Ilustración Estantigua, Procesión de Muertos o Santa Compaña |
En la tradición española, la muerte no
es considerada el final sino el tránsito de una vida a otra, y este viaje siempre
se nos anuncia. Unas veces es la propia muerte la que nos es comunicada, otras
la de alguien próximo. Los avisos varían desde el canto de la lechuza o del
búho, las campanas que suenan al mismo tiempo que el reloj, la exactitud al
sacar el dinero para pagar, el aullido de los perros, un muerto cuyos ojos nos
miran, un aparecido que nos entrega un cirio, un conocido al que vemos sin
estar en el lugar, una voz que dice nuestro nombre, ver nuestro propio entierro
o funeral...etc.
Quienes se ven a las puertas de la
muerte se preparan para la migración y quienes aquí se quedan les equipan para
el viaje y siguen ocupándose de ellos cuando ya se han ido. Los toques
vespertinos de ánimas, las campanas petitorias, los osarios, la cercanía del
cementerio a las iglesias hasta no hace mucho tiempo..., todo contribuía a
hacer que la muerte fuera cercana y cotidiana, aunque no por ello menos
temible.
En la preparación para el viaje se
cree que hay que dejar solucionados todos los asuntos pendientes en este mundo
y una vez iniciado el viaje, los familiares, amigos y vecinos tienen que
prestar su apoyo por medio de misas y todo tipo de rezos. Si la muerte ha sido
repentina hay que resolver cuanto de inacabado o mal hecho haya dejado el
difunto. Se cree que los difuntos permanecen en un plano entre ambos mundos, si algo no se ha hecho
correctamente o queda pendiente, si han muerto de forma violenta, no han
recibido sepultura, llevan como mortaja el hábito de un santo que le impide
entrar en el infierno o aman demasiado a una persona para alejarse
definitivamente de ella. A veces hay difuntos que no hacen el viaje porque
otros difuntos los utilizan para enterarse de lo que les ocurre a los suyos.
También hay un contacto con las almas
que ya han pasado al otro mundo, especialmente a través de pequeños servicios
que éstas nos pueden prestar. Se halla muy extendida la creencia de que
encomendándose a las ánimas benditas al acostarse, harán que nos despertemos a
la hora deseada. Así pues, no es de extrañar que esta cotidianeidad de la
muerte haga que los difuntos tomen carta de naturaleza y su presencia entre los
vivos sea una constante en nuestra cultura tradicional.
Desde los primeros tiempos del hombre
en la Tierra, el respeto hacia la muerte llevó a nuestros antepasados a
considerar que entrando en contacto con los restos de una persona fallecida se nos podían transmitir las
habilidades que tuvo en vida. Esa es la razón de que perviviera hasta hace
escaso tiempo la antropología ritual en muchos de nuestros pueblos. Hechiceros
y curanderos empleaban restos de cadáveres para sus ungüentos y conjuros. Estos
son algunos de los más conocidos:
-Antonio Baiot (1744). Sepulturero y
pregonero de Campo de Criptana. Desenterraba los cadáveres y utilizaba muelas y
calaveras completas en la elaboración de sus ungüentos.
-Juana Ruíz (1541). Reconocida bruja
daimieleña. Iba al carnero del cementerio a media noche, cubierta con una
sábana blanca y se dedicaba a recoger huesos con los que hacía conjuros y
ungüentos. Se la acusó de bailar desnuda para el diablo.
Hasta el siglo XVIII, era costumbre en
algunos pueblos manchegos llevar a la casa del muerto a un niño enfermo para
que cogiera la mano del difunto. Se creía que a medida que se iba corrompiendo
el cadáver iba sanando el niño.
Estos son algunos de los topónimos
relacionados con la muerte que hemos encontrado en La Mancha: solana de las Ánimas,
loma de los Huesos y el Cementerio en Calzada de Calatrava; puerto de la Muerta
en Viso del Marqués; cuesta de las Calaveras en Piedrabuena; la Sepultura y
pozo de la Sepultura en Pedro Muñoz…
Veamos algunas de estas presencias que
han pasado a formar parte de la mitología manchega.
Procesiones de muertos
Si en nuestras tradiciones hay numerosos
relatos de apariciones y de fantasmas, aún son más en las que éstos forman sombríos cortejos. Según
Aurelio de Llano, “la mala güeste”
fue desde tiempos remotos una creencia común a toda España y definía a un
ejército o procesión de demonios. Más tarde pasó a significar procesión de
almas en pena.
Por su parte, Lisón Tolosana describe
el origen y la evolución de estos desfiles: “Comienza
entre los germanos, en el siglo X, con Tîwaz primero y Wotan después. Éste,
dios de los muertos, les dirige hacia el otro mundo en un viaje nocturno,
menester en el que será sustituido por Odín, que acabará por protagonizar la
cacería salvaje. Cristianizado, se le convertirá en el diablo, que guía las
almas al infierno. Después se añadirá Diana, que es la encargada de dirigir a
las brujas y a otras mujeres engañadas por el demonio”.
En el siglo XIII, Gonzalo de Berceo utiliza
el término guest antigua, empleado
también por el autor del Poema de Fernán González y será a principios del siglo
XVI cuando se utilice la palabra estantigua.
Desde que a mediados del siglo XIII comienza a tomar cuerpo el concepto de Purgatorio han sido varias las
denominaciones utilizadas para las procesiones de ánimas. Muchas de ellas
subsisten aún hoy en día, pero no todas tienen el mismo significado. Así, tanto
la estantigua como la estadea se refieren a una procesión de
muertos de carácter violento, que portan cirios y flotan sobre el suelo, que se
llevan a cuantos encuentran en su camino y los depositan a gran distancia
magullados y con las ropas destrozadas. Dice Lisón que “la estantigua venía a atemorizar... venían en grupo... tocando con una
campanilla... Las personas al verla se apartaban y cuando a uno no le daba
tiempo... lo arrastraban y... lo llevaban por encima de árboles y por los montes.
Le temían mucho a eso... La estantigua anda a trastazos con los que encuentra
en su camino...”
Güéstiga, Buena
gente, Ronda, Recua... Son otros de los nombres con
los que se conocen estas procesiones en toda España. Si alguien se encuentra
con ellas tiene que tirarse al suelo formando una cruz con el cuerpo, no coger
la vela que le dan, hacer un círculo y meterse en su interior... Y, sobre todo, no mirarles pasar.
En caso contrario pueden llevarte con ellas o golpearte al pasar a tu lado mientras
exclaman: ¡andad de día, que la noche es
mía!. Y si alguien ha cogido la vela o el cirio, es posible que al día
siguiente advierta con espanto
que lo que le habían dado era un hueso o el brazo de un muerto.
En Torre de Juan Abad, de la noche de
difuntos, algunos cuentan que al
pasar por el cementerio vieron estantiguas
agarradas a las rejas de las puertas, increpando a todos aquellos que pasaban
de la obligación de cumplir las promesas y el respeto que debían a sus
fallecidos. Incluso alguno de los finados se llegaba hasta las casas y se
escondía detrás de las puertas. Así lo contaban las abuelas a sus nietos junto
al fuego comiendo los dulces tostones.
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