lunes, 30 de octubre de 2017

MITOS Y SUPERSTICIONES RELACIONADOS CON LA MUERTE II

Procesión de muertos o Estantigua. M. Félix
Finaos, los Santos Finaos, Vinaos. “El día de los finaos, andan los aparecíos por los tejaos” reza el refrán manchego. Son espíritus de muertos que en la noche de San Juan y en la del día dos de noviembre gustan de visitar a sus familiares, unas veces con buen propósito y otras con intención de hacerles cumplir alguna promesa.
Carlos Villar Esparza recoge este mito en su libro Con Once Orejas y en sus artículos publicados en la Revista de Folclore nº 182 y nº 274: “son espíritus de los familiares fallecidos, viejos lémures, que salían la noche de los difuntos, en todos los pueblos del Campo de Montiel. Se les atinaba caminando por los tejados, calles desiertas y rincones a oscuras”.
En Villanueva de los Infantes creían que esa noche “Se aparecía una persona fallecida y reclamaba una promesa que tenían que cumplir”. Se recuerda que alguna de estas visiones se la vio “En la pila del agua bendita o diciendo misa”.
En Bolaños de Calatrava y otros pueblos de La Mancha estaba extendida la creencia que si había fallecido alguien, las campanas daban aviso de ello, en el pueblo no se debía cocinar ajillo o gachas porque el muerto acudía y removía con el dedo el guiso del caldero. Había que retirarlo rápidamente del fuego y dejarlo para otro día. Esta creencia se conserva aún en muchos hogares manchegos.
¿Quién no ha escuchado a sus mayores decir que la noche del uno al dos de noviembre había que quedarse en casa, pues esa noche, los difuntos andaban por tejados y calles arrastrando pesadas cadenas, buscando el hogar que tuvieron en vida para visitar a sus familiares?
Otros nombres utilizados en la provincia hacen referencia a los vinaos, muertos recientes, de Castellar de Santiago que tenían el poder de llamar a los vivos para llevárselos con ellos. Los encantados de la Cruz del Aravieja, de Albaladejo, son las apariciones fantasmales que las gentes confundían con las sombras de las ánimas benditas en pena, recordando y reclamando promesas y fidelidades no cumplidas a sus deudos. En Santa Cruz de los Cáñamos, “Uno que se murió en los trigales, parece que después se aparecía en el mismo sitio, y a esta visión la llamaron El Encanto o El Encontrao”.
A una calle de Bolaños de Calatrava se le llama coloquialmente “Calle de la Muerte”. Cuenta la tradición oral, que en los años veinte del siglo pasado hubo una epidemia de cólera en esta calle y murieron casi todos los vecinos contagiados unos por otros. Estos hechos, sumados a la existencia de la antigua ermita del Cristo del Calvario y que todos los difuntos eran conducidos por esa calle para llevarlos a enterrar, hizo posible que se ganara tan lúgubre apelativo entre los bolañegos.
La Pesadilla. Por ese nombre, evocador del peso que se siente al recibir la visita de un íncubo o súcubo que se aposenta sobre el pecho del durmiente, se la evoca en algunos pueblos manchegos con una oración a Santa Ana:
Señora Santa Ana,
de Cristo abuelita,
duérmeme en tus faldas
que soy chiquita.
Custodia mi sueño,
no dejes me aflija
ni mal, ni desvelo
ni la pesadilla.
Los Fuegos Fatuos. Entre la población rural se cree que los fuegos fatuos son espíritus malignos de muertos u otros seres sobrenaturales que intentan desviar a los viajeros de su camino mientras se alejan cada vez que alguien trata de acercarse a ellos. También se cree que son espíritus de niños sin bautizar o nacidos muertos, que revolotean entre el cielo y el infierno.
Algunas teorías ocultistas los relacionan con la Salamandra, un tipo de espíritu completamente independiente de los seres humanos, a diferencia de los fantasmas, que se supone que han sido humanos en algún momento anterior. También encajan en la descripción de ciertos tipos de duende, que pueden o no haber sido almas humanas.
En La Mancha, el Fuego Fatuo es un ser malvado, de naturaleza óptica, que habita en cementerios, pantanos y marismas. Su apariencia es la de una bola de luz con un débil brillo, por lo que pueden ser confundidos fácilmente con alguna fuente de iluminación. Los fuegos fatuos pueden cambiar su forma y color a voluntad. Son seres de ágil vuelo que pueden flotar, inmóviles, en la misma posición, el tiempo que necesiten. También pueden moverse tan rápidamente como un rayo de luz. Miden cerca de un metro y poseen una inteligencia excepcional. Rara vez luchan cuerpo a cuerpo ya que prefieren engañar a sus víctimas y atraerlas hacia su cubil. Si luchan cuerpo a cuerpo su luz se vuelve azul, verde o violeta. Usan una poderosa carga eléctrica para combatir a sus víctimas. Tienen un sistema de comunicación basado en la intensidad de la luz; emiten destellos de distinta intensidad tan sutiles que sólo pueden ser percibidos por otros fuegos fatuos. Para comunicarse con los demás seres vibran tan rápidamente que consiguen emitir sonidos fantasmales. Se alimentan de la energía que desprenden los cerebros de sus víctimas al verse presas de la muerte.
Los fuegos fatuos presentan bastante resistencia a la magia y sólo algunos conjuros consiguen afectarles.
Verónica. Muchos de vosotros recordareis el personaje de Candyman creado por el maestro del terror Clive Barker: “un fantasma con un gancho en su mano derecha que acude cuando se pronuncia por tres veces su nombre ante un espejo”.
Candyman es un personaje literario que se inspira en una leyenda urbana cuya protagonista es María Sangrienta, (Bloody Mary). Un personaje curioso al que las adolescentes estadounidenses suelen invocar durante sus fiestas vespertinas o slumber parties.
La tradición oral referente a Verónica, que hemos localizado viva en la provincia de Ciudad Real, es una leyenda urbana paralela a la de Bloody Mary, pero que parece haber surgido de modo completamente independiente.
Sobre la vida de Verónica hay dos variantes principales: unos defienden que se trata de una bruja que murió quemada hace varios siglos, mientras otros sostienen que Verónica fue una joven que murió trágicamente hace apenas un siglo mientras realizaba una sesión de espiritismo. Víctima de los espíritus malignos que había despertado, Verónica se clavó sus propias tijeras.
En conmemoración del lúgubre suceso, algunos adolescentes invocan a Verónica con el propósito de adivinar el futuro o que les suceda algo memorable. Se dice que si en la medianoche se repite su nombre tres veces ante un espejo, se la puede ver con las tijeras aún clavadas en la garganta.
R. González y J. Manuel Pérez, dos adolescentes de Puertollano, nos han dejado descrito, en su peculiar estilo, este ritual popular de regusto satánico: “Esta invocación es sumamente peligrosa. Hay dos tipos: el primero es mirarte delante de un espejo, con una tijera y una Biblia, a las doce de la noche o medianoche. Llamas doce veces a ella, y al cabo del tiempo te aparece una sombra. En ese momento, clavas las tijeras a la Biblia y esta empieza a sangrar; en este mismo instante, quitas las tijeras y abres la Biblia. Ésta tiene una brecha sangrienta en cada hoja, nada más que tienes que cerrarla y volverla a abrir y dejará de sangrar… La otra es muy peligrosa. Consiste en invocar a esta persona ya mencionada, pero esta vez con muchos amigos, doce tijeras encima de la mesa, dos espejos, uno delante del otro, y empezar a invocar. Tras esto, las tijeras empiezan a volar clavándose en los sitios donde alcance; lo mismo puede ser en una persona que en una pared, en una mesa u otra cosa. Lo peor de todo es que este espíritu te puede perseguir por el resto de tu vida, amargando tu vida al límite, teniendo mala suerte y puede llegar a matarte y convertirte en uno de sus siervos o en un espíritu errante”.
En Cuenca nos hablaron sobre la costumbre de hacer la Verónica, un tipo de adivinación en la que se juega con libros y tijeras. La práctica, rodeada siempre de rumores sobre sus peligrosas consecuencias, se mantiene viva en varios municipios urbanos de La Mancha, tal como nos describe M. Rodríguez: “Aquí los adolescentes suelen hacer sesiones de espiritismo metiendo una tijera entre las páginas del libro, mejor si es la Biblia. Luego lo atan con una cuerda de forma que éste queda colgando de las tijeras. Dos personas del grupo sujetan cada una de las partes de ésta, de forma que el libro quede colgando. Se invoca al espíritu, que siempre es el de Verónica y se hacen preguntas. Si el libro gira hacia un lado es que si, y si gira hacia el otro es que no, por tanto sólo se pueden hacer preguntas con estas respuestas”.
La versión manchega es que Verónica murió no hace mucho clavándose unas tijeras. Todavía se practica el rito y hay momentos en que es muy popular entre los adolescentes.

Fantasmas y aparecidos. M. Félix
LEYENDA “LAS MADERAS DE LOS MUERTOS”. La anciana torreña, mujer memoria, bajo los soportales de sus recuerdos salvados en el naufragio de los años remira al escuchante y cuenta:
“¡Chacho! … aquellos sí que eran temporales. No los de hogaño que apenas tienen una semana. Duraban cuarenta días, ¿cómo el Diluvio, no? Y más. Llovía y llovía, parecía no tener hartura. Veíamos caer las aguas de los amanecíos a los anochechíos.
En la noche las sentíamos tabarrear enguachando los corrales, correr ruidosas por las canales y torrentear por los escondidos albañales. Hoy apenas son nublejos bajeros que en tirándoles un par de covetes sueltan las aguas en tierras del vecino… los campos quedaban convertidos en tablazas anegás que daba dolor de corazón velos, y siempre, siempre, La Cerrá a su paso por el Pilar rompía saliéndose de madre. Las calles del pueblo, desiertas, encenagás, intransitables, parecían royos sin nombre que, en bajando por la calle l’Agua, la Oscura o la Empedrá alimentaban al royo del Cristo, taponando un día sí y otro también, el Puente de Julio.
Y para nubes, era yo muy mozica, la de la Maestra, y la jodía nubasca aquella perdicera que mató a millares de animales. No quedó una perdiz viva en toda la zona… el año del sucedío sufríamos uno de aquellos malísmos temporales, más peor que los pasados, por los muchos fríos negros y nieves, que padecimos. Los hombres se pasaron semanas entéricas, sin poder salir a hacer el jornal, junto a las lumbres, dándole al esparto, puliendo cuernos para saleros y vinos, haciendo pleita, y ronchando su estrellado nacimiento. Menguaban las alacenas, las bodegas… al contado las hambres, hijas de la Tía Miseria, llegarían a aporrear las portás. En lo oscuro de las noches, las mulas coceaban ruidosas reclamando su ración de paja, cada día más escasa.
Lo largo de los fríos y las continuas nevadas hizo que en algunos hogares empezara a faltar leña para las lumbres: gavillejas, algún haz de cardos borriqueros, quedaban en las más humildes del pueblo. Y ¡Bendito sea Dios! lo frías que son estas casas en llegando el invierno si no hay fuego que las caliente.
En su casa, la tía Benita, no por sabido, se encontró con la gavillera vacía. Y en la rinconá del corral, unos tronquejos, restos de cepas, que a poco quemar durarían unas cuantas horas. El Benito, el marido de la Benita, hacía dos días había salido, con los claros del día, junto a otros vecinos, a los Parapetos jienenses en busca de leña, que en las tierras de monterío del pueblo haberla si la había, pero los guardas no le quitaban el ojo, y la de comprar a precio del no poder.
Resignadas, la tía Benita y su hija moza, decidieron atalajar al Morito, el burro familiar, y salir, a pesar de lo que estaba cayendo, para Las Cabañas en busca de algunas ramas sin amo, troncos o cosa que ardiera y así evitar la muerte del fuego salvador, protector. En Las Cabañas por aquellos entonces, abundaba el roble, la encina y muchísmo chaparro.
Igualitas que tapadas y cubiertas dueñas encararon calle arriba para el Calvario, para coger después, derecheando, camino de Las Cabañas. Como si los nuberus, antaño señores de las nubes y tormentas, estuvieran de uñas y aguardando la presencia de las dos mujeres, la nevada cobro fuerza y los aires se encabronaron de mala manera. Más que caer, volaban alocadamente, grandes copos de nieve, como lunas llenas, que sin llegar a tocar las tierras las tolvaneras espiscaban violentamente. El paisaje era un inmenso y blanco sudario. El cielo de plomo glaciar. Incontables boyuscas gélidas, se colaban por la diminuta abertura de los mantos que cubrían las cabezas de las mujeres, cegándolas, obstaculizando su caminar por el casi desaparecido camino.
No hallaron ni un pequeño abrigo donde quebrar los vientos de fríos negros. A pesar de ello, la Benita, enclavijados los dientes, agarrada junto a su hija al ronzal del Morito, seguía, tenaz, adelante con las cabezas gachas enfrentándose al cierzazo.
La tía Benita, se animaba en silencio, ellas que había hecho frente, con mucha imprudencia y mayor enrrabiscamiento, a la carlistada de 1873, no se iba a achantar por el jodio temporal, por muy recio que este fuese. La Benita se equivocaba: el hombre propone y Dios dispone.
Los mordiscos de los fríos hicieron aparecer los primeros dolores. Los arañazos de los golpes de aire, levantado violentamente los mantos, herían sus rostros, los dientes empezaron a castañear y las manos perdían sensibilidad. A poco, las entendederas de la tía Benita le avisaron que pese a sus ganas, necesidad y cabezonería, nunca llegarían a Las Cabañas, y que en el caso de conseguirlo, la gran cantidad de nieve caída, les llegaba ya por la mediana del canillar, habría sepultado todo resto de ramerío.
Habían desaparecido de su vista y del paisaje: barbecheras, rastrojeras, viñas, rubiales… la tierra de labor era una interminable y difuminada inmensidad blanca, salpicada por fantasmales y solitarias encinas y por casi cubiertos olivas… y la tía Benita, sin saber a cuento de qué, entre claros brumosos y nostalgias, tanto blanquerío, le recordó las blancas y suaves sábanas, con olor a membrillo, del primerizo lecho nupcial: ¡Vaya ocurrencias que tienes Benita! Pensó.
Exhaustas, con los alientos acelerados y nerviosos, a la vera del carril que lleva al Cerro los Gatos dieron la vuelta y regresaron al pueblo. Arrecías, caladas hasta el alma, el retorno se convirtió en una penosa penitencia. Se asustaron de no llegar y empezaron a pedir la protección y el socorro de la Virgen de la Vega.
Arrastradas por la salvadora terquedad de Morito, querencioso del hogar, que dejó de ramalear y pasó a guiar a las mujeres, entraron en el pueblo. Pasaron por segunda vez junto al cementerio (hoy el terreno está ocupado por el Grupo Escolar). Vieron las viejas rejas de hierros oxidados abiertas, detalle desapercibido en su salida, y sin mención del Laureano, el camposantero. Curiosonas a pesar de las fatigas pasadas, tras santiguarse y rezar la obligada y pertinente oración cuando se pasa por estos lugares sagrados, como Dios quiere y manda, asomaron al interior sus cabezas. Al hacerlo, descubrieron jubilosas y emocionadas, que junto a la encalada pared medianera con el camino de Almedina, un montón de húmedos maderos bajo las ramas de una de las grandes higueras que había en el cementerio por esos días.
Gordos tablones, listones, restos de obra de carpintería… ¡Válgame Dios! Qué hermosura de tablazones. Se miraron cómplices, remiraron todos los apartados del lugar santo por si atinaban al Laureano o algún que otro visitador… y empezaron a cargar a escape aquel pequeño tesoro sobre los lomos del Morito. Con aprensión, evitaron ponerse bajo las hojas sin sombra de la higuera… sabían que es árbol maldito… que tenía malas influencias.
Llegaron al hogar, desfallecidas, mojadas como pollitos caídos en barreño, pero alegres como bragas de a peseta. Guardaron y amontonaron la leña en la cuadrilla del Morito. Respiraron tranquilas, sería suficiente hasta el regreso de Benito.
Al oríco de las renacidas ascuas y al pucherejo de aguas calientes, diéronse, madre e hija, fuertes masajes por el cuerpo desnudo con aceite crudo acompañados de uva de lagarto, no fuera el caso que los fríos hubieran parado las sangres. En el poyete, las ropas de las mujeres porfiaban en secarse.
Al tardear las seis, era noche caída y negra. Del exterior de la casa sólo se escuchaba el cansino y lúgubre, incansable, viento luvinero, que terqueaba por entrar por la gatera y los ventanucos de las cámaras. En la chimenea-cocinilla… se apagaba el último perro: Chacha veste por algunos sarmientos y unas tablejas, hay que ir aviando la cena (patatas fritas a lo pobre, unos huevos, felizmente los gallinos cumplían, y pringue que sería mojeteado con abundantes cachos de pan).
Regresó la hija del mandado con el mandil abolsado, lleno de tablería camposantera, que apoyó junto al chinero, bajo la lucecilla tímida y temblorosa de un pequeño candil.
La tía Benita añadió a la lumbre unos sarmientos para reavivarla. Prendieron con rapidez y un golpe de ardiente calor llegó a las dos mujeres. Era la hora llegada de echar a las llamas sarmenteras los primeros maderos. La tía Benita reunió las ascuas esturreadas y alargó la mano para coger la primera tabla… y antes que tuviera tiempo de hacerlo, pasmada, contempló como todas a una, empezaron a temblar violentamente. Pegó un salto y se desapartó pajiza. Su hija, mirona, del maravilloso suceso preguntó a su madre con la mirada y buscó protección junto a ella: serán las llamas que con su luz habrán hecho la impresión del bailoteo, y a mí se me ha parecido que se movían. Pensó la Benita.
Un mucho aprensiva, de nuevo acercase al montón de maderas para agarrar una, pero como en la ocasión anterior, un temblor entre aireado y compulsivo, acompañado de un sordo rumor, sacudió las maderas, propagándose a través de las paredes por toda la habitación. La mujer retrocedió asombrada y asustada. Un negro presentimiento, un miedo aterrador, empezaba a nacer en sus carnes y en sus pensamientos: ¡Chacha, prueba tú!
La hija de la Benita, con cara de resucitá, se acercó a paso corto y cauto y al amagar para coger el tablero, aquellas maderas reiniciaron su agorero tabletear, dándose una y otra vez contra la pared y entre ellos, produciendo tal ruido que paralizo la sangre a las mujeres.
Los años, la sabiduría empírica heredara de sus mayores, dieron la solución del enigma a la tía Benita. Vinieron a sus pensamientos los finaos del ajillo, los santos difuntos que se esconden en su día tras las puertas, de los que peregrinan por los tejados: Niña, ni mención de cogelos y menos quemalos.
Hay que devolverlos a su sitio, es madera que pertenece a los santos finaos, nos la reclaman y protestan por ello. No sé para qué comisión la quieren pero a su sobrenatural manera nos exigen su devolución… y ya estamos allí, no sea el caso que alguna mala cosa nos agarre.
Ayudadas por Morito se metieron en la desapacible noche y retornaron la carga a su lugar de origen que seguía permaneciendo desierto y con las rejas abiertas. Por la acción, involuntaria y por necesidad, y en desagravio rezaron devota y fuertemente durante largo tiempo.
A la vuelta, vieron con enorme alegría que el Benito había regresado con una buena carga de leña. Con ellas y si Dios así lo quería, aguantarían algún tiempo, y quién sabe, hasta qu’escampara el jodio temporal.
Se guardaron pero que muy mucho de contarle al marido y padre lo sucedido, la historia se mantuvo oculta en la familia de la tía Benita hasta hoy. Nunca se supo que uso tuvieron aquellas tablas y maderas misteriosas.

Marcel Félix de San Andrés Sánchez

sábado, 28 de octubre de 2017

MITOS Y SUPERSTICIONES RELACIONADAS CON LA MUERTE I

Ilustración fantasmas y aparecidos. Marcel Félix
Ahora que nos acercamos a la Fiesta de Halloween es importante poner en valor el rico folklore manchego relacionado con el mundo de ultratumba. Los personajes y leyendas son tan variados que nada tienen que envidiar a regiones españolas como Galicia o Asturias
En la tradición española, la muerte no es considerada el final sino el tránsito de una vida a otra, y este viaje siempre se nos anuncia. Unas veces es la propia muerte la que nos es comunicada, otras la de alguien próximo. Los avisos varían desde el canto de la lechuza o del búho, las campanas que suenan al mismo tiempo que el reloj, la exactitud al sacar el dinero para pagar, el aullido de los perros, un muerto cuyos ojos nos miran, un aparecido que nos entrega un cirio, un conocido al que vemos sin estar en el lugar, una voz que dice nuestro nombre, ver nuestro propio entierro o funeral... etc.
Quienes se ven a las puertas de la muerte se preparan para la migración y quienes aquí se quedan les equipan para el viaje y siguen ocupándose de ellos cuando ya se han ido. Los toques vespertinos de ánimas, las campanas petitorias, los osarios, la cercanía del cementerio a las iglesias hasta no hace mucho tiempo..., todo contribuía a hacer que la muerte fuera cercana y cotidiana, aunque no por ello menos temible.
En la preparación para el viaje se cree que hay que dejar solucionados todos los asuntos pendientes en este mundo y una vez iniciado el viaje, los familiares, amigos y vecinos tienen que prestar su apoyo por medio de misas y todo tipo de rezos. Si la muerte ha sido repentina hay que resolver cuanto de inacabado o mal hecho haya dejado el difunto. Se cree que los difuntos permanecen en un plano entre ambos mundos si algo no se ha hecho correctamente o queda pendiente, si han muerto de forma violenta, no han recibido sepultura, llevan como mortaja el hábito de un santo que le impide entrar en el infierno o aman demasiado a una persona para alejarse definitivamente de ella. A veces hay difuntos que no hacen el viaje porque otros difuntos los utilizan para enterarse de lo que les ocurre a los suyos.
También hay un contacto con las almas que ya han pasado al otro mundo, especialmente a través de pequeños servicios que éstas nos pueden prestar. Se halla muy extendida la creencia de que encomendándose a las ánimas benditas al acostarse harán que nos despertemos a la hora deseada. Así pues, no es de extrañar que esta cotidianeidad de la muerte haga que los difuntos tomen carta de naturaleza y su presencia entre los vivos sea una constante en nuestra cultura tradicional.
Desde los primeros tiempos del hombre en la Tierra, el respeto hacia la muerte llevó a nuestros antepasados a considerar que entrando en contacto con los restos de una persona fallecida se nos podían transmitir las habilidades que tuvo en vida. Esa es la razón de que perviviera hasta hace escaso tiempo la antropología ritual en muchos de nuestros pueblos. Hechiceros y curanderos empleaban restos de cadáveres para sus ungüentos y conjuros. Estos son algunos de los más conocidos:
– Antonio Baiot (procesado en 1744). Sepulturero de Campo de Criptana. Desenterraba los cadáveres y utilizaba muelas y calaveras completas en la elaboración de sus ungüentos.
– Juana Ruíz (procesada en 1541). Reconocida bruja daimieleña. Iba al cementerio a media noche, cubierta con una sábana blanca y se dedicaba a recoger huesos con los que hacía conjuros y ungüentos. Se la acusó de bailar desnuda para el diablo.
Hasta el siglo XVIII, era costumbre en algunos pueblos manchegos llevar a la casa del muerto a un niño enfermo para que cogiera la mano del difunto. Se creía que a medida que se iba corrompiendo el cadáver iba sanando el niño.
Estos son algunos de los topónimos relacionados con la muerte que hemos encontrado en La Mancha: solana de las Ánimas, loma de los Huesos y loma del Cementerio en Calzada de Calatrava; puerto de la Muerta en Viso del Marqués; cuesta de las Calaveras en Piedrabuena; la Sepultura y pozo de la Sepultura en Pedro Muñoz…
Veamos algunas de estas presencias que han pasado a formar parte de la mitología manchega.
Fantasmas y Aparecidos. El mundo de los fantasmas y aparecidos siempre ha estado muy presente en nuestra cultura. Nos resistimos a dejar marchar para siempre a nuestros difuntos. Las ánimas se ven y se sienten a nuestro alrededor, bien con la forma que tuvieron en vida, bien adoptando la de animales o elementos inanimados de la naturaleza, o como un aroma o una ráfaga de aire frío. Pedro Almodóvar recoge en varias de sus películas la cotidianidad de los aparecidos en Calzada de Calatrava y otros municipios cercanos.
Las apariciones de finaos a familiares es un mito tan arraigado en La Mancha que resulta imposible argumentar contra él. “En cada una de las familias de mi pueblo se contaban casos de muertos que se aparecían reclamando el cumplimiento de una promesa o la finalización de una tarea dejada a medias” (...) “Mi madre aseguraba que se le aparecía su abuelo y que le daba consejos para evitar el maltrato al que la sometía su madrastra”. Ambos testimonios corresponden a un informante de Villanueva de San Carlos.
Teodora F. recuerda que su madre se aparecía a sus hijos y jugaba con ellos: “Enriquito la perseguía con la bicicleta por el pasillo jugando al pilla-pilla… y Verónica hablaba con ella sentada en el sofá”. Teodora también recuerda que para acabar con las apariciones tuvo que ir andando desde Puertollano hasta El Villar y que en el camino nunca se sintió sola porque estuvo acompañada del espíritu de sus padres. Desde aquel día dejaron de aparecerse a los niños.
Ramona Sánchez afirma que “a mi prima Antonia, que vivía en Mestanza, se le aparecía un primo hermano para que pidiera a la familia que lo trasladaran a la tumba donde estaban sus padres porque en la suya se sentía muy solo”.
Pero no siempre se mostraban tan amables y a veces el “aparecido” empleaba la violencia contra la víctima o contra las cosas. A Francisca C. de Puertollano se le aparecía su abuelo y le daba fuertes pellizcos o le volcaba el cubo de fregar para obligarla a cumplir cierta promesa. También en Mestanza nos contaba Basilio Limón que “a su prima Luisa se le aparecía su abuela y le pegaba bofetadas y tirones del pelo para que cumpliera no sé qué promesa. Las apariciones cesaban una vez cumplida la promesa”.
Más trágico aun es lo que nos cuenta María del Carmen Usero: “La historia le ocurrió a mi madre y unas amigas cuando eran jóvenes, creo que fue en la aldea de Diógenes o Fontanosas donde fueron a vivir un tiempo mi madre y tías con mis abuelos, ya que mi abuelo tenia silicosis de la mina y le recomendaron aire puro, y qué mejor que el Valle de Alcudia para ello. Mi madre tenía una amiga que estaba casada y la madre de esta mujer murió en aquella época, el caso es que la chica siempre salía con moratones, mechones de pelo arrancados o heridas. Mi madre y sus amigas le preguntaban si la maltrataba su marido y ella decía que no, que era su madre fallecida que se le aparecía en casa y la atormentaba y agredía constantemente. Mi madre y sus amigas no se lo creían y les parecía más realista que le pegara el marido, y ella lo negaba. Para que se convencieran la chica les dijo un día que les dejaría la puerta entornada para que lo viesen ellas mismas, y asi fue..., pasaron un dia a ver si era real y tal como abrieron la puerta salieron corriendo despavoridas al ver una escena sobrecogedora, a la chica arrastrándose, tumbada boca arriba, todo el pasillo hacia la puerta de entrada a mucha velocidad, con la melena hacia arriba como si alguien la estuviera sujetando del pelo y arrastrándola, pero no había nadie haciéndolo... y la chica gritando de dolor y angustia. Se ve que era el espíritu de la madre que dejo algo pendiente antes de morir. La chica cumplió la promesa de su madre y se acabaron estos episodios”.
Torquemada, para distinguir entre fantasmas y apariciones o visiones, decía: “este nombre fantasma se deriva de fantasía, que es en el hombre una virtud... esta virtud obra de tal manera que hace en sí las cosas fingidas, imaginadas, como si las tuviese presentes, no siendo así la verdad. Decimos también que las cosas que vemos y se desaparecen luego son fantasmas, pareciéndonos que nos engañamos, y no las vimos, sino que se nos representaron en la fantasía... unas veces verdaderamente las vemos, y otras nos las pone la imaginación, o fantasía, de tal manera delante de los ojos que nos engañan, y no entendemos si es cosa que habemos visto, o imaginado solamente, y de aquí creo yo que vino llamar a unas visiones, que son las que realmente son vistas, y otras fantasmas, que son las fantaseadas o representadas en la fantasía”. Esta diferenciación, difícilmente podremos encontrarla en la cultura tradicional popular de la Península Ibérica, ya que la gente del pueblo utiliza estas denominaciones de forma pareja.
Los fantasmas y visiones suelen aparecerse por la noche, que es para los muertos, lo que se recuerda con frases como:
– Entre las doce y la una, anda la mala fortuna.
– De las nueve a las diez, deja la noche para quien es.
– Por no ver visiones, me acuesto a las oraciones.
– Andar de día, que la noche es mía.
– Allá va el diablo después del sol puesto.
La escritora Gloria Fuertes, en su poema ¿Quién llegó?, nos dejó estos versos: “Llegó tosiendo con asma. / ¿Quién llegó?/ El Fantasma”.
Hay muchas historias de fantasmas nocturnos en nuestros pueblos. Algunas siguen siendo consideradas como fenómenos paranormales, tal es el caso de lo que ocurre en la Casa de la Inquisición de Granátula, en la que se aparecen dos inquisidores a los huéspedes de este alojamiento rural, uno bueno que los arropa y otro malo que los incordia y asusta. En la misma casa aparece el fantasma de un niño que busca a sus padres, asesinados por la Inquisición. En la Casa de las Cadenas aparece el fantasma de su antiguo propietario, según la leyenda fue devorado por sus hijas a las que tenía encerradas en una cueva de la casa. En la Casa de las Tercias también se escuchan ruidos y se ven figuras espectrales. En el Palacio de los Torremejia se ven fantasmas de monjes y frailes. En un instituto de Puertollano se aparece el hijo del bedel, muerto de forma trágica. En Las Tiñosas es muy popular el fantasma que aparece en su “Fuente Agría”. Al parecer es una ciudadana de origen francés cuya tumba está cercana a la fuente. Iker Jiménez y su programa Cuarto Milenio se hicieron eco de este mito.
Sin embargo, otras leyendas tienen como protagonistas a personas vivas que, por alguna razón, han intentado hacerse pasar por aparecidos, o bien han sido confundidos con éstos a causa del miedo. He aquí algunos casos: en Fuencaliente y Alcázar de San Juan es el hijo del Corregidor quien se hace pasar por fantasma y muere a manos de su propio padre; en Valdepeñas eran los maridos quienes se hacían pasar por fantasmas para visitar burdeles y amantes, también sus mujeres se disfrazaban de fantasmas para seguirlos. En este municipio, un encuentro entre dos fantasmas ficticios terminó en tragedia.
En cuanto a leyendas con fantasmas como protagonistas también tenemos un amplio repertorio. A modo de listado improvisado podemos recordar los siguientes: el Fantasma de San Pedro (Ciudad Real), la Monja de Alcázar (Alcázar de San Juan), el Espíritu del Calatravo (Villarrubia de los Ojos), los Cuatro en Palacio y la Maldición de Doña Justa (Guadalmez), el Espíritu del Cura (Horcajo de los Montes), el Fantasma de Nuño Fuentes (Castillo-Convento de Calatrava la Nueva).
Carlos Villar Esparza aporta interesantes testimonios sobre fantasmas en su libro Con Once Orejas: en Villanueva de los Infantes “vestido de blanco, sólo se apreciaba largo manto, ojos y los brazos abiertos”, “Era un hombre que por las noches, para ir a visitar a alguna mujer que deseaba, se ponía una sábana por los pies y otra por la cabeza”. En Torre de Juan Abad e Hinojosas de Calatrava se recoge que: “en llegando la Cuaresma, ya casi agonizando el mes de febrero, empezaban a salir las ‘pantasmas’, casi siempre por promesas a las ánimas, que se cumplían siempre de una forma totalmente anónima”. Todos los Viernes de Cuaresma aparecían las ‘pantasmas’. Iba vestida de negro con una especie de túnica o sayal que le llegaba hasta los pies. Y para agrandar su estatura y darle a su figura un aspecto entre insólito y terrorífico, sobre sus hombros y cintura llevaba atado con lo que fuera, cuerdas o correa, un armazón de listones de madera y varillas de hierro, todo ello cubierto con sábanas blancas y una cruz pintada en ellas… el aspecto era aterrador”. Es evidente que se trata, en este caso, de un ritual expiatorio.
Se sospechaba de las “pantasmas” de Albaladejo que “eran los lacayos enfantasmados de amos de casas de posibles, que despejaban los caminos asustando a los vecinos, para que ellos pudieran consumar sus amoríos encubiertos”. En muchos de nuestros pueblos se tenía la creencia que quien ejercía de fantasma, normalmente un varón, y no cumplía la totalidad de la promesa sería visitado por las ánimas enfurecidas para atormentarlo con toda clase de experiencias paranormales.
– Leyenda de Torrovilla (Almagro-Bolaños de Calatrava). En Torrovilla hay un camino de época romana que comunica con la sierra del Pardillo. En este camino se dice que se han visto extraños monjes. Por este motivo es conocido con el nombre del Carril del Fraile. Este camino finaliza en el sendero Flor de Rivera y se dice que, antes de enlazar con dicho sendero, existía un monasterio en ruinas, el convento Jesuita del Pardillo. A esta leyenda se le ha atribuido carácter legendario aunque, en realidad, es un hecho verídico pues es cierto que existió el citado monasterio, solo que, con el paso del tiempo, la tradición popular la ha convertido en una historia fantástica.
– El Espíritu del Cura (Horcajo de los Montes). A principios del siglo pasado, en una casa de las más viejas de Horcajo vivió un canónigo (cura). Ya era el hombre muy viejo y murió en su cama. Pasaron muchos años hasta que vivió otra familia en ella. La casa conservaba algunos muebles y objetos, entre ellos un cuadro que representaba un paisaje de una ciudad donde destacaba la torre de la iglesia, y un reloj. Los nuevos inquilinos contaban que cuando el reloj daba las doce de la  noche, se oían ruidos en la cámara, y que era el alma del cura que andaba en la casa después de tantos años.
Procesiones de Muertos. Si en nuestras tradiciones hay numerosos relatos de apariciones y de fantasmas, aún son más en las que éstos forman sombríos cortejos. Según Aurelio de Llano, “la Mala Güeste” fue desde tiempos remotos una creencia común en toda España y definía a un ejército o procesión de demonios. Más tarde pasó a significar procesión de almas en pena.
Por su parte, Lisón Tolosana describe así el origen y la evolución de estos desfiles: “Comienza entre los germanos, en el siglo X, con Tîwaz primero y Wotan después. Éste, dios de los muertos, les dirige hacia el otro mundo en un viaje nocturno, menester en el que será sustituido por Odín, que acabará por protagonizar la cacería salvaje. Cristianizado, se le convertirá en el diablo, que guía las almas al infierno. Después se añadirá Diana, que es la encargada de dirigir a las brujas y a otras mujeres engañadas por el demonio”.
En el siglo XIII, Gonzalo de Berceo utiliza el término Guest Antigua, empleado también por el autor del Poema de Fernán González y será a principios del siglo XVI cuando se utilice la palabra Estantigua. Desde que a mediados del siglo XIII comienza a tomar cuerpo al concepto de Purgatorio, han sido varias las denominaciones utilizadas para las procesiones de ánimas, muchas de ellas subsisten aún hoy en día, pero no todas tienen el mismo significado. Así, tanto la Estantigua como la Estadea se refieren a una procesión de muertos de carácter violento, que portan cirios y flotan sobre el suelo, que se llevan a cuantos encuentran en su camino y los depositan magullados y con las ropas destrozadas a gran distancia. Dice Lisón que “la Estantigua venía a atemorizar... venían en grupo... tocando con una campanilla... Las personas al verla se apartaban y cuando a uno no le daba tiempo, lo arrastraban y lo llevaban por encima de árboles y por los montes. Le temían mucho a eso... La Estantigua anda a trastazos con los que encuentra en su camino”.
Güéstiga, Buena gente, Ronda, Recua... Son otros de los nombres con los que se conocen estas procesiones en toda España. Si alguien se encuentra con ellas tiene que tirarse al suelo formando una cruz con el cuerpo, no coger el cirio que le dan, hacer un círculo y meterse en su interior... Y, sobre todo, no mirarles pasar. En caso contrario pueden llevarte con ellas o golpearte al pasar a tu lado mientras exclaman “andad de día, que la noche es mía”. Y si alguien ha cogido la vela o el cirio, es posible que al día siguiente advierta con espanto que lo que le habían dado era un hueso o el brazo de un muerto.
En Torre de Juan Abad, de la noche de difuntos, algunos cuentan que al pasar por el cementerio vieron estantiguas agarradas a las rejas de las puertas, increpando a todos aquellos que pasaban de la obligación de cumplir las promesas y el respeto que debían a sus fallecidos. Incluso alguno de los finados se llegaba hasta las casas y se escondía detrás de las puertas. Así lo contaban las abuelas a sus nietos junto al fuego comiendo los dulces tostones y las castañas asadas.

Marcel Félix de San Andrés Sánchez

El Molino del diablo

Más de un siglo hace que las aguas del río Guadalmez ya no mueven las piedras del viejo molino, y ese mismo silencio ha desterrado de l...