Cuentan que por tierras de los Campos
de Montiel, hace muchos años, existió un cortijo donde un gañan llamado
Escamilla se esforzaba en arar la tierra un día de frío otoñal. Era noviembre y
la yunta le costaba Dios y ayuda seguir con la labor en aquellas tierras
apelmazadas por las lluvias caídas recientemente.
Ilustración tesorillo mágico |
En cierto momento los animales
detuvieron sus esfuerzos, el arado se había enganchado en algo que les impedía
continuar. Pese a los esfuerzos de Escamilla que, con la vara fustigaba una y
otra vez a las mulas, estas eran incapaces de avanzar un milímetro. Fuera lo
que fuera donde estuviera enganchado el arado era de gran tamaño. Pese a los esfuerzos,
la yunta permanecía inmóvil. Viendo los fracasos, Escamilla, decidió liberar el
arado de la gran laja, que eso era lo que paraba el trabajo y a los animales.
Con habilidad consiguió su propósito. Al hacerlo encontró una pequeña hendidura
en la tierra y observó que en el fondo brillaba algo con resplandores dorados.
Alargó su brazo que apenas cabía por la grieta, tentó algo y lo cogió. Eran
grandes monedas de oro. Asombrado metió una y otra vez la mano por el agujero y
una y otra vez la sacó llena de monedas.
Sospechaba Escamilla que había
encontrado un tesoro enorme y creía que la parte principal aun se encontraba en
la angosta cueva cuya estrecha boca no le permitía entrar. Se dirigió
prontamente hacia su casa a buscar a su hijo pequeño, confiando en que él si
podría meterse por el agujero y sacar el resto del tesoro. Y tal como pensó lo
hizo.
Volvió al lugar del hallazgo
acompañado de su hijo y lo introdujo dentro de la cueva. El pequeño empezó a
sacar riquezas a manos llenas: oros, platas, joyas de todo tipo…pero, lenta,
muy lentamente el agujero comenzó a achicarse.
El primero que detectó lo que pasaba
fue el niño que gritando pedía a su padre que lo sacara de aquella trampa que
se cerraba a ojos vista. Los gritos del crío volvieron a Escamilla a la
realidad aunque ya era tarde porque la estrechez de la abertura impedía la
salida de su desdichado hijo. Y la tierra se tragó a su víctima.
Los ancianos canturrean aún: - “Escamilla enriqueció… pero un hijo le
costó”-. Refieren que aquella desgracia fue un castigo de las “cosas malas” que habitan en lo hondo de
la tierra, causado por la avaricia de Escamilla, pues ellas son las celosas guardesas
de los tesoros ocultos.
Fuente Carlos Villar Esparza
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