lunes, 24 de abril de 2017

MORAS, LA REINA MORA, LAS “ENCANTÁS”

La Mora de la Peña de la Encantada de Puertollano. M. Félix
Etimológicamente la denominación de Mora o Moura responde a la relación del vocablo prerromano “mor” (piedras, túmulo, cerro…) y que puede corresponderse con las “morras” o poblados pertenecientes a la cultura del Bronce Manchego. A menudo confundidas con las hadas existieron en toda la geografía española. Personajes de leyenda, restos de las huestes moras que se desplazaron de sur a norte, cristianizadas o no, generalmente están encantadas.
Cueva de la Mora, fuente la Mora o el paso de la Mora son topónimos frecuentes en nuestra tierra. Así en Daimiel tenemos la cueva de la Mora y el paraje de Moratalaz; en Calzada de Calatrava el arroyo y la umbría de la Mora; en Agudo la peña de la Mora; en Carrión de Calatrava el corral de la Mora; en Almadén la loma de la Tierra Mora; en Villanueva de los Infantes el cerro de la Mora y Moranzas; en Almadenejos la tabla del Moro y el baño de la Sultana; en Alhambra el molino del Moro; en Argamasilla de Calatrava la Sala de los Moros; en Castellar de Santiago la Medina y la casa de la Medina; en Torre de Juan Abad el cerro del Moro; en Campo de Criptana la casa del Moro; en Piedrabuena la hoya de la Mezquita, la sierra de la Mezquita y el morro de Marruecos; en Puebla de don Rodrigo el collado de Entremoros; en Manzanares el paraje de las Moratas; en viso del Marqués el pozo del Moro; y en Abenojar Navalmoro, la noria de Navalmoro y el cerro del Moro. Más explícitos aún son los topónimos la Encantada en Daimiel, cañada y cueva de la Encantada en Granátula de Calatrava, camino de la Encantada en Puebla de Don Rodrigo y cueva de la Encantada en Campo de Criptana.
En el norte de España, las moras viven refugiadas en las cuevas o bajo el agua. Se cuenta que son mujeres que acompañaban a los ejércitos moros y que al retirarse éstos tras ser derrotados, quedaban atrás llorando su desgracia y a menudo guardando los tesoros que los moros habían conseguido en sus correrías. Desde entonces, encantadas y encadenadas a las cuevas por cadenas misteriosas e invisibles, no salen más que en noches de luna llena para buscar agua mientras entonan tristes canciones.
Ningún rincón de la península se libra de las leyendas sobre moras encantadas. En Salamanca, la “cueva de la Quilama” está ligada una princesa mora que guarda fabulosos tesoros y solo consigue alejarse de su encierro a través de un pasadizo para pasearse tristemente por el río Quilama. La noche de San Juan pueden oírse sus lamentos al fondo de la cueva llorando su cautiverio. Si alguien se atreve a intentar llegar hasta las riquezas que custodia desaparece, muere o se vuelve loco. En Villanueva del Conde existe también una cueva que se cree comunicada con el castillo de Valero por medio de un subterráneo y que encierra las habitaciones de la Mora y un horno con oro molido. Cuentan que antiguamente “cuando salía el sol la mañana de San Juan, salía la Mora de su cueva para tender las ropas y bonitos trajes así como sus ricas joyas de oro que brillaban con el baile del sol la mañana de San Juan”.
En Villar de Argañán, en la fuente de las Tahonas, existe una Mora Encantada que todas las mañanas de San Juan, antes de la salida del sol, cuelga la ropa que utilizó durante el año.
En Cabeza del Buey, en Badajoz, también existe una leyenda sobre una Mora Encantada, pero en este caso no eran una sino tres hermanas, hijas de un rey moro y de una cristiana.
En Almadenejos existe la cueva del Anillo en la que se sospecha la presencia de un fabuloso tesoro y muy cerca de esta cueva se cita también un aljibe natural al que se conoce como el baño de la Sultana. Ambos lugares forman parte de la sierra de Manzaire donde se sitúan los restos de un castillo del mismo nombre y en el que se alojó el mítico Almanzor.
En ocasiones la Mora no está encantada pero es la responsable de la formación de algunos hitos morfológicos llamativos como cerros, fuentes o lagunas. Y cuando no se habla expresamente de moras encantadas, ni de fenómenos provocados por ellas en vida, sí que se utiliza a los moros para nombrar los incontables tesoros que escondieron y que esperan a quienes logren descubrirlos.
Otro tanto ocurre cuando en los pueblos se quiere datar algo en un periodo histórico muy lejano. La explicación que los lugareños han dado siempre es que: “es de cuando los moros”.
Un buen ejemplo lo tenemos en la tumba megalítica fechada en la edad del bronce, conocida como la Sala de los Moros, que se localiza entre Argamasilla de Calatrava y Puertollano.
Encantás. Mitos sobre encantás se pueden recoger en toda la península Ibérica aunque adquieren distintos nombres. En Galicia y Portugal se las llama Mouras, Xana en Asturias, Anjana y Encantá en Cantabria; la diosa Mari del País Vasco es un mito similar. En Castilla se las denomina Moras y en La Mancha son Encantás.
En La Mancha están especialmente extendidas, encontrándolas en la mayoría de nuestros pueblos. Carlos Villar Esparza recoge este mito en su libro Con Once Orejas y afirma que es una: “aparición, que salvo excepciones, era siempre sanjuanera”.
En Villanueva de los Infantes se la definía como “una señora muy guapa, encantada, que no se veía pero que se podía hablar con ella y provocaba miedo”, “Mora muy guapa, con el pelo largo, a la que apenas podían resistirse los hombres que la miraban a los ojos… cuando se iba a beber agua en abrevaderos en el campo salía con un cántaro y te golpeaba en la cabeza”, “Mora que vivía en sitios subterráneos como la cueva de San Miguel y cueva de la Mora y salía el día de San Juan. Se decía que estaba encantada y que si te acertaba a tocar con el peine quedarías también encantado o encantada”.
La Encantá de Torre de Juan Abad se dejaba ver en el estrecho de las torres, también conocido como torres de Joray o Eznavejor, en el término de Villamanrique. La noche de San Juan junto a la fuente del piojo, bajo la sombra de los últimos restos de Joray, era el lugar elegido para su aparición. Se decía que antiguamente las gentes del pueblo marchaban en grupos a contemplar el asombroso prodigio. La dama aparecía con un camisón de raso azul, en una de sus manos llevaba un maravilloso peine de oro que le servía para alisar sus suaves cabellos. Cuando alguno de los curiosos se acercaba demasiado la aparición desaparecía.
En el vecino pueblo de Villamanrique se han conservado algunas leyendas de la maldición que pesa sobre la “Encantá”, hermosa mora enamorada de un cristiano infiel y guardiana de un tesoro oculto. El 24 de junio ninguna moza soltera pasaba, ni con el pensamiento, por donde se aparecía pues de hacerlo no se podría casar.
En Alcubillas, en el cerro de San Isidro, asomaba otra “Encantá” de la que decían suplicaba por piedad a los caminantes un poco de agua… cuando el gañán caritativo, conmovido por las palabras suplicantes y la belleza de la embrujada, se acercaba para entregársela y calmar su sed, desaparecía sin dejar huella.
En Ruidera, junto a los “riscos de la Cubeta”, también aparecía esta visión: “pues íbamos los chiquillos a varear aquello, para comer los anises y las mujeres, nuestras madres, las personas mayores nos decían: “… tener cuidado, ir a una hora, siempre al mediodía o por la tarde, porque por las mañanas hay una mujer vieja que está encantá, con un pelo muy largo, pero es un pelo que brilla mucho, es de color de oro que se peina con un peine de oro y sale por las mañanas en cuanto sale el sol, al sitio que da el sol, y se está peinando y si os coge a algún chiquillo os va a dejar encantaos y os vais a quedar allí y ella se va a salir que es lo que quiere”. La “Encantá del caño” surgía por tierras del pueblo de Montiel.
En muchas de sus apariciones se presenta con luminosa áurea, siendo, casi siempre, el lugar elegido cerros, oteros, fuentes, arroyos, cuevas, ruinas…, primigenio origen de antiguas y populares litofanias (juegos ópticos) y de misteriosos cultos acuáticos. La Sanjuanera aparece normalmente en puntos donde hay o se han descubierto ruinas de poblaciones humanas antiquísimas.
Años ha, los recuerdos y la memoria de nuestros abuelos se detenían en “tiempos de los moros”. Todo el pasado con tintes de maravillas y fantasías nacía de aquellos antiguos señores que llegaron del sur y vivieron durante siglos en estas tierras. Antes la memoria se perdía en el negro abismo de lo desconocido y la profundidad de lo ignorado y oculto. Quizás sea este el motivo por el que casi todas las encantás manchegas tengan su génesis y su cuna en tiempos de la civilización árabe y el poder berebere en la zona.
La anual aparición de la Encantá es consecuencia de la terrible maldición padecida en sus días de vida terrenal. Según las leyendas las faltas cometidas y maldiciones son muchas y diversas, aunque siempre relacionadas con las riquezas y el amor. Unas cuentan que su encantamiento es consecuencia de la ira paterna al ser descubiertos sus ocultos amores con un cristiano galán. Hija que el moro había cuidado y protegido hasta entonces entre azahares, jazmines, sedas, damascos y fieros eunucos con la esperanza de entregarla al merecedor de tanta hermosura: rey, emir o califa.
Hay otras leyendas que relatan que algunas de las encantás fueron víctimas inocentes de la ambición de un caballero felón, cristiano siempre. Es la mora asesinada por su decidida y valiente negativa a mostrarle al infame cristiano el lugar donde se encontraba el tesoro familiar, secreto que sólo ella conoce.
Se sabe de la Encantá que regresa del reino de las sombras en la noche de San Juan, cuando se abre la puerta que comunica los dos mundos. En su cubil aguarda la llegada del mozo o caballero limpio de corazón al que podría entregar su secreto y por fin descansar en la oscuridad de los muertos. En caso contrario, la necedad y avaricia del hombre que desprecia los peligros que protegen sus tesoros le cuesta la vida, desaparece y jamás vuelve a ser visto.
Cuentan de otra Encantá que entregó al galán su virginidad bajo falsa promesa de matrimonio. El mozo, una vez saciadas sus hambres sexuales desapareció siguiendo a los ejércitos que van a la guerra, tras la gloria y la riqueza. La moza esperó la vuelta de su amado y con ella el cumplimiento de la palabra dada de matrimonio, casorio que nunca se produce porque el galán jamás regresa. Convertida en encantada continua aguardando el regreso del falso enamorado y el cumplimiento de su promesa, y por este motivo se la ve mirar con desespero los caminos y a los caminantes.
Desconocemos si la Encantá aún mantiene la pasión carnal y amorosa por el aprovechado caballero que la tiene hechizada. Sabemos en cambio que la hechicería desaparecerá con la vuelta del amado o con algún esforzado héroe que, compadecido de su dolor y tormento, la tome en matrimonio, afrontando todos los peligros que ello conlleva.
Una leyenda recogida en las tradiciones orales montieleñas habla de una dama Sanjuanera condenada a la inmortalidad por ser madre sin tener varón como marido conocido. Su padre, caudillo moro y alcalde de una fortaleza, asesina cruelmente al inocente nietecillo, y recluye a su hija en una inexpugnable torre para que en esa siniestra prisión pague el pecado de su vergonzante maternidad.
Durante muchos días y noches se oyeron los aullidos y lamentos de la infeliz madre llorando la muerte de su hijo. Corrieron los años, cayó el poder del moro, pasaron y pasaron generaciones de hombres y mujeres y aún siguen contando que la prisionera se aparece entre las cuatro piedras de su derruida prisión. Suplica se le devuelta su criatura y desatado el nudo mágico que la mantiene encantada en la torre, a cambio te colmara de riquezas.
Características esenciales de las encantás, comunes a todas ellas, aunque con ligeras variaciones, son: ser jóvenes de extraordinaria hermosura virginal, de tez blanca o de brillante ébano, de largos cabellos rubios o negros como ala de cuervo…, que en todos los casos llegan hasta sus caderas, son extraordinariamente suaves y se reflejan los oros del día y las platas nocturnas. Esos cabellos son peinados con un rico peine de oro incrustado de joyas. Tienen hermosos y profundos ojos, el que osa mirarlos directamente queda hechizado y enamorado. Aunque es importante anotar la sobresaliente falta carencia de sensualidad en ellas.
Las encantás, amén de sus gracias y donaires, son en su mayoría apacibles y bondadosas pero también las hay que son malvadas y diestras en las artes mágicas, usan de objetos, como el referido peine, botellas de agua, alcucillas de aceite, supuestamente con propiedades mágicas y con promesas de fastuosos tesoros tienta a pastores, gañanes, mozas o viajeros que el día de San Juan se encuentran en el lugar de la aparición…, pero su verdadero objetivo no es colmarles de riquezas o poderes sino seducirlos y llevárselos con ella a su profunda y húmeda cueva llena de pesadillas y malas cosas. Afortunadamente la muchachada, instruida por la sabiduría materna, escapaba casi siempre de sus acechos y engaños.
Como se ha descrito anteriormente; los enclaves, poderosos emisores de fuerzas telúricas, donde se producen las apariciones de las encantadas coinciden por tener elementos afines: lugares elevados, grutas tesoreras, pozos o corrientes de aguas, ruinas de fortalezas o edificios antiguos, cuya función se ha perdido en los caminos de la historia y de los hombres. Su permanente conexión con las fuentes de agua hace que en muchos casos sea presentada como descendiente de las mitológicas náyades, familia de las ninfas.
Sin duda alguna, la Encantá es la reina de nuestra mitología popular y aunque es cierto que su estela ha desaparecido en numerosos lugares de La Mancha, porque el siglo de la información y el conocimiento ha acabado con ellas, también lo es, que en muchos pueblos acude acicalada y fiel a su cita Sanjuanera evitando, al menos de momento, su desaparición.
No hace mucho que madres y abuelas utilizaban el recurso de la Encantá como espantajo que evitara las correrías camperas y lacustres de los niños y jóvenes.
En el cerro de la Yezosa (Bolaños de Calatrava), se tiene conocimiento de la existencia de una cueva natural, se cree que es una antigua boca del volcán. Según la leyenda popular, una mujer muy bella que llevaba un espejo, se aparecía en esta cueva en determinados días del año. Otras voces afirman que esta misma cueva es la boca de un pasadizo que conducía al castillo de Doña Berenguela.
Leyendas sobre encantadas tenemos en Almadenejos, allí se aparecían en el río Valdeazogues, en la tabla de las Tres Hermanas, y en el río Gargantiel; en Puertollano se aparecía en la peña de la Encantada, en el cerro de Santa Ana; en Puebla de Don Rodrigo aparecía una mora encantada en los peñones del Chorro; en la cueva del río Ventillas también habitó una encantada según me contó F. Ferreiro; en Piedrabuena se bañaba en las aguas del río Bullaque… Alcubillas, Villanueva de los Infantes, Castellar de Santiago, Torre de Juan Abad, Ruidera, Montiel, Granátula de Calatrava, Bolaños, Puebla de Don Rodrigo, Puertollano, Almadenejos, Campo de Criptana y Villamanrique son algunos de los pueblos donde el recuerdo de la existencia de la Encantá se mantiene con más fuerza en nuestros días.
Pese a todo, hasta nuestros días han llegado las encantás como mito de la gente nueva y las personas viejas.
LA REINA MORA DE VILLAMANRIQUE. En Villamanrique, romancea la tradición oral que, en
La Reina Mora de Villamanrique. M. Félix
muy lejanos días, habitaba el castillo de Montizón una reina mora de belleza no creída a fuerza de no ser vista y admirada. Siguen relatando las fuentes que en las calurosas noches estivales descendía del castillo la reina mora con pausado y majestuoso caminar bus cando el refresco del río. Lo hacía acompañada de esclavas y escoltada por su guardia berberisca que con antorchas, iluminaban sus pasos las noches que no había luna.
Parecía volar la reina mora en alas de sus velos. Se detenía junto a un pequeño remanso, dócil lagunilla de aguas plácidas que besaban la ribera –hoy, a este lugar se le sigue conociendo por el Baño de la Reina Mora– solícitamente atendida, desprendiase de sus coloridas sedas. En exultante desnudez, tímida rompía el espejo de las aguas. Trovan que nunca galán fue más complacido y requerido que el Guadalén. Cómo esperaban sus aguas las caricias del cuerpo de aquella diosa.
Caricias que devolvía el orgulloso río con traviesos y cálidos remolinos que hacían estremecer de placer a la reina mora al ser catada en sus intimidades. Y como cada noche al descender sus corrientes en busca de sus mayores, camino del Gran Agua, susurraban sus voces cristalinas, las delicias de aquella Venus que regresaba a su hogar primigenio. Sus espumas pregonaban por donde pasaban la negritud de su pelo, la hondura brillantez de sus ojos, la gracilidad de su nariz, la promesa de sus labios reventones, la nieve de sus dientes, el ébano embriagador de su piel, la plenitud de sus pechos, la fertilizadora provocación de sus caderas, el tímido ombligo que cantó el poeta...
Tanta esplendorosa perfección hecha mujer mal podía permanecer oculta mucho tiempo, como tampoco sus baños nocturnos. No se sabe quién ni cómo, pero escaparon de Montizón las nuevas llegando a las gentes de pueblos y aldeas cercanas. Las escuchó con once orejas un decidido Belmonteño prometiéndose no cesar hasta dar con la singular desnudez de aquella joven reina, no siendo ajeno a los riesgos presentes, agravados por la ya tradicional y antigua enemistad de Torre de Juan Abad con los castellanos. ¿Sería por un casual encantada doncella sanjuanera como la de Eznavejor?
La luna llena obraba el luminoso milagro de vencer a las tinieblas. Caídos de territorios lunares, los hilos de plata jugaban con las hojas de los árboles haciéndolas brillar fugazmente antes de llegar a las aguas. A pocos metros de la resplandeciente sensualidad de la reina mora, el atrevido mozo, encamado entre chaparros, sufría extasiado ante la revelación de aquel cuerpo desnudo que iniciaba su baño ignorante de saberse contemplado. Se repetía el rondador que aquella imagen sólo podía ser mismamente la tan celebrada hermosura del mundo.
¡Cómo centelleaba todo el cuerpo a la luz de la luna! En el agua, sus manos, versos que nacían en la poesía de sus brazos, dibujando arabescos en la superficie del Guadalén. Una mano invisible punteaba melancólica la cítara, quejábase ésta dulcemente.
Conoció nuestro temerario y anónimo héroe que nunca volvería a ser feliz. Un loco y quimérico amor lo había encadenado para siempre jamás. Amor incontenible e imposible. Bebían con fruición sus ojos las formas de la reina mora que con infantiles carcajadas chapoteaba en aguas de poco fondo y, en remirándola, su corazón era presa de violentos y desconocidos temblores.
Más no hay que tentar a los hados protectores de los débiles y enamorados. Estos colosos vigilantes del orden establecido… –arteros huronean y hociquean por doquier que no se rompa la armonía y el equilibrio–... ya no veían con buenos ojos las continuas escapadas del humilde gañán, que al caer las noches marchaba a escape a violar el baño de la reina mora. Apuntaba muy alto el infeliz.
La última noche de su deleite, la de su perdición, cobijado lanzaba sus silenciosos suspiros preñados de aromas de romero, jara y retama. Levitaba místico en nubes amorosas, cuando poderosos brazos lo sujetaron violentamente. Oyéronse gritos, maldiciones y blasfemias. Ilumináronse las almenas del castillo y dióse la voz de alarma con gran tumulto.
Las esclavas unieron sus gritos estridentes por la aparición del intruso a los de la reina mora al saberse espiada en su intimidad. Cubrierónla rápidamente emprendiendo regreso al alborotado Montizón. No hubo piedad para el osado enamorado, su desatino amoroso lo había traicionado. Su amor y la imprudencia de conocer lo vedado lo conduciría a la muerte.
Encerrado en una mazmorra de los subsuelos del castillo le dieron terrible y cruel tortura sujetando con fuertes cáñamos su cabeza alzada e inmovilizada. Sobre ella un extraño artilugio lleno de agua que de forma continua y mortal dejaba caer una gota de agua sobre la frente del muchacho, el horrible tormento de la gota a gota. Albas y ocasos oyeron sus desgarrados alaridos.
Algunos servidores del castillo hicieron saber en Torre de Juan Abad que el infeliz enloqueció con el martirio antes de morir en larga agonía con el cráneo taladrado. Aquella dramática y galana noche de luna llena, la reina mora desapareció, no volviéndose a tener noticia de su belleza. Marchó sin saber de la vida de su enamorado. Lo que no tiene nombre no existe.
Queda para nosotros la poesía de luna de Montizón y el reflejo de las aguas del “Baño de la Reina Mora”. Y dicen que en el silencio de las lunas llenas, por esto parajes se oyen misteriosos suspiros de amor... Soñemos.
Marcel Félix de San Andrés

martes, 18 de abril de 2017

DAMAS BLANCAS, LA DAMA DE LOS MONTES

Exposición Mitología y Superstición en La Mancha. Damas Blancas M. Félix
En casi toda Europa abundan las leyendas e historias que narran la existencia de misteriosas mujeres vestidas con prendas blancas y luminosas. Estos espíritus tutelares de los bosques se conocen genéricamente como damas blancas. En general se las describe como bellísimas jóvenes, vestidas con túnicas de gasa blanca que socorren a los viajeros extraviados en la inmensidad de los bosques. Quienes las han visto afirman que tienen largas y sedosas melenas rubias, una figura esbelta y ojos azules que brillan como estrellas, llenando el alma de una paz infinita.
En la mitología europea, las damas blancas son genius loci, seres que protegen un sitio en particular como es el caso de los bosques. A pesar de haber cientos de relatos sobre ellas son tutelares difíciles de ver y advertir pues, según la tradición, solo se muestran abiertamente a los nacidos en domingo y son portadores del talismán mágico y a los bebés que son besados por una dama blanca en el momento de su alumbramiento.
En general, todas las leyendas coinciden en que sus lugares favoritos para vivir son los bosques, especialmente aquellos donde nieva, ya que así pueden pasar desapercibidas camuflándose en el blanco paisaje. Los bosques, castillos y cuevas ocultas son la mágica morada donde reposan y descansan cuando no tienen ninguna tarea que realizar y están ociosas.
Las damas blancas son hadas generosas de gran corazón, están siempre dispuestas a ayudar a los mortales que demuestren ser merecedores de su misericordia, ellas consuelan a los perdidos y ayudan a buscar la salida a quienes se sienten presos dentro de una gran pena. También son solidarias con las mujeres parturientas, sobre todo cuando el parto es particularmente difícil. Los bebes nacidos bajo la protección de una Dama Blanca tienen la capacidad de poder verlas siempre que lo deseen. Si bien son tutelares de gran corazón, dulces y pacíficas por naturaleza, su bondad es absolutamente comparable con la ira que pueden albergar en sus delicados cuerpos. Cuando alguien las exaspera, molesta u ofende, ellas no dudan en helar su corazón con tan solo una penetrante mirada.
Una leyenda alemana relata que un niño pequeño se internó en el bosque para jugar y, distraído, se adentró demasiado, perdiendo el camino de regreso a casa. Cuando se dio cuenta de que estaba perdido y que nadie respondía a sus llantos y ahogados gritos de auxilio, por entre los árboles apareció una bellísima mujer vestida de blanco, con el pelo rubio brillante como un rayo de sol. Se le acercó, dulcemente tomó su mano y lo condujo caminando hasta el final del bosque, donde le mostró el sendero que lo llevaba de nuevo a su hogar. Antes lo besó suavemente en la mejilla y lo dejó partir. Leyendas muy parecidas a esta se repiten en distintos puntos de la geografía manchega.
Según las regiones y territorios se les da a las damas blancas características divergentes y hasta muy antagónicas. Así en la Europa del norte se las considera tutelares de buen augurio y existe la certeza de que quien las ve tendrá siempre la fortuna de su lado. Contrariamente a esta tradición, en España la presencia de estas mujeres está ligada en ocasiones al mundo de los fantasmas, por ello es común encontrar damas blancas en leyendas urbanas, como aquélla que advierte sobre una misteriosa mujer vestida de blanco haciendo autoestop. En Ciudad Real se narran experiencias sobre la joven que se aparece en la carretera de Toledo y que se considera puede estar  relacionada con el cercano, hoy desaparecido, sanatorio de la Atalaya.
En general, en nuestro país son personajes femeninos, a la vez ambiguos, que participan de las características de los fantasmas, los duendes y las encantadas. Constantino Cabal se refiere a ellas diciendo: “y las hadas son los muertos... y las hadas y los muertos siempre llaman por su nombre a las personas que necesitan... la leyenda céltica confunde todos los rasgos de las hadas y los muertos, lo mismo que la latina unificó las fatas con las parcas en una sola personalidad”.
En Galicia, existe desde siempre la Xa, mezcla de fantasma y hada que en las aldeas son fantasmas que se meten con la gente, estorban en los molinos, roban las heredades y ordeñan las vacas en las cuadras.
Es muy probable que el mito viajara por toda España con los desplazamientos de las gentes del norte hacia el centro y el sur de la península Ibérica personalizándose, eso sí, en cada comarca y/o municipio. En Puertollano, según nos contó Teodora Fernández, su madre le habló de una Dama Blanca que se veía la noche de San Juan recorriendo el paseo de San Gregorio.
La Dama de los Montes. Nuestra particular y asombrosa dama blanca manchega la encontramos en la Dama de los Montes, extraña mujer que vive en las espesuras de los bosques y los agrestes roquedos, y aparece de forma misteriosa para proteger a los niños extraviados. En otros lugares de la provincia (Porzuna, Herencia, Ruidera…) donde se tiene noticia de leyendas y fábulas que hablan de esta misteriosa mujer se la conoce también como “la Vieja de la Sierra”.
En Villamanrique se cuenta la aventura de un niño que se perdió en el monte buscando leña y se salvó porque una desconocida señora le resguardó del frió y le protegió de los lobos. El niño no supo dar más datos sobre su misteriosa benefactora y en el pueblo caló la leyenda de la Hermana de la Sierra.
Famoso en Ruidera fue el extravío de un niño de trece años: “que lo estuvieron buscando to el día, dando voces por el monte y al caer la noche dejaron de buscarlo. Al día siguiente ya lo daban por muerto, porque por la noche había nevao algo y después heló mucho. Y no sé si vieron pisás y las siguieron, pero lo cierto es que se lo encontraron al abrigo de unos riscos de la peña del Babián, pero aquí abajo dando casi vistas a Ruidera. Cuando lo vieron tan campante se quedaron desconcertados y le preguntaron si había pasado mucho frío, a lo que la criaturica les contestó: que había estao muy calentico porque lo había tenido arropado toa la noche una mujer…”.
Pervive en la memoria de los niños salvados como una hermosísima joven, que en ocasiones adoptaba la figura de una anciana de serena belleza. En todos los casos se le atribuye una maternal ternura, de palabras muy dulces y voz suave, que al momento hace desaparecer las angustias.
En su tiempo, el acontecimiento de la pérdida y posterior aparición de los niños tuvo mucha resonancia popular en sus respectivos pueblos, imaginándose y planteándose múltiples hipótesis. Hay quién ve en ellos milagrosas manifestaciones marianas; otros, la gran mayoría, por el contrario, creen que son fantasías infantiles; los eruditos amantes de la mitología defienden que se trataba de primitivos duendes de los bosques; estudiosos foráneos afirmaron que eran sombras de ritos iniciáticos en lo más profundo del bosque primitivo; y los escépticos sostienen que no había nada de sobrenatural en aquellos casos, que tan sólo eran mujeres “desapartás” voluntariamente de la sociedad y de su tiempo.
En los cuatro casos recogidos por Carlos Villar Esparza en su libro Con Once Orejas, que no guardan relación alguna de parentesco, espacial ni temporal, son niños de corta edad que enviados por sus padres o bien por decisión propia, se adentran en la espesura del bosque, que siempre se halla en una sierra cercana al pueblo, en búsqueda de leña para su posterior venta y así ayudar a la mísera economía familiar o simplemente para consumo particular, todos desaparecen sin dejar huella alguna.
“En pos de la leña, los pequeños recolectores se adentran en la profundidad del bosque y, a la hora de la vuelta, se dan cuenta que se han extraviado y no encuentran, pese a los muchos intentos, el rastro del regreso. Perdidos, desesperados y desorientados los niños ven llegar las primeras sombras de la noche, y con ella empieza a helar. Los niños lloran, llaman angustiosamente a sus padres y piden auxilio con las pocas fuerzas que les quedan. Aúllan los lobos, andan de lobá, pues han olisqueado la carne de los niños y empiezan a acercarse.
Los niños buscan refugio junto a una gran roca o al abrigo de un árbol caído, hambrientos y aterrorizados se hacen un ovillo y permanecen inmóviles. Todo es negro y los niños están indefensos en la noche que murmura lúgubres bisbiseos. El hielo nocturno, mortal acariciador, les va cerrando los ojos. Y cuando todo parece perdido para los niños se produce el milagro.
Aparece junto a ellos una hermosísima joven o una ande serena belleza que con ternura les coge de las manos y les anima a que la sigan con dulces palabras. Ante la presencia femenina los lobos reculan temerosos y respetuosos.
La súbita protección de esta misteriosa mujer llena a los niños de una sensación de cálida placidez, de sentirse defendidos por la protección materna. “La Vieja de la Sierra” o “la Dama de los Montes” conduce a los niños a una acogedora cueva o a una humilde cabaña donde se sientan junto al fuego y la mujer les da de comer y les cuenta cuentos mágicos hasta que el sueño los vence”.
En el caso referido a Porzuna, “la Vieja de los Montes” da al niño bellotas como único alimento mientras le cuenta una maravillosa historia que el chiquillo, al encontrarse de nuevo entre los suyos, se niega a revelar. En Solana del Pino la extraviada fue una niña de apenas tres años. Estuvo desaparecida todo un día con su noche, fría noche otoñal, y a las primeras luces apareció en el camino asegurando que una mujer muy guapa le había dado de comer y la cobijó en su cabaña.
En todos los casos, los niños cuentan con naturalidad a sus familias la presencia salvadora de la dulce mujer y como han sido protegidos por ella. Los mayores, incrédulos ante el extraño relato, dudan de las palabras de sus hijos. Así cada uno de los sucesos ha quedado en cosas de niños, pues ninguno de los adultos había visto, ni vería jamás, a la reservada y bondadosa dama de los montes.
Carlos Villar Esparza cita a uno de aquellos pequeños, conocido como “el hermano perdio”, que fue protagonista de una de estas aventuras a principios de 1940 y que fue salvado por esta especie de ángel tutelar. El protagonista vive aún en una ciudad española muy distante de su pueblo manchego, y sigue arraigado en su memoria, como un día, siendo niño, le salvó “la Vieja de la Sierra”.

Marcel Félix de San Andrés

miércoles, 12 de abril de 2017

EL COCO

El Coco. Marcel Félix
El Coco. Son seres que asustan a los niños pero que no adoptan una forma definida. Grandes y negros, infunden pavor en los corazones infantiles desde sus primeras nanas. Nos han cantado y hemos cantado a nuestros hijos la nana que sigue: “duérmete, niño, que viene el Coco y se lleva a los niños que duermen poco”.
Antón de Montoro dice en su Cancionero (1445): “... tanto me dieron de poco que de puro miedo temo, como los niños de cuna que les dicen ¡cata el Coco!”.
Gonzalo Fernández de Oviedo, en su obra Sumario de la Natural y General Historia de las Indias (1526), hace derivar el nombre del coco, fruto tropical, del conocido asustaniños hispano: “el nombre de coco se les dixo porque aquel lugar por donde está asida en el árvol aquesta fructa, quitado el peçón, dexa allí un hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, e todos tres, vienen a hazerse como un jesto o figura de un monillo que coca, e por esso se dixo coco”. También aparece en la obra de Cervantes: “tuvo a todo el mundo en poco; / fue el espantajo y el Coco / del mundo, en tal coyuntura, / que acreditó su ventura/morir cuerdo y vivir loco”.
Sebastián de Covarrubias, en Tesoro de la Lengua Castellana (1611), da la siguiente etimología: “Coco: en lenguaje de los niños, vale figura que causa espanto y ninguna tanto como las que están a lo oscuro o muestran color negro, de Cus, nombre propio de Can, que reinó en Etiopía, tierra de negros”.
Su figura era utilizada para asustar a quienes no se querían ir a la cama, o a los niños de poco comer. El mito del Coco está extendido por toda la península y adopta formas particulares en distintos territorios, tal es el caso de Asturias (Bu, Caparrucia), Andalucía (Bute), Cataluña (Basarda, Papú), Murcia (Tío Saín), Baleares (Buboita)...
En algunas de las respuestas obtenidas en Villanueva de los Infantes por Carlos Villar Esparza, es retratado como: “hombre de aspecto pavoroso, encorvado de boca grande y pómulos prominentes, huesudo y ancho”, “hombre con aspecto de mono”, “hombrón de trazas pavorosas con el que se asustaba a los niños”.
En Torre de Juan Abad se decía de él, que era: “otro fantasmón que era el terror de los niños”. Se sabe de la debilidad del “Coco”: devorar con fruición de sibarita a los muchachillos que no llegaban a dormirse.
En Puertollano es “un monstruo de enorme tamaño, de grandes y afilados dientes y con garras muy afiladas que se lleva a los niños que no duermen…”. R. Pérez lo identificaba con “una especia de murciélago de gran tamaño que entraba volando por la ventana y te llevaba prendido entre sus garras”.
El “Coco” fue muy celebrado en las nanas maternas:
“Duérmete niño/que viene el Coco/y se come a los niños/que duermen poco”.
“Duérmete niño/que viene el Coco/y se lleva a los niños/que duermen poco”.
“Duérmete niño/duérmete ya/porque a los niños que duermen poco/viene el Coco/y se los llevará”.

“Arrorró, mi niño duerme,/arrorró, que viene el Coco,/y se lleva enseguidita/al niño que duerme poco”.

jueves, 6 de abril de 2017

COCOS Y ASUSTANIÑOS MASCULINOS: EL SACAMANTECAS

El Sacamantecas. Marcel Félix
El Sacamantecas o Sacaúntos. La leyenda del Sacamantecas es una de esas que ha perdurado en el boca a boca del pueblo llano durante más de un siglo. En nuestros días, esta historia ha quedado como un viejo y apolillado mito, pero, durante décadas, la leyenda del Sacamantecas aterrorizó a los niños y no tan niños de toda España. En gran medida por culpa de los padres que encontraron un filón en ella para mantener a sus hijos a raya, inculcándoles, en lo más hondo de su imaginario, que en el momento menos pensado, un ser monstruoso aparecería para secuestrarlos si permanecían en las calles a horas poco adecuadas o incumpliendo las órdenes de sus progenitores. Incluso se llegó al punto de poder convocar al Sacamantecas a placer, amenazando a los niños con que vendría a llevárselos si no se portaban bien.
También llamado Tío Sacasebos. En Asturias se le llamaba Home del Untu (Hombre de la Manteca) o probe (pobre) o Probe l’Untu. En Cantabria, Sacaúntos (Sacamantecas). En Badajoz se hablaba del Tío del Sebo. En Valencia es llamado Greixer, Greixet (de greix: grasa), lo Saginero (de sagí: manteca), l’Home de la Sangueta (hombre de la sangrecita, de sang: sangre). En Andalucía es llamado Mantequero.
Si las descripciones de algunos personajes de nuestra mitología popular son inconcretas y difusas... el Sacamantecas está dibujado con toda suerte de detalles. Así nos lo recuerda Villar Esparza: “las mamás y las abuelas lo presentaban como un sindiós de figura maligna, hombre de edad indeterminada, de gran fealdad y con ojos que rebrillaban con el frío lunar. Barba cerrada, de varios días, desastrado en el vestir y llenas de lamparones sus ropas descoloridas. En ocasiones se cubría sus guedejas con un gran sombrero negro de ala ancha, y su punto de joroba con un viejo y raído ropón”... “sujetaba sus remiendos, más que pantalones, con una pita de la que colgaba amenazadora y amenazante hoz o un cuchillo de grandes dimensiones”... “rondador incansable, asomaba por los pueblos a cualquier hora del día o de la noche a la búsqueda y captura de niños que callejeaban o que deambulaban por la raya quiñonera. Sentía especial predilección por los muchachejos hermosotes y de abundante carne”... “siempre pasanteaba, observaba. Siempre aguardaba y desgraciado del mozo que desoyendo los consejos maternos entablaba conversación con él desaparecía del pueblo para siempre jamás”… “porque lo que caracterizaba fundamentalmente al Sacamantecas, a pesar de sus trazas, era la gran y meliflua habilidad que poseía para acercarse a la gente menuda, bien haciéndoles caer bajo el influjo de su palabrería amable y duz, bien engalgándoles con golosinas”.
Fue muy popular la creencia de que el unto humano, en particular el infantil, era un remedio de gran efectividad contra la tisis. Por ello el Sacamantecas vendía la sangre a una muy noble y alta familia de la corte. Hay quién mantiene que el Sacamantecas era un lacayo de la citada familia, cuyo primogénito y heredero estaba enfermo de un misterioso mal y que sólo lograría vencerlo, aconsejada por un perverso curandero, con esta cruenta terapia. Ya noche cerrada y acabado el cuento, más de uno se levantaba sobresaltado por el encuentro imaginario con el temido asustaniños.
Uno de los personajes locales equivalentes al Sacamantecas es el Tío de la Sangre, de quien se dice en Albadalejo que “era un ser cruel y tenebroso que se dedicaba a la degollina de niños solitarios” y en Villanueva de los Infantes que eran “personas que mataban a los niños y les sacaban la sangre para curar la tuberculosis. Entre estas personas hubo una que se llamaba Boni, que era famosa sacando la sangre a los niños… aunque la Boni procedía de Barcelona”. Otro testimonio lo describe: “personaje seco, enjuto, de tez morena y cuchillo”.
En Fuencaliente, una informante describe al Sacamantecas tal como lo imaginaba de niña: “… era un señor vestido al estilo del siglo XVII, con elegante sombrero, que atravesaba las paredes como un fantasma hasta llegar a las habitaciones de los niños”. En Mestanza, según A. V, “… los sacamantecas despiezan a los niños como si fuesen cerdos, para sacarles las mantecas; cuando los niños se acercaban a lugares peligrosos, especialmente el río Montoro, era probable que los atraparan los sacamantecas”.
Cuenta A. C: “… en Alamillo, cuando yo era niño e íbamos a coger ranas al río Alcudia, cerca de la estación del tren, siempre nos avisaban los mayores, y entre nosotros, tened cuidado con el Sacamantecas, lo que nos sumía, a mí por lo menos, en el terror. Siempre estábamos pendientes de su próxima aparición, cosa que, claro, nunca sucedía. Todavía pronuncio su nombre con respeto, por no decir, con miedo”.
En Agudo, según recuerda Pedro R.: “la estrella entre los asustaniños eran el Tío del Saco y el Tío del Sebo. Recuerdo que yo no sabía qué era eso del sebo. Los identificaba con un viejo con gorra que iba con un saco vendiendo cosas para la casa”.
Según A. Leal, de Daimiel, su abuela decía a su padre “no vayas solo a la ermita, que te coge el Sacamantecas y te mete en un saco”.
El personaje, al igual que el Hombre del Saco, tiene su origen en hechos históricos: sujetos que asesinaban a personas para extraer manteca, cosa que ocurrió en tiempos de la Inquisición y aún hasta bien entrado el siglo XX. Estos crímenes se narraban en las coplas de ciego. Se asustaba a los niños con ellos para evitar que se acercasen a desconocidos.
El Sacamantecas fundamenta su poder en hechos reales que el pueblo mitifica y dramatiza hasta convertirlo en un celebrado y terrorífico monstruo. Gerald Brenan lo encontró y describió en su retiro alpujarreño de Yegen: “en Andalucía, el Mantequero (Sacamantecas) es un monstruo feroz, formado externamente como un hombre normal, que vive en deshabitados parajes salvajes y se alimenta de grasa humana o manteca”.
LEYENDA DEL SACAMANTECAS. El mito tiene orígenes reales, aunque curiosamente, tan solo un niño fue asesinado por quienes dieron origen a esta leyenda. Los sacamantecas u hombres del saco fueron asesinos reales de finales del siglo XIX y principios del XX. El principal fue Juan Díaz de Garayo, rudo agricultor Alavés con rasgos físicos más típicos de un homínido primitivo que de una persona de esa época.
El tal Díaz de Garayo fue un asesino y violador de mujeres, en su mayor parte prostitutas, a las que rajaba el vientre de forma atroz. Declaró seis muertes, aunque se piensa que fueron muchas más por lo espaciado de algunos de sus crímenes.
Como anécdota y para imaginar el rostro y los rasgos tan inusuales y terroríficos de este hombre, su captura se debió a que una niña al cruzárselo por la calle y ver su horrendo rostro imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser el Sacamantecas que estaba asolando con sus crímenes aquellas tierras y se puso a gritar señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado algún tipo de abuso sobre la niña, lo llevó al cuartelillo, donde Díaz de Garayo se vino abajo y confesó sus crímenes. Al final, fue condenado a muerte y ajusticiado en Garrote Vil.
Pero el apodo de Sacamantecas, viene de casi un siglo antes y el su artífice es Manuel Blanco Romasanta, conocido también como el hombre lobo de Allariz. Este personaje nació en el año 1809 en un pueblecito de la Galicia profunda. Primero fue sastre hasta que enviudó y se dedicó a la venta ambulante de untos o grasas (durante mucho tiempo, los untos se usaban para el engrase de ruedas de carro y mecanismos diversos, como molinos y norias). En este punto es cuando fue acusado por los lugareños de que las grasas que vendía eran de origen humano y fue acusado y condenado por la muerte de un alguacil. Aquí comienza la rocambolesca historia de este hombre que se escapa de la justicia y durante su búsqueda, asesina a nueve personas más infringiéndoles terribles heridas con sus propios dientes e incluso comiéndose parte de sus cuerpos al más puro estilo del hombre lobo.

Fue detenido en la provincia de Toledo y condenado a muerte, pero un hipnólogo francés pidió a Isabel II que revisara la causa y le permitieran estudiar lo que parecía un caso de licantropía, desorden psicológico poco conocido en la época. La pena de muerte se transmutó en cadena perpetua. Romasanta moriría años después en la cárcel de Allariz.

lunes, 3 de abril de 2017

COCOS Y ASUSTANIÑOS MASCULINOS 1: EL HOMBRE DEL SACO

El Hombre del Saco. Marcel Félix
Son múltiples los asustaniños de nuestra infancia, personajes ideados por los mayores con el fin de atemorizarnos y conseguir nuestra obediencia. A veces el mito fue realidad antes que mito y sirvió para inspirar los personajes locales. En La Mancha, al igual que en el resto de España, la lista es suficientemente larga por lo que nos centramos en los más conocidos.
EL HOMBRE DEL SACO. Es un Coco muy extendido en España. En asturiano, Home del Sacu; en valenciano, Home del Sac. La versión murciana es el Tío Saín, Tío del Saco o el Tío Garrampón, estas dos últimas menos frecuentes. Atraían a las criaturas, bien con suave música, bien con su teatrillo ambulante o con cualquier otro medio de distracción. Cuando el pequeño se dejaba convencer y le acompañaba, el malvado lo conducía a un lugar oscuro y apartado donde le retorcía el cuello. Entonces introducía el cuerpo del pequeño en el saco y se lo llevaba.
Era muy fácil para los adultos hacer creer a los niños en este personaje ya que raro era el pueblo por el que no pasaban, de vez en cuando, forasteros cargados con algún fardo. Quizás por eso, por ser diferentes en cada pueblo, no hay unas características concretas y definidas de este personaje y lo único común es el saco en el que se llevaba a los niños desobedientes. El Hombre del Saco o Viejo del Saco es un mito popular aún presente en alguno de nuestros pueblos.
Se le representa como un hombre que vaga por las calles, cuando ya ha anochecido, en busca de niños extraviados para llevárselos en un gran saco a un lugar desconocido. Es similar al Coco e identificable con el Sacamantecas, ya que tiene el mismo origen, y se utiliza como argumento para asustar a los niños pequeños y convencerlos de regresar a casa a una hora temprana.
En La Mancha tiene “aspecto huraño, con un saco a las costillas donde iba metiendo niños”, “tío malo, que a menudo decía ¡qué te meto en el saco! venía comprando pieles y pellejos”, “hombre de mal aspecto, corpulento, que era capaz de meter a los niños en un saco y llevarlos de pueblo en pueblo”. Otra descripción dice que era un hombre de aspecto muy huraño, que llevaba un saco colgando donde metía a los niños que iba encontrando. En Soria hay una canción que hace referencia a este personaje:
“Antón, Antón, no pierdas el son,
porque en La Alameda
dicen que hay un hombrón, con un camisón
que a los niños lleva”.
Un informante de Alamillo afirma: “… lo imaginaba como un hombre muy alto, de mediana edad, calvo, de mirada aterradora, fornido, que llevaba un gran saco al hombro, y en las noches frías se llevaban a los niños que se portaban mal”.
“Cómetelo todo o vendrá el Hombre del Saco”. Son incontables las ocasiones en que habré escuchado esta frase por boca de mi madre. Fui un niño de “poco comer y de mucho imaginar”, al que se consideraba propenso a la locura (te volverás loco como Guerrero, me decían) por mi afición a la lectura.
Carmelo Sánchez es originario de Andújar pero pasó toda su infancia en una gran finca próxima a Fuencaliente. Sus padres le advertían que “no se acercara a extraños porque se lo llevarían en un saco para comérselo”.
Carlos Villar Esparza, recuerda una rara singularidad sobre este personaje en Cózar. Allí, de este individuo diabólico se contaba que, “iba recorriendo los pueblos metiendo a los niños en el saco, pero en este caso, los desdichados zagales que eran metidos en él, desaparecían. Se volvían invisibles… y se convertían en duendes. ¡Ah!… y el saco jamás se llenaba, por muchos niños que el peligroso personaje introdujera dentro”.
En Cataluña adopta formas particulares como la del Caçamentides. Se contaba que cuando las mentiras salían de la boca, adoptaban la forma de un pajarillo. Al encontrarlo el cazador de mentiras se iba con él a buscar al mentiroso, al que cogía con sus dedos metálicos y lo metía en el saco. Cuando tenía suficientes se los comía, ya que necesitaba engullir siete docenas diarias.
LEYENDA DEL HOMBRE DEL SACO. Tiene su base en un crimen cometido en 1910, en Gádor, un pueblo de Almería.
Francisco Ortega el Moruno estaba gravemente enfermo de tuberculosis y buscaba desesperadamente una cura. Acudió a una curandera, Agustina Rodríguez, quien al ver el caso lo mandó a Francisco Leona, barbero y curandero que tenía antecedentes criminales.
Leona le pidió tres mil reales a cambio de la cura y le reveló el remedio: tenía que beber la sangre recién extraída de un niño sano y ponerse en el pecho emplastos de sus mantecas aún calientes. Le prometió que de esa forma sanaría enseguida.
Leona, además, se ofreció a buscar al niño y tras ofrecerle dinero a varios campesinos a cambio de sus hijos de manera infructuosa, salió junto con el hijo de Agustina, Julio Hernández el tonto, en busca de algún niño extraviado.
En la tarde del 28 de junio de 1910 secuestraron a Bernardo González Parra, de siete años, que se había despistado mientras jugaba con sus amigos y se había separado de ellos. Leona y Julio lo durmieron con cloroformo, lo metieron en un saco y lo llevaron al cortijo de Ardoz, aislado del pueblo, que Agustina había puesto a disposición del enfermo. Otro hijo de Agustina, José, fue a avisar a Ortega, mientras en la casa se quedaba su mujer, Elena, preparando tranquilamente la cena.
Una vez que todo el mundo estuvo en la casa, sacaron a Bernardo del saco, despierto pero aturdido, y le realizaron un corte en la axila para sacarle sangre, que recogieron en un vaso. Mezclada con azúcar, Ortega se bebió la sangre antes de que se enfriara. Mientras, Julio mató al pequeño golpeándole la cabeza con una gran piedra. Leona abrió el vientre del niño y le extrajo la grasa y el epiplón, y lo envolvió todo en un pañuelo que puso sobre el pecho de Ortega. Una vez terminado el ritual, ocultaron el cuerpo en un lugar conocido como Las Pocicas, en una grieta en la tierra, y lo taparon con hierbas y piedras.
Al realizar el reparto de dinero, Leona intenta engañar a Julio y no le paga las cincuenta pesetas que le prometió por el asesinato. Éste decide vengarse y le cuenta a la Guardia Civil que ha encontrado el cuerpo de un niño por casualidad mientras cazaba liebres. Detuvieron a Leona por tener antecedentes, que a su vez culpó a Julio, aunque al principio había declarado que solo presenció el crimen desde unos matorrales. Al final los dos hombres confesaron.

La Guardia Civil detuvo a todas las personas implicadas en el asesinato del pequeño Bernardo. Leona fue condenado a garrote vil pero murió en la cárcel. Ortega y Agustina fueron también condenados a la pena máxima y ejecutados. José fue condenado a 17 años de cárcel y su mujer, Elena, fue absuelta. Julio el tonto fue condenado.
Marcel Félix Sánchez

El Molino del diablo

Más de un siglo hace que las aguas del río Guadalmez ya no mueven las piedras del viejo molino, y ese mismo silencio ha desterrado de l...