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Numerosos pueblos relacionan al sapo con la lluvia |
Para muchos pueblos el sapo sólo sirve
para causar maleficio, sin embargo para otros es de origen divino y, como tal,
ayuda y protege a los que creen en su poder benéfico. Pero lo singular es que
los mismos que lo maltratan e infaman por un lado, por el otro lo veneran como
un numen tutelar.
Entre los mapuches existe la creencia
de que los sapos conservan el agua de las vertientes y los manantiales. Los
antiguos araucanos tenían entre sus deidades a Ngenko, una especie de batracio
al que reverenciaban como guardián de sus bebederos y anunciador de lluvias.
Dentro del folklore araucano el sapo sigue siendo el símbolo del agua y su
canto es un anuncio de lluvia. Ambrosetti recoge prácticas supersticiosas como
la de arrojar sapos vivos al interior de las balsas para que conserven el agua,
por ser ellos los que cavan las vertientes. En San Luis, para que llueva,
cuelgan, por la pata, de un árbol o de un palo un sapo vivo, y en Entre Ríos,
sobre una cruz de ceniza hecha en el suelo, lo estaquean con la barriga hacia
arriba, clavándolo con espinas de naranjos, pues conocida es la creencia
general que predice lluvias cuando los sapos gritan pidiéndola.
Diversas prácticas supersticiosas, de
carácter mágico, siguen vinculando al sapo con la lluvia. La asociación íntima
de los sapos con el agua le ha valido una gran reputación de custodios de la
lluvia, e intervienen de forma muy importante en los encantamientos destinados
a conseguir agua del cielo. Cuenta Frazer que algunos de los indios del Orinoco
consideraban al sapo como dios o señor de las aguas y por esta razón temían
matar a este anfibio. Cuando en Calchaquí se prolonga la sequía se remueven las
piedras contiguas a las vertientes y manantiales y cuando se encuentra un sapo
debajo de ellas se toma el animal y, atado con una cuerda a una pata, se le
cuelga de la rama de un árbol, para que perezca porque no quiso o no supo
llamar a las nubes. Otras veces se le clava una estaca en el vientre abultado,
a fin de que lo abrase el sol, castigándole con una rama de ortiga para que se
produzca el cambio meteorológico. Entonces el fetiche crucificado y castigado
implora el auxilio de las nubes, produciéndose la lluvia, con lo que se obtiene
su liberación. Estas macabras costumbres en que se mortifica y se flagela al sapo
para que le brinde protección son consecuencia del miedo que inspira todo ser
divinizado.
En Toscana (Italia) se considera un
sacrilegio matar a los sapos. Una canción de esta región habla de la
transformación de una bella doncella en un sapo; la madre sapo habla a su hija
para consolarla animándola con la esperanza de casarse pronto con un príncipe:
¡Desdichado
sapo! / El príncipe que te ama poco, / si no te ama, te amará, / cuando tú seas
su esposa. El
príncipe se casa con el sapo, que se transforma en una hermosa doncella. Con
respecto a las supersticiones actuales, en Sicilia es interesante resaltar la
creencia de que los sapos dan buena suerte. Aquel que no sea una persona
afortunada en la vida debe conseguir un sapo y alimentarlo en su casa con pan y
vino, un alimento consagrado. Se los considera duendes o hadas poderosas que
han caído en alguna clase de maldición, y por lo tanto no pueden ser matados ni
molestados, porque cuando se los ofende podrían venir por la noche y escupir
sobre los ojos del ofensor, que nunca sanará aunque se encomiende a Santa
Lucía. De ahí que el poeta Meli en su obra Fata Galanti aconseje a los
campesinos no matar a los sapos. En recompensa por haberle salvado la vida, el
sapo se le aparecerá poco después en forma de una bellísima mujer y le ayudará
todos los días de su vida. En el Piamonte un cuento popular narra la historia
en la que un sapo es la forma diabólica asumida por un hermoso joven; en
Aldrovando se menciona varias veces el hecho de que las mujeres dieran a luz
sapos.
Está muy extendida la creencia de que
los humores que expulsan los sapos de su parte trasera cuando se les provoca
son fatales y que no sólo puede envenenar a los hombres sino a las plantas
sobre las que pasan. Se recomienda llevar puestos debajo de las axilas sapos
disecados como amuletos para prevenir las plagas y el veneno. Lo curioso es que
el sapo busca cobijo bajo la sombra de plantas que puedan prodigarle reparo a
la vez que humedad, como la cicuta y la salvia, plantas que suelen ser, la
primera venenosa y la segunda que, usada en exceso, puede resultar tóxica. Con
estos antecedentes se ha ido forjando la leyenda de que envenenan todo lo que
tocan.
En Minho y Douro Litoral (Portugal)
pervive la añeja tradición según la cual si encontramos un sapo y nos mira,
como su mirada es maligna, debe escupirse tres veces, repitiendo otras tantas,
para que no nos nazcan sapinos en la boca o nos sobrevenga algún otro daño: Santos en mí / quebrantos en ti; / Todo mi
mal / vuelva para ti.
Pero las creencias y supersticiones no
terminan aquí, pues para muchos pueblos la presencia del sapo es anuncio de
muerte. En el NO de Siberia, los nikhs de Sakhalin hacían imágenes de sapos con
capullos en cada extremidad, para usarlos durante las fiestas conmemorativas de
difuntos. En la Lituania del siglo XIX, las lápidas de madera se construían con
forma de sapo, con un lirio sustituyendo a su cabeza. El sapo era un animal
sagrado para Pagana, la diosa lituana de la muerte y la regeneración, siendo
también su principal Epifanía. Ya en el siglo pasado, todavía se creía que si no
se le trataba correctamente podía ser tan peligroso como la propia diosa. Si
alguien le escupía y él podía recoger la saliva, el ofensor moriría con toda
seguridad; si se le fustigaba, podía inflarse hasta estallar, liberando un
veneno mortal; sólo con que dicho veneno tocase una parte desnuda del cuerpo,
era suficiente para producir el envenenamiento y la formación de pústulas que
empeorarían haciendo que la piel se desgarrase.
¡Cuidado con matar a un sapo con las
manos desnudas! Tu cara se manchará y se pondrá áspera y verrugosa, a semejanza
de su piel. Como mensajero de muerte, el sapo puede saltar hasta el pecho de
una persona dormida y absorber el hálito de su cuerpo, causándole una muerte
segura. En la actualidad, existe aún una creencia popular en Estados Unidos
según la cual los sapos pueden ocasionar la aparición de verrugas.
En la superstición popular alemana el
sapo pasa por ser un animal que alberga en sí las almas de los difuntos, aun
cuando se halle muerto o disecado. Se cree también que el sapo es capaz de
procrear un niño monstruosamente degenerado o provocar un aborto, debido a que
se introduce en la matriz de la embarazada y perjudica al feto. En una iglesia
de Baviera fue hallada una tablilla votiva, fechada en 1811, en la que aparece
un sapo con una vulva humana en el dorso y en numerosas iglesias alemanas,
hasta el siglo XX, las mujeres que padecían enfermedades ginecológicas ofrecían
imágenes de sapos a la Virgen María. Antiguamente se afirmaba que la vagina de
la mujer tenía la forma de un sapo vuelto como un guante y, tanto Hipócrates
como Platón, describieron el útero como un animal capaz de moverse por el abdomen
en todas las direcciones. Pero esta creencia está ligada inconscientemente al
hecho de que el sexo de la mujer era considerado como la entrada del infierno,
semejante a un sapo que se hincha y aspira la semilla del hombre.
Entre los guaraníes encontrar un sapo
en una embarcación era señal de que alguno de los que iban en ella había de
morir pronto. Entre los quechuas era un animal de mal agüero y, si el indio lo encontraba
en su camino, estaba seguro de que aquel día le ocurriría algún desastre.
Por el contrario, el sapo desempeña un
papel importante, ya como remedio, ya como elemento de superstición, y es muy utilizado
por los gauchos, que hacen de él un animal sagrado. Su acción terapéutica no
queda limitada al hombre, sino que se hace extensiva a otros animales. Colocado
sobre una herida, puede curarla y, hasta hace poco tiempo, en la zona alpina de
Baviera se creía que estas criaturas tenían especiales propiedades curativas si
se les daba muerte durante los días dedicados a la Virgen María, es decir, el
15 de agosto y el 8 de septiembre. Se los clavaba en las puertas de casas y
establos para proteger animales y humanos de las enfermedades y la muerte;
matándolos cualquier otro día, eran mortíferos. Puesto que el sapo está dotado
de los poderes de la diosa de la muerte y la regeneración, sus funciones
consistían tanto en ocasionar la muerte como restablecer la vida.
En las civilizaciones de los Balcanes
centrales y orientales se encuentra un híbrido de mujer y sapo esculpido en
piedra verde o mármol que representa a una diosa como donante de vida. El
misterioso poder sobre procesos vitales que tiene el sapo es recurrente en las
conciencias de los pueblos europeos incluso mucho después de la transformación
de la vieja Europa. De especial interés es la Dama sapo de Maissau, un
cementerio de la Edad de Bronce, en la Austria Baja (año 1100 a. C.). Actualmente
se encuentran sapos de cera, hierro, plata y madera con ofrendas votivas
marianas en iglesias de Baviera, Austria, Hungría, Moravia y Yugoslavia.
Algunas de ellas tienen cabezas humanas, otras tienen rasgos de vulva en la
cara inferior, y muchas una cruz en la espalda. Estaban hechas como protección
contra la esterilidad y para asegurar el embarazo. La carne de sapo fue comida
hasta hace poco para prevenir los dolores de parto; la sangre de sapo se usaba
como afrodisíaco y los sapos se colgaban para proteger del mal a la casa. Tales
creencias sugieren una diosa benevolente; pero el sapo como criatura nocturna,
puede causar locura, hacer desaparecer la leche y chupar la sangre de los
humanos mientras duermen. En las mitologías indoeuropeas (bálticas y eslavas)
es la principal encarnación de la diosa maga del mundo subterráneo; en otra
mitología encarna una diosa de la muerte, mientras que en el Sur estaban
firmemente arraigadas las creencias que lo relacionan con el nacimiento, el
embarazo y el útero.
La idea de que el sapo es la causa del
embarazo pudo haberse originado antes del Neolítico, ya que se conocen
representaciones de sapos grabadas en utensilios de hueso desde la cultura
Maglemose mesolítica.
Simbolismo del Sapo
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Sapo en la Catedral de Burgos |
La imagen del sapo como agente del mal
se establece en manifestaciones escultóricas y textos literarios hacia el siglo
XII. La reputación del sapo se asocia tanto con la brujería como con el
folklore, y se asienta en la tradición clásica siendo incorporada en la
literatura por autores cristianos medievales para llamar la atención de su
público.
En el mundo románico, de arraigado y
profundo simbolismo, se representa con frecuencia a la mujer lujuriosa con
sapos que le succionan un seno, como muestran las portadas de las iglesias de
Santa Cruz de Burdeos y la de Charlieu (Loira). Su modo de acoplamiento
observado en la naturaleza ha dado origen al pecado capital de la lujuria.
Aunque más expresivos resultan unos versos de Etienne de Fougères, obispo de
Reims, tomados de su obra Livre de manieres que sirven para ilustrar los
castigos que las cortesanas sufrirán en el infierno: Sapos, culebras y tortugas / les cuelgan de sus pechos desnudos. / ¡Ay!
Cuan mal fueron entonces vistos / los amoríos de las frivolas amantes.
El sapo es un animal muy frecuente en
los Juicios Finales góticos. En la portada central de la catedral de Reims
penetra en un gran recipiente y muerde a un condenado en la espalda. En la
portada del crucero norte de la catedral de San Esteban de Bourges, un sapo
muerde un pecho de una lujuriosa y otro se introduce en la boca del compañero,
gesto alusivo a la blasfemia. Un detalle de las arquivoltas del lado derecho de
la portada central occidental de la catedral de León muestra una escena de
tormento: Mientras en una caldera
hirviendo arden dos condenados, un demonio feroz, empuja violentamente a otro
desdichado por la cabeza, a la vez que con sus uñas le araña. Una rata y un
sapo -símbolos de la lujuria- pugnan por subir hasta la marmita.
Se remonta a muchos siglos el
prejuicio que considera maléfico y miserable al sapo. En la antigüedad,
naturalistas de renombre como Plinio, afirmaban que era suficiente el efluvio
que desprende uno de estos parias de la creación para provocar la muerte, y
Aristóteles, en su Historia Natural, diferencia el sapo de la rana y haciendo
un comentario desafortunado declara que el hígado de sapo presenta mal aspecto
y habla sobre la mala mezcla de sustancias en su cuerpo.
Malaxecheverría señala que los textos
latinos hacen breves comentarios sobre sapos en los cuales eran considerados
animales peligrosos y malignos. En otras ocasiones, dicen que moran en
prisiones y calabozos, lugares tenebrosos o forman parte del decorado infernal.
El interés por los animales -en el
caso que nos ocupa el sapo- deja de obedecer a una mera curiosidad científica
para ser un camino de acceso a lo trascendente. Comportamientos y cualidades de
estas criaturas no sólo serán una muestra del poder y gloria de la divinidad,
sino también ejemplos didácticos que muestran la conducta que debe emprender un
buen cristiano y los hábitos que se deben despreciar como pecaminosos.
Las visiones del condenado aparecen en
el modelo escultural de la catedral de Burgos. El tímpano de la puerta
principal representa la escena del Juicio Final, y a la izquierda del juez
celestial puede verse a un condenado metido en un caldero; uno es un clérigo
herético con un sapo pegado a su lengua. Este es un contundente ejemplo del
gusto medieval de relacionar el castigo con el crimen: un falso profeta que en su vida propagó doctrinas venenosas es
castigado por el veneno de un sapo que tortura el instrumento de su pecado.
Una imagen similar se encuentra en el Hortus Deliciarum, donde un sapo
demoníaco está a punto de morder en la lengua al alma condenada de un falso
profeta. Otra pobre alma en el caldero en Burgos es una mujer adúltera que
tiene un sapo que muerde su pezón izquierdo. En la puerta sur en San Pedro de
Moisac, la lujuria es vista como una serpiente que muerde cada pecho y un sapo
que roe sus genitales.
En Vie des Peres -colección anónima de
versos piadosos- el sapo es realmente un instrumento en el arrepentimiento de
un pecador recalcitrante, en lugar de actuar como mensajero de la muerte y como
castigo divino y eterno. El sapo lejos de ser un símbolo del mal y un familiar
del diablo es un potencial símbolo de amor y arrepentimiento.
El bestiario latino del siglo XII
llama al animal simplemente venenoso y este apelativo quizás era un legado del
pasado más que el resultado de una observación personal, como fue confirmado un
siglo después por Alberto Magno. Describiendo los hábitos alimenticios de las
cigüeñas, Alberto declara inequívocamente: “no come animales verdaderamente
venenosos como los sapos”. Este autor conservó muchas creencias y gran parte de
su erudición era folklore con pretensiones científicas.
Un poema del siglo XIII, que describe las
visiones de San Pablo cuando estaba extasiado en el paraíso, contiene una lista
de las aflicciones del infierno. San Pablo ve un terrible diluvio y las bestias
del diablo como sapos, víboras y otros animales comen y roen las almas
pecadoras. Este pasaje es muy representativo y aquí el sapo se ha convertido en
una criatura infernal tanto para los autores antiguos como para los medievales.
El Fasciculus
Morum, manual de un predicador del siglo XIV, nos proporciona dos lecciones
morales sobre la avaricia y la gula. Comienza describiendo a un rico usurero
que había hecho jurar a su esposa que después de su muerte ella le ataría
treinta marcos de sus ganancias a su cuerpo. Al poco tiempo de haber sido
enterrado, un emisario de la curia que había oído el relato ordenó al sacerdote
que lo había enterrado que lo sacara del cementerio de los creyentes, lo
arrojaran a campo abierto y lo quemaran. Entonces, cuando el sacerdote y los
ayudantes lo encontraron, vieron que en el lugar donde había sido atado el
dinero horrorosos sapos y numerosos gusanos roían su miserable cuerpo en
descomposición.
Este mismo texto continúa con una
historia sobre otro usurero que fue desenterrado y cuando se levantó la losa de
su tumba los que estaban presentes vieron su cuerpo negro y hediondo y un sapo
sentado en él, quien como una enfermera alimentaba con monedas ardientes a la
boca del hombre muerto. Cuando ellos lo vieron huyeron de horror y entonces los
demonios se llevaron el cadáver y no se le vio nunca más. Aquí el sapo obliga
al pecador a que coma; el hombre que durante toda su vida había hecho fortuna
se ahoga con ella después de la muerte.
Esta narración aparece representada en
una talla donde se muestra a los glotones forzados por el demonio a comer sapos.
Uno de los poetas líricos del Dolce stil
novo, Ciño da Pistola, menciona una leyenda de la Edad Media referente al
emperador Nerón, que le atribuye las ganas de engordar, y los sabios, bajo
amenaza de muerte, le hicieron ingerir una gran rana que expulsó con tremendo
vómito.
John Mirk, autor de De Dominica in Quinquagesima, del siglo
XV, en un sermón habla sobre la gula del hijo de un hombre acaudalado que había
comido pródigamente durante su vida. Cuando el hijo visita la tumba de su
padre, levanta la losa y ve un gran sapo paseando, tan negro como la brea, con
ojos que queman como el fuego, que había rodeado la garganta de su padre con
sus cuatro patas y acto seguido le mordió firmemente. Ante esta espantosa
visión exclamó: “Oh padre, tanta carne
dulce te has tragado y tanta bebida ha bajado por esa garganta que ahora te
está estrangulando una bestia infernal”. El hijo volvió a colocar la losa
en su sitio, abandonó su casa, su esposa y su familia y se fue a Jerusalén para
continuar su vida como mendigo. Cuando murió, disfrutó de una beatitud
celestial.
En la Regenta de Clarín la zoofobia se
vuelve extrema hacia las ranas y los sapos. Ambos animales aparecen en varias
ocasiones a lo largo de la novela, y siempre están asociados a signos negativos
o sexuales. R. Weiner, citado por P. Préneron, confirma esta asociación entre
este animal y los instintos más bajos del hombre: “El sapo trae el recuerdo de los instintos más bajos del hombre, del
lodo que Ana tendrá que pisar, del carácter viscoso de Vetusta y sus habitantes”.
Ana, la protagonista, después de su confesión
con don Fermín, acude a la fuente de Mari-Pepa, soñando con la más elevada
virtud, es interrumpida por el mundo material: el frío que la hace
estremecerse, la sombra que lo embarga todo, y un coro estridente de ranas que,
como sacerdotisas de las tinieblas, despiden al sol (I, 347).
Ana asocia el canto estridente de las
ranas a algo salvaje que en ese momento le produce miedo. Mas este ritmo
salvaje y estridente lo volverá a oír en el Vivero, cuando por gracia de Visita
se toca la polca de Salacia (II, 439), pudiendo constatar que hay entonces
analogía entre las ranas y las bacantes enloquecidas por la música estridente.
Ana está impresionada por lo que la polca produce en sus sentidos. Aquí las
ranas simbolizan al sexo que Ana rechaza tras su confesión en la fuente de
Mari-Pepa.
En el mismo escenario (I, 347) surge
también un sapo que desempeña la misma función que las ranas; representa la
oposición entre los deseos de espiritualidad de la Regenta y la presencia de la
naturaleza encarnada por este animal que la mira con impertinencia, como
riéndose de sus propósitos de virtud. La reacción de Ana y la atribución de
capacidades ocultas y motivos funestos al sapo convierten al inocente animal en
monstruo sonriente, símbolo gráfico de lo grotesco.
El sapo es, para la Regenta, un animal
con connotaciones repulsivas, y sabemos que Ana ha leído a Santa Teresa, para
quien el sapo es efectivamente el Maligno. Se vuelve a hacer mención de este
animal repulsivo, cuando Ana descubre que el Magistral está enamorado de ella: “La amaba el canónigo. Ana se estremeció
como al contacto de un cuerpo viscoso y frío” (II, 322).
Para Sobejano, el sapo se presenta
como emblema de la fealdad terrorífica del mal, siendo el mal para Ana la relación
sexual fuera del matrimonio. La narración termina cuando Ana, rechazada por don
Fermín, se desmaya en la catedral y Celedonio le besa los labios: “Ana volvió a la vida rasgando las tinieblas
de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el
vientre viscoso y frío de un sapo” (I I, 357).
De nuevo la presencia obsesiva de lo
viscoso y frío es para la Regenta, metonimia del conflicto por el cual lucha:
no sucumbir a la llamada del sexo. Para Clarín, esta bestezuela inquietante y
maligna, cuya obsesión recorre toda la novela, es el símbolo del sexo como
degradación y pecado.
Marcel Félix de San Andrés
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