jueves, 1 de noviembre de 2018

LOS SANTOS 'FINAOS'

'El día de los finaos andan los aparecios por los tejaos' 
Finaos, los santos finaos, los vinaos. Según un conocido refrán manchego “El día de los finaos, andan los aparecíos por los tejaos”. Son espíritus de muertos que en la noche de San Juan y en la del día dos de noviembre gustan de visitar a sus familiares, unas veces con buen propósito y otras con intención de hacerles cumplir alguna promesa.

Carlos Villar Esparza recoge este mito en su libro ‘Con Once Orejas’ y en sus artículos publicados en la Revista de Folclore nº 182, y nº 274: “son espíritus de los familiares fallecidos, viejos lémures, que salían la noche de los Difuntos, en todos los pueblos del Campo de Montiel. Se les atinaba caminando por los tejados, calles desiertas y rincones a oscuras”. En Villanueva de los Infantes creían que esa noche: “Se aparecía una persona fallecida y reclamaba una promesa que tenían que cumplir. Se recuerda que alguna de estas visiones se la vio en la pila del agua bendita o diciendo misa”.
En la España del siglo pasado, estaba tan arraigada la tradición que cuesta encontrar a alguien que no hubiera escuchado decir a sus mayores que la ‘noche de difuntos’, uno al dos de noviembre, había que quedarse en casa pues esa noche los difuntos andaban por tejados y calles arrastrando pesadas cadenas, buscando el hogar que tuvo en vida para visitar a sus familiares?
En Bolaños de Calatrava y otros pueblos manchegos estaba extendida la creencia que si había fallecido alguien en el pueblo, las campanas daban aviso de ello, no se debía cocinar ajillo o gachas porque el muerto acudía y las removía con el dedo. Había que retirar rápidamente el caldero y dejarlo para otro día. Esta creencia se conserva aún en muchos hogares manchegos.
En Castellar de Santiago se llama ‘vinaos’ a las personas recién fallecidas y se cree que tienen el poder de llamar a los vivos para llevarlos con ellos. Por su parte, los ‘Encantados de la Cruz del Aravieja’ de Albaladejo son las apariciones fantasmales que las gentes confundían con las sombras de las animas benditas, que recorren las calles recordando y reclamando promesas y fidelidades no cumplidas a sus deudos. En Santa Cruz de los Cáñamos se cuenta de cierto finao: “Uno que se murió en los trigales, parece que después se aparecía en el mismo sitio. Y a esta visión la llamaron ‘el Encanto’ o el ‘Encontrao’”.
En Bolaños hay una calle que es llamada coloquialmente ‘Calle de la Muerte, que se corresponde con la Calle del General Mola. Cuenta la tradición que en los años veinte del pasado siglo hubo una epidemia de cólera en el municipio y fue especialmente virulenta en esta calle, murieron casi todos los vecinos contagiados unos por otros. Este suceso, junto con el hecho de que allí estaba la antigua Ermita del Cristo del Calvario, y que todos los difuntos eran conducidos por esa calle para llevarlos a enterrar, hizo que se ganara el lúgubre apelativo de Calle de la Muerte.

jueves, 15 de febrero de 2018

LAS FIESTAS LUPERCALES, EL ORIGEN DE SAN VALENTÍN

Luperco representado como un fauno. Ilustración de M. Félix de San Andrés
Celebremos o no el amor romántico, el 14 de febrero tiene gran repercusión comercial y mediática. Pero lo cierto es que este día, resignificado por la iglesia católica con la historia de San Valentín, se origina en fiestas populares paganas de la antigua Roma.
Muchos creen que en el día de los enamorados se conmemora el martirio de san Valentín, mártir de la cristiandad. Pero, antes de la era cristiana, la fecha conmemoraba una de las celebraciones más grandes del imperio romano: las paganas Fiestas Lupercales.
Evandro, hijo de Mercurio y de una ninfa, llevó a los primeros itálicos hacia el monte Palatino, donde fundó Palanteo, una de las ciudades dieron origen a Roma. Fue este rey mitológico quien ordenó la instauración de un festival donde se mezclaban las tradiciones antiguas de la caza y la trashumancia (el pastoreo nómada) con los rituales más complejos de las sociedades sedentarias. Sucede que en el hemisferio norte, el 15 de febrero marcaba el final del invierno y el comienzo de la primavera, y para los pueblos de la antigüedad se acercaba el momento de preparar las tierras para la cosecha. Los rituales propiciatorios de la fertilidad, que bendijeran la tierra, eran de una importancia nodal para la supervivencia en un mundo donde una sequía o una plaga podían significar la crisis total.
Los ítalos llegaron a la región de Lacio con sus dioses a cuestas y también abrazaron el culto a deidades griegas, muy extendidas en el mundo Mediterráneo. Entre estos dioses se encontraba Pan, un fauno (criatura mitad cabra y mitad hombre) dotado de un gran apetito sexual y que es el responsable de que hoy, según la tradición pagana, sepamos los secretos de la agricultura y el pastoreo. Un dios lascivo al que los antiguos pueblos del Lacio le devolvían el favor con unas fiestas en las que la sexualidad y el desenfreno eran protagonistas. Además, cambiaron el nombre del dios Pan por el de Fauno Luperco. Fue precisamente Luperco quien había encontrado a Rómulo y Remo en una cueva en el monte Palatino. La tradición más antigua afirma que se transformó en la loba que amamantó a los niños para que no murieran. En su honor se celebraron, desde entonces, las grandiosas Fiestas Lupercales.
En ellas, eran seleccionados los hijos jóvenes de la aristocracia, tras haber superado previamente el ritual de paso a la madurez, que consistía en sobrevivir durante semanas en las afueras de la ciudad viviendo sólo de la caza. Estos jóvenes eran llamados sodales lupercis (los amigos del lobo) o lupercos, nombre que deriva de su comportamiento “salvaje” durante su rito de iniciación. Las Fiestas Lupercales arrancaban con un sacrificio ritual de animales domésticos.
Comenzaban sacrificando a un perro (símbolo de la impureza, que moría con el invierno) y a varias cabras (símbolo de la prosperidad primaveral), luego, los jóvenes lupercos eran untados con la sangre del perro usando el cuchillo ritual y posteriormente lavados con un trozo de lana bañado en leche. En ese momento lanzaban una enorme carcajada que anunciaba el comienzo de la festividad. El cuero de los animales sacrificados era cortado en finas tiras, llamadas fabruas, que los lupercos utilizaban para azotar a los presentes. Toda la fiesta se desarrollaba bebiendo grandes cantidades de vino y comiendo la carne de las cabras sacrificadas.
El acto de ser azotado por los lupercos suponía una purificación de los males del cuerpo y el alma, un despertar del apetito sexual y una mayor fecundidad en las mujeres. Se le llamaba februatio, una palabra que deriva de “pureza” en lengua etrusca. No estaba asociado a martirio alguno sino más bien a una desenfrenada actividad sexual colectiva, propiciatoria de la fertilidad.
Pasado el tiempo, cuando la antigua Roma se consolidó como uno de los mayores imperios conocidos, las Fiestas Lupercales empezaron a ser denunciadas como escandalosas por las mismas clases dominantes que siglos atrás las fomentaban. Finalmente fueron prohibidas, en el año 345 de nuestra era, por el emperador cristiano Teodosio, que prohibió todos los cultos paganos instaurando una tradición de intolerancia religiosa que se extiende hasta nuestros días.
Hoy, san Valentín, es un artificio sin sentido impulsado por los grandes almacenes para fomentar el consumismo de una sociedad carente de valores y conocimientos sobre su propia historia. Mártires y enamorados al margen, si quieren regalar algo en estos días, regalen libros…

M. Félix de San Andrés 

miércoles, 17 de enero de 2018

LA TRADICIÓN DE LAS HOGUERAS EN LA MANCHA

Hoguera de san Antón en Argamasilla de Alba
Hogueras o luminarias, antorchas y fuegos artificiales, velas y hachones: el fuego es el elemento clave en estas celebraciones; fuego profano y fuego sagrado que se mezclan en las fiestas de invierno. Desde la antigüedad pagana, el fuego ha sido considerado, por un lado, un elemento protector; las luminarias nocturnas servían para alejar maleficios y malos espíritus. Por otro lado, el fuego simbolizaba la purificación y la regeneración. En realidad, se trata de la dicotomía destrucción-renovación: el fuego voraz y destructivo que abrasa y consume los elementos nocivos y el fuego que alimenta la vida, elemento regenerador para personas y animales, plantas y cultivos.
Así pues, las hogueras constituían rituales de renovación que propiciaban el paso del invierno a la primavera, y rituales de purificación, para quemar lo impuro, lo viejo, para acabar con todo lo maligno. Todavía en la Edad Media, los pobladores atribuían al fuego propiedades mágicas y purificadoras, y se seguía usando como protección o para ahuyentar el mal. Pero ya la Iglesia primitiva, en su lucha contra el paganismo, había hecho coincidir estas fiestas del fuego con episodios de la vida de Cristo y la Virgen, o con las celebraciones en honor de ciertos santos. Por eso suelen ser fiestas de barrios y ermitas; ermitas que proliferaron extramuros de las villas durante la Edad Moderna hasta que fueron absorbidas, poco a poco, por los núcleos urbanos. Por esta razón, también son conocidas en diversas localidades manchegas como fiestas de los “santos viejos”, que anteceden a los carnavales. Con el entierro de la sardina y la quema de doña Sardina termina este ciclo de fiestas, hogueras y desenfreno. Este último fuego, y la ceniza del Miércoles de Ceniza, ejemplifican esa purificación necesaria, después de tantos excesos, para pasar a la Cuaresma.
Santos, vírgenes y hogueras
17 de enero, san Antón. La fiesta de san Antonio Abad, el primero de los eremitas, es de las más extendidas en la Mancha, así como sus hogueras y luminarias. Seguramente fue en sus inicios una fiesta pagana, como tantas otras, y muestra todos los rasgos típicos de una celebración del solsticio de invierno: las hogueras, la bendición de bestias y ganado, y la quema de cosas viejas. Aunque el tradicional sorteo del “guarrillo de san Antón” se ha perdido en muchos lugares, lo que no falta en casi ninguna localidad son las hogueras nocturnas, ya sea en la víspera o el mismo día. En algunos pueblos, como Almagro, también está extendida la costumbre de salir a quemar los trastos viejos. La degustación de distintos alimentos o de “limoná” alrededor de las hogueras es algo que también se repite mucho.
20 de enero, san Sebastián. Muy venerado por toda la geografía española, en la Mancha celebran con hogueras su festividad localidades como Alcázar de San Juan, Villanueva de los Infantes, Santa Cruz de Mudela, Campo de Criptana o Almodóvar del Campo.
24 de enero, la Virgen de la Paz. Esta advocación mariana fue la responsable, según la leyenda, de restablecer la paz en la ciudad de Toledo cuando, tras la conquista por Alfonso VI, hubo disturbios entre cristianos y musulmanes, enfrentados por la posesión del principal templo de la ciudad. Finalmente, y gracias a la intervención de la Virgen, los cristianos tomaron posesión del templo el día 24 de enero. Festejan este día con hogueras importantes Daimiel, Campo de Criptana y Manzanares, entre otros pueblos.
1 de febrero, santa Brígida. Santa irlandesa, santa Brígida fue fundadora del primer monasterio de aquella isla. Aquí en la Mancha, se celebra con hogueras su fiesta en algunos lugares como Almadén, donde nos encontramos con la Lumbre de santa Brígida.
2 de febrero, día de la Candelaria. Su propio nombre, “día de las candelas” ya evoca el papel central del fuego en esta festividad. La Virgen de la Candelaria es una advocación mariana que recuerda la presentación de Jesús en el templo, el encuentro con Simeón y Ana, y la purificación ritual de María (algo que podemos relacionar con la capacidad purificadora del fuego de la que hemos hablado antes). Es posible que esta fiesta esté remotamente emparentada con las lupercales romanas. Se trata de un día que se encuentra justo en el ecuador del invierno, y para el pueblo campesino siempre ha significado el fin de las largas noches, el tránsito hacia la primavera y el comienzo del año agrícola. Encontramos hogueras y luminarias en Pozuelo, Almagro, Brazatortas, Puertollano, Bienservida o Alcaraz. En Villamayor de Calatrava, la víspera se celebra el denominado Candelicio: los niños recorren todas las luminarias del pueblo haciendo sonar sus cencerros.
3 de febrero, san Blas. Eremita y obispo de Sebaste, san Blas fue martirizado durante las últimas persecuciones de cristianos, en el siglo IV. Se dice que poseía el don de la curación milagrosa. Se celebra su día con hogueras en Tarazona de la Mancha y Manzanares. También debemos mencionar las luminarias de Bienservida.
5 de febrero, santa Águeda. Santa Águeda de Catania fue una virgen mártir que fue torturada y ejecutada por el procónsul de Sicilia porque esta había entregado su virginidad a Jesucristo y no atendía sus requerimientos amorosos. Antes de lanzarla a las brasas y arrastrarla por la ciudad, ordenó que le cortaran los pechos. Por eso se considera esta una fiesta de mujeres, en la que son ellas las protagonistas. La víspera, destaca la gran luminaria de Povedilla, donde la santa es patrona. También se enciende hoguera este día en Alcázar de San Juan.


El Molino del diablo

Más de un siglo hace que las aguas del río Guadalmez ya no mueven las piedras del viejo molino, y ese mismo silencio ha desterrado de l...