como nube de avispas. Recordaba,
como en las escasas veces que pisaba la iglesia, siempre en la fiesta de la
Virgen, como el bueno de don Julián en sus sermones no paraba en barras. Sus
palabras apocalípticas lanzaban prohibiciones llenas de amenazas y castigos
divinos, para todos aquellos infelices que no respetasen los días señalados por
la Santa Madre Iglesia para ser guardados… y más que guardar, ¡es que eran
sagrados! Avisados quedaban los que desoyendo tales mandamientos y obligaciones
se atrevieran a salir a los campos: Torreños y torreñas, debían recogerse de
manera piadosa en sus casas, después de cumplir con sus deberes de honrados y
buenos cristianos, para seguidamente, lejos de afectadas alharacas, homenajear
junto a la familia reunida lo que señalaba y resaltaba el santoral del
almanaque.
“¡Qué
se va enterar don Julián!, sí no por bacineo de podrida baba. Que me diga el
párroco, a ver quién es el que viene a sarmentar y darle el punto a las
viñas…pues, como no venga yo… y a las fechas que estamos, … y las olivas sin
meterles mano… sí es que Isidro, los años son los años, y el cuerpo no está para
verbenas. Además la Isidríca se ha pasado toda la santa semana enjalbegando las
tumbas de los finados de las dos familias y quitando los polvazos a las cruces”
Ella cumplía y cumpliría por los dos. Así que cabales”.
Con
sus soliloquios, acompañados de medias sonrisas zorrunas, el abuelo Isidro
hacia camino en dirección al cerro “Los Gatos”. Allí tenía sus viñas, suerte
que le tocó de su abuelo Benito el Viejo. Uno de los vecinos linderos le había
hecho una oferta de compra por ellas… pero cá… sí en sus ringleros le salieron
sus primeros dientes ayudando a su padre…además, las tenía querencia…si
hombre…no ves que sí…. venderlas.
A
su vera, “Liberal” su muy estimado y querido burro, pardo-blanco-gris, con
grandes manchas negras. Cuando Isidro se ponía de uñas por la proverbial
tozudez del animal, una y otra vez le recordaba sus remiendos. Se retenía en
zaherirle con el calificativo de “hijo de siete padres” pero le soltaba lo más
fresco aquello…que era un mil leches.
Si
el abuelo ya no cumplía los setenta, el animal, en la cronología asnal,
emparejaba su edad con la del hombre. Y si el abuelo marchaba moroso y
encorvado, el burro parecía filosofar sobre la transcendencia en dar un nuevo
paso.
Los
dos sabían dónde iban, para que querer más. Llegarán al roal con el amanecío
dorando las casas de Almedina.
Marchaba
“Liberal” ligero de peso. Sobre la albarda los serones. En uno, los avíos de
podar, en el otro un par de tomates, unas “cubanas” y el cuerno con vino, que
le apañarían al abuelo las hambres hasta el regreso a la casa.
Isidro,
lleno de ternura, se remiraba al animal. Era de condición noble, mansón y
cariñoso. Salvo en aquella ocasión que, siendo burro mozo le soltó una mala coz
a un impertinente carlista que lo dejo escalabrao. A punto estuvo de ser fusilado
por sublevación. Aquella aventura sirvió para que el pueblo lo conociera por
“el burro liberal” y con “Liberal” se quedó. Obligado estuvo Isidro a mudarle
el primer nombre de “Manchao”.
El
abuelo Isidro inició conversación con “Liberal”, a la par que pasanteaba por el
solitario paisaje. “Liberal”, escuchar sí parecía escuchar, con sus tiesas
orejas, pero, hablar… el abuelo Isidro era de la opinión que el burro le
entendía mucho más que el montón de sus vecinos. De verdad del Señor que la
pareja hacía buenas gachas:
““Liberal”,
no quieras saber la colcha que te está haciendo la Isidrica para el san Antón
que viene. No habrá un animal más galán y dispuesto que tú. ¡Vaya!, si van a
rabiar todos cuando te vean en los cuartos el cubre lanero, que tiene más colores
que el arco iris. Todo un año ha estado la Isidrica, dale que te pego a la
lana. La que trajo de dote no era la mitad de hermosísma. Verás, verás… qué
colores: rojos que parecen sangres, verdes como viñas tejidas, amarillos como
rubialazos, negros como las almas condenadas. Ya ves, Liberal, con la fama que
tiene la Isidrica de despegá y arisca… y el desvivir que tiene en hacerte la
colcha. Y es que, como todos, tiene sus cosas, pero querer, nos quiere a las
dos con los hígados y según sus entendederas. Y nada del horcate de los
santones, hogaño con la pleita sobrada te he hecho unas ristras con cascabeles
y unas melenas llenas de cintícas de colores” “Liberal” venteaba alegre sus
orejas.
(Esta
mañana los caminos que cruzan nuestros campos están enfermos de soledades. Se
han desvanecido las animalias y con ellas la felicidad del paisaje y el verbo
del silencio. Antaño siempre marchaban, mulas, borricos, caballos… junto a los
hombres y bajo las claras de los días. Nuestra tierra, en su eterna melancolía,
en su mutismo infinito, empujaba al hombre junto a la bestia. En él tenía cabal
compañero para sus trabajos y complicidad para sus anhelos y fracasos. Y como
se ha escrito, los animales no hablaban, pero escuchar…. Que se lo pregunten a
los escasos hombres-memoria que sobreviven)
Asomaron
al roal, el abuelo Isidro liberó al burro del serón, albarda y apechusques de
su condición y sin trabarlo, lo dejo a su aire y holganza.
El
abuelo Isidro miró las largas líneas desnudas y suspiró resignado. Enganchó la
hoz de podar, se inclinó y antes de cortar el primer sarmiento…un inesperado
pelofrío agarrotó todo su cuerpo de malas maneras: sobre la vieja y disputada
oliva lindera había aparecido, cosa de brujería, un manchón, como un agujero,
mismamente un charco, que charqueaba en el aire en la luz mañanera… por él
empezó a salir una “mala cosa”, un sombrajo trabao, trabao, negro, negro…más
oscuro que el agujero que lo había parido. Aquella “mala cosa” cogió semejanza
y bulto de persona, pero sin relieve, una silueta, donde no se adivinaba rasgo
ni miembro alguno. El abuelo, espantado, tieso e inmóvil miraba aquella
espectral aparición. La visión flotaba junto al negro coladero del otro mundo.
Sintió
las agonías de su hora llega, cuando aquella estantigua se dirigió a él con voz
oscura. Fría y cortante como hielo de enero. Helada como la muerte: “Isidro, te
dejo un mandao del Más Allá y líbrate muy mucho de echarlo en el morral.
Atiende, deshonra de hijo, nieto descastado, padre desnaturalizado, hermanastro
más que hermano… escucha y atiende bien. En sus tumbas, tus padres, hermanos,
abuelos y los antiguos se rebullen molestos y coléricos. A la hora en que todos
los del pueblo empiezan a rendir son sus rezos y presentes tributo y recuerdo a
sus finados, tú, miserable, estás trabajando y violando un día santo. Vuelve,
regresa a escape, no sea demasiado tarde para ti, desgraciado, más que
desgraciado…y cumple con tus sagrados deberes como Dios quiere y manda. De lo
contrario pagarás con la condenación eterna tu sacrilegio. Los diablos ya hacen
juntas y celebran vísperas por tu alma sentenciada, y tu cuerpo mortal sufrirá
mil tormentos e incontables judiás”.
Dando
de mano tan agorero recado, lenta, muy lentamente, la “mala cosa” aquella, fue
chupada por la mancha flotante, desapareciendo ambas, en un pis pas en la
mañana.
El
abuelo Isidro no supo nunca cuánto tiempo estuvo sin cantearse, pero cuando lo
hizo, emprendió regreso al pueblo, sin hacer mención ni pensamiento de volver
la vista atrás. Se olvidó del “Liberal”, que en la distancia, seguía
parsimonioso sus pasos, ajeno al drama sobrenatural sucedido.
Contó
a Isidrica la aventura, que le recriminó el no haber hecho caso de las
advertencias de don Julián.
Desde
aquel día el bueno del abuelo Isidro y el “Liberal” nunca más salieron al campo
en día de guardar.
Fuente Carlos Villar
Esparza
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