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LA LEYENDA DEL SACAMANTECAS

Ilustración del Sacamantecas
El mito tiene orígenes reales, aunque curiosamente, tan solo un niño fue asesinado por quienes dieron origen a esta leyenda. Los sacamantecas u hombres del saco fueron asesinos reales de finales del siglo XIX y principios del XX. El principal fue Juan Díaz de Garayo, rudo agricultor Alavés con rasgos físicos más típicos de un homínido primitivo que de una persona de esa época.
El tal Díaz de Garayo fue un asesino y violador de mujeres, en su mayor parte prostitutas, a las que rajaba el vientre de forma atroz. Declaró seis muertes, aunque se piensa que fueron muchas más por lo espaciado de algunos de sus crímenes. Como anécdota y para imaginar el rostro y los rasgos tan inusuales y terroríficos de este hombre, su captura se debió a que una niña al cruzárselo por la calle y ver su horrendo rostro imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser el sacamantecas que estaba asolando con sus crímenes aquellas tierras y se puso a gritar señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado algún tipo de abuso sobre la niña, lo llevó al cuartelillo, donde Díaz de Garayo se vino abajo y confesó sus crímenes. Al final, fue condenado a muerte a ajusticiado en Garrote Vil.
Pero el apodo de Sacamantecas, viene de casi un siglo antes y el su artífice es Manuel Blanco Romasanta, conocido también como el hombre lobo de Allariz. Este personaje nació en el año 1809 en un pueblecito de la Galicia profunda. Primero fue sastre hasta que enviudó y se dedicó a la venta ambulante de untos o grasas (Durante mucho tiempo, los untos se usaban para el engrase de ruedas de carro y mecanismos diversos, como molinos y norias). En este punto es cuando fue acusado por los lugareños de que las grasas que vendía eran de origen humano y fue acusado y condenado por la muerte de un alguacil. Aquí comienza la rocambolesca historia de este hombre que se escapa de la justicia y durante su búsqueda, asesina a nueve personas más infringiéndoles terribles heridas con sus propios dientes e incluso comiéndose parte de sus cuerpos al más puro estilo del hombre lobo.

Al final fue detenido y condenado a muerte, pero un hipnólogo francés pidió a Isabel II, que revisara la causa y le permitieran estudiar lo que era un claro caso de Licantropía, un desorden psicológico bastante desconocido en la época. La pena de muerte se transmutó en cadena perpetua. Romasanta moriría años después cumpliendo condena en la cárcel de Allariz.

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