jueves, 21 de diciembre de 2017

EL SOLSTICIO DE INVIERNO, MITOS Y TRADICIONES

Renacer del dios Sol en el solsticio de invierno
Los movimientos de nuestro planeta alrededor del Sol. Los solsticios y los equinoccios. Y su influencia en la Humanidad: dioses, mitos y tradiciones. Desde los ciclos agrícolas a las fiestas paganas, desde las similitudes de las deidades solares a las celebraciones romanas. ¡Ah! Y la Navidad.
Durante el solsticio de invierno (22 de diciembre) el Sol alcanza su cénit en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse, progresivamente, en detrimento de sus noches, hasta llegar al solsticio de verano, en que invierte su curso. El término solsticio significa ‘sol inmóvil’, ya que en esos momentos el Sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste.
El solsticio hiemal es el acontecimiento que vivifica la Naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del Sol y, con él, toda la Naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia, gracias a la fertilidad de la tierra. En el solsticio de invierno, todos los pueblos antiguos celebraban el nacimiento del astro rey mediante grandes festejos, caracterizados por la alegría general y acompañados de ceremonias colectivas, centradas en cantos y danzas rituales y en la recogida de ciertas plantas mágicas, como el muérdago. Las grandes hogueras tenían la función de provocar el calor y la fuerza de los rayos de un sol recién nacido, que encaraba su curso hacia la primavera, inundando la tierra con su poder regenerador. Otro tanto sucedía durante el solsticio de verano, época adecuada para mostrarle, al divino sol, el agradecimiento de quienes habían sobrevivido un año más, gracias a su generosa intervención en el ciclo agrícola y ganadero. Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron, sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades. Por eso, las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad.
Desde hace miles de años y para las culturas y sociedad más diversas, el solsticio de invierno ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. No es ninguna casualidad, por tanto, que el natalicio de los principales dioses, relacionados con el Sol (como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dioniso/Baco, etc.) fuese situado durante este período temporal.
En la antigua Grecia, el culto popular de Dioniso estaba repartido en cuatro grandes festividades: las dos primeras (las Dionisíacas de los campos y las Leneas) se celebraban alrededor del solsticio invernal, con carácter propiciatorio de la fertilidad/prosperidad y en medio de festejos, caracterizados por la gran alegría general. Las dos últimas tenían lugar en la primavera y festejaban la resurrección de la Naturaleza.
En Roma, la celebración de las Saturnalias (fiestas dedicadas a Saturno, padre de los dioses olímpicos y dios protector de la Naturaleza) duraba una semana. Después de la ceremonia religiosa, había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos; cesaba toda actividad pública (en tribunales, escuelas, comercios, operaciones militares, etc.) y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio, salvo el de la cocina; se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas, bien surtidas, a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos de azar, etc.
En los mitos solares de todas las culturas antiguas, ocupa un lugar central la presencia de un dios joven (Jesucristo en la religión cristiana), que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida de la Naturaleza.
Durante el solsticio de invierno, la imagen del dios egipcio Horus era sacada del santuario para ser expuesta a la adoración pública de las masas. Se le representaba como un niño recién nacido, recostado en un pesebre, con cabello dorado, con un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza.
Mitra, uno de los principales dioses de la religión hindú, objeto de un culto aparecido unos mil años antes de Cristo, cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (el dios Ormuzd) y el mal (el dios Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Era un dios que había nacido de madre virgen, en el solsticio de invierno, en una gruta o cueva, fue adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto y resucitó al tercer día.
Baco, otro dios solar romano, también estuvo destinado a cargar con las culpas de la humanidad, también fue asesinado y despedazado (como Osiris) y su madre también lo buscó (como Isis) y recogió todos sus pedazos y lo resucitó. Según la tradición, Baco moría despedazado en el equinoccio de primavera y resucitaba a los tres días.
En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección, ya que consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuando pudo haber acontecido. Durante el siglo anterior, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y el 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, etc. Pero el papa Fabián (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno. A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable, si se atendía a lo dicho por Lucas en su Evangelio: “Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y, de noche, se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz…” (Lucas, 2, 8-14). Si los pastores dormían al raso, cuidando de sus rebaños, para que el relato de Lucas fuese cierto y/o coherente, debía de referirse a una noche de primavera, ya que a finales de diciembre, en la zona de Belén, el excesivo frío y las lluvias invernales impiden cualquier posibilidad de pernoctar al raso con el ganado. Forzando la escena relatada por Lucas hasta el límite, otras Iglesias cristianas -ajenas a la católica como la armenia- fijaron la conmemoración de la Natividad en el día 6 de Enero, ya que, según su deducción, el relato de Lucas sí puede ser creíble, si se sitúa el nacimiento de Jesús un poco más tarde, en enero y en el Oriente Medio. Un tiempo y un lugar donde es muy probable la existencia de cielos nocturnos claros y sin borrascas, aunque todavía con mucho frío. Con el mismo argumento, otras Iglesias orientales, como la egipcia, griega y etíope, propusieron fijar el Natalicio el día 8 de Enero.
Entrado ya el siglo IV, cuando ya se había concluido el proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacia la figura de Jesucristo, se decidió fijar una fecha concreta. Dado que a Jesús se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en el que se celebraba el advenimiento de ese joven dios. De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de Diciembre, fecha en la que los romanos celebraban el Natalus Solis Invicti, el “nacimiento del Sol Invencible”, un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno. La fecha del 25 de diciembre fue fijada por el orbe católico como algo inamovible, aunque no fue aceptada por la Iglesia oriental que, aún hoy día, sigue celebrando el Natalicio de Jesús el 6 de Enero.
Con la instauración de la Navidad, también se recuperó en Occidente la celebración de los cumpleaños, aunque las parroquias europeas no comenzaron a registrar las fechas de nacimiento de sus feligreses hasta el siglo XII.

Marcel Félix de San Andrés Sánchez

miércoles, 13 de diciembre de 2017

SANTOS PROTECTORES. SANTA LUCÍA Y LOS RITUALES PARA PRESERVAR LA VISTA.

Santa Lucía 
Hoy abordamos contenidos relacionadas con la ‘mitología religiosa’, concretamente la devoción a Santa Lucía, mártir abogada de las enfermedades de la vista, a la que se tiene especial devoción en numerosos pueblos manchegos y a la que invocamos cuando tenemos algún problema relacionado con la salud de nuestros ojos. La imagen de la Santa siempre va identificada por sus atributos que la hacen fácilmente reconocible: la palma martirial y la bandeja con los ojos que hace referencia a una de las formas de martirio que la aplicaron. Es por ello que muchos lugares se acogen a su patrocinio celebrando su fiesta en la que se realizan una serie de rituales de gran trasfondo antropológico, y que muchas veces se mezclan con el campo de las supersticiones. Estas son algunas tradiciones de nuestros pueblos:
La devoción a Santa Lucía y su fiesta en Gerindote (Toledo). De siempre la Santa en este pueblo toledano ha recibido especial veneración. Es un fenómeno que no sólo se adscribe a la propia población sino que se extiende por otros puntos de la comarca que acuden hasta la iglesia de San Mateo, donde se venera la imagen, para pedir su protección. La Santa porta un exvoto de plata con forma de bandeja con unos ojos, que cada año en el día de su fiesta los fieles besan o se acercan a los ojos para pedir que les ayude a prevenir males en la vista. Además, cada 13 de diciembre después de la procesión en la que la Santa rodea la iglesia por el exterior, se da a besar una reliquia que este pueblo posee de Santa Lucía, aspecto relevante que demuestra que es grande la devoción que siempre se la ha tenido. Hasta Gerindote acuden gentes de los pueblos vecinos a venerar a la Santa, recuerdo cuando era niño que tras haberse sometido mi abuelo a una operación de la vista, mi abuela ofreció ir andando desde Torrijos hasta Gerindote y escuchar misa ante Santa Lucía. Los tres fuimos andando y cumplimos con la promesa.
En La Puebla de Almoradiel (Toledo), la imagen de Santa Lucía se venera en la ermita de Santa Ana. Goza de especial devoción entre los almoradienses que cada 13 de diciembre acuden para cumplir con un rito muy peculiar y propio de esta localidad: la tradición de “restregarse” el manto por los ojos para que la santa conserve la vista. Es curioso porque en este caso la Santa va revestida con un bonito manto rojo que adquiere ese tinte de milagroso y al que los vecinos de La puebla tienen un cariño especial. La ermita permanece abierta durante todo el día para que los devotos acudan a visitar a la Santa y a cumplir con esta tradición.
La fuente de Santa Lucía de Las Ventas con Peña Aguilera. Esta localidad monteña de la provincia de Toledo tiene señalado como especial el día 13 de diciembre en su calendario. El día de Santa Lucía es fiesta local por la gran devoción que se tiene en este pueblo a la santa siracusana. En Las Ventas cuenta con ermita propia a la que hay adosada una fuente cuyas aguas poseen un carácter curativo para los males de la vista. Ya en las Relaciones de Felipe II se recogía este hecho de la siguiente manera: “e ansi mismo hay una ermita de Señora Santa Lucía, de la cual hay un testimonio en que se cuenta que la gloriosa santa, en tiempos pasados, se apareció a una mujer por dos veces y le dijera que certificase y avisase a la justicia que a la sazón era, que fuesen a cierta parte que señalo, y que allí cavasen, y que luego hallarían una fuente y que, sobre ella, le hiciesen una ermita que se diga Santa Lucía, y que la dicha mujer lo denunciara a la justicia, y fueran adonde les dijo y cavaron y hallaron luego la dicha fuente, y allí se hizo la dicha ermita, la cual es principal y muy devota y el agua de la dicha fuente es agua que hace muy gran provecho para la vista de los ojos”. Por ello, los venteños encienden hogueras de tomillo la víspera de la fiesta por todo el pueblo con el fin de honrar a la santa.
La tradición de “ahumarse los ojos” en las hogueras de Santa Lucía en Fuente el Fresno (Ciudad Real). Los vecinos de Fuente el Fresno mantienen la creencia de que si ahúman sus ojos en las hogueras de tomillo que se encienden los días 12 y 13 de diciembre, quedarán preservados de cualquier mal de la vista por intercesión de Santa Lucía.
Santa Lucía bendita
La de los ojos hermosos
Si la envidia fuera tiña
Cuantos hubiera tiñosos
Así cantan los naturales de Fuente el Fresno a Santa Lucía con motivo de sus fiestas, que celebran cada 12 y 13 de diciembre. Y es que este pueblo manchego profesa especial devoción a la Santa que es abogada de la vista, aspecto que está estrechamente unido a varios de los ritos que tienen lugar con motivo de esta celebración.
Los Tomillos. Bajada de Santa Lucía a Fuente el Fresno
Las fiestas y romería de Santa Lucía en Fuente el Fresno también son conocidas con el nombre de “Los Tomillos” por ser esta planta aromática la protagonista de las hogueras que en esos días se encienden. Manda la tradición que cada 12 de diciembre hay que salir al campo a recoger el tomillo que por la noche arderá en las hogueras. Estas arden en la noche del 12, la víspera, y en la noche del día 13, festividad de Santa Lucía, siendo más habituales estas últimas. Aunque los fuenteros echan las luminarias en las puertas de sus casas, cada año hay dos hogueras oficiales que se encargan de encender los dos tomilleros o mayordomos. Éstos son una parte fundamental de la fiesta, son fuenteros que en cumplimiento de una promesa hecha a la Santa se apuntan en las listas para poder llegar a ostentar este cargo. La del tomillero es una figura que surge en los años 80 del siglo pasado a imitación de los mayordomos de Santa Quiteria, Patrona de Fuente el Fresno. Ya en los 90, debido a la larga lista de espera se acuerda que sean dos tomilleros en lugar de uno. Uno enciende la hoguera el 12 y otro el 13 por la noche después de la romería, y en ambas reparten la tradicional limoná y pastas, amenizado con música.
La peculiaridad de estas hogueras de Fuente el Fresno es que, al igual que en otros puntos de nuestra Región, se lleva a cabo un rito relacionado con el fuego, más en concreto con el humo que desprenden las hogueras. Manda la tradición que hay que “ahumarse los ojos” en ellas para así prevenir enfermedades de la vista por la intercesión de Santa Lucía. De esta manera los fuenteros cumplen con esta costumbre de pasar por la hoguera y dejar que el humo penetre en los ojos. Llama la atención el carácter “renovable” de este rito, a la vez extensible para otros muchos que tienen lugar en nuestros pueblos, pues se dice que cumpliendo con esta costumbre la vista queda protegida durante el año próximo, lo cual quiere decir que al año siguiente habrá que volver a ahumarse los ojos para prolongar esa gracia. También en relación a esa protección de la vista, en Fuente el Fresno con motivo de esta festividad se elaboran los “panecillos de Santa Lucía” que el párroco bendice, y que son tomados como algo sagrado que igualmente guardará al que los posee de cualquier mal relacionado con la vista. Estos panecillos llevan además una marca en forma de ojos, lo que les confiere ese carácter protector. Según cuenta José Luis Vera, antiguamente los elaboraban las modistas del pueblo por ser Santa Lucía la patrona de este gremio; en la actualidad los elaboran los tomilleros.
Otro aspecto curioso de esta tradición es la existencia de dos imágenes de Santa Lucía: la “nueva” y la “vieja”. Ésta última es la que se encuentra todo el año en la ermita del cerro, y la que se baja a la parroquia para rezar el novenario. El día 13 tiene lugar la Función, y acto seguido la imagen es subida en procesión al cerro de la ermita donde tendrá lugar la romería. Las mujeres por norma general son las encargadas de subir a la Santa. Allí tiene lugar la comida donde los fuenteros degustan productos típicos de la matanza así como las tradicionales gachas de pitos. Llegada la tarde, la imagen retorna al pueblo, esta vez a hombros de los jóvenes y al son de alegres canciones.
Los cantos son otro punto importante de la fiesta. Lo típico es que se canten en las hogueras al son de la zambomba por la proximidad de las Pascuas, cosa que en los últimos años se está perdiendo. En la actualidad las coplillas se cantan en la comida en el cerro y en la procesión de bajada en las paradas que se hacen. Reproduzco algunas de ellas de carácter religioso y profano:
“El ocho la Concepción
Y el trece Santa Lucía
Y el vinticinco del mes
Parió la Virgen María”

“Eché un limón a rodar
Y en tu puerta se paró
Y hasta los limones saben
Que nos queremos los dos”

“Madre yo me muero moza
Sin catar el chocolate
Hágame usted una cazuela
Siquiera pa que lo cate”
La costumbre de ofrecer exvotos de cera a Santa Lucía. En muchas de las iglesias de nuestra Región, en las que se venera una imagen de Santa Lucía, no nos será difícil encontrar exvotos de cera en forma de ojos, que han sido ofrecidos a la santa en acción de gracias por haber intercedido en alguna situación complicada relacionada con algún problema de la vista.
Estos ejemplos son una muestra de la gran cantidad de ritos y costumbres existentes en La Mancha en relación a la protección de la vista por intercesión de Santa Lucía.

textos: Jesús Del Castillo Martín

miércoles, 22 de noviembre de 2017

EL ENCANTAMIENTO DE LAS LAGUNAS DE RUIDERA

Don Quijote adentrándose en la cueva de Montesinos
El hechizo aún permanece en el hermoso enclave del Parque Natural de Las Lagunas de Ruidera. Escenario de las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. En el Parque Natural se encuentra también la literaria cueva de Montesinos, en cuyo interior Miguel de Cervantes sitúa el hechizo más famoso de la literatura española (capítulos XXII-XXIII de la segunda parte de El Quijote).
El insigne escritor relata que, dentro de la Cueva de Montesinos, Don Quijote fue testigo de los encantamientos del Mago Merlín:
“Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandaste en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de La Mancha, las llaman las Lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean”.
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Miguel de Cervantes.


jueves, 16 de noviembre de 2017

ANIMALES MALDITOS, EL SAPO. (y III) Fábulas, refranes y usos medicinales

Fábulas y refranes
Ilustración Leyenda del Sapo y el Uruburu
Una fábula de Babrio, cuyo título es “El sapo que se hinchó”, nos previene contra la presunción de seres insignificantes; en otra fábula de Fedro el sapo dice: “El más bello de entre todos los animales, ése es mi hijo...”. Iriarte, en la fábula LXI, El sapo y el mochuelo, nos advierte de que hay pocos que den sus obras a la luz con aquella desconfianza y temor que debe tener todo escritor sensato.
El sapo se entierra como medio de defensa o para protegerse del sol. Cuando llega el otoño se aletarga en la seguridad de un hoyo que él mismo excava haciendo de la tierra su refugio natural. Este hábito fue interpretado por Cantimpré del siguiente modo: “Se alimenta de tierra en peso y mesura, pues teme que la tierra le falte como alimento, y en él se simboliza a los avaros y ansiosos”. Esta misma idea se recoge en la tradición oral de Minho (Portugal). El refranero recoge esta errónea creencia, obviando que los sapos se alimentan de toda clase de insectos, larvas y gusanos, a los que atrapa con su lengua viscosa, aunque sorprenda el hecho de que puedan permanecer mucho tiempo sin alimento.
- El sapo, nunca de tierra está harto.
- Al sapo tierra.
- Al sapo darle tierra, y al hombre hembra.
- Una en la boca, otra en el sobaco, y otra en el saco, peor es de hartar que un sapo.
Con la llegada de las primeras lluvias, los sapos se ponen a buscar alimento. Su comportamiento, al igual que el de sus parientes las ranas, es de una estimable ayuda para los campesinos, pues sirven como predictores meteorológicos. Numerosos refranes se hacen eco de dicha aplicación:
- Al oír tronar, salen los sapos a bailar.
- Cuando canta el sapo al anochecer, buen día va a hacer.
- Cuando los sapos saltan anuncian agua.
- Cuando los sapos saltan o está lloviendo o de camino viene el agua.
- Los sapos cantando, buen tiempo están anunciando.
- Sapo cantor, buen tiempo de sol.
- Si canta el sapo antes de abril, todo el invierno sin salir.
- Si los sapos cantan en enero, cierra tu cillero.
Su aspecto tan poco agraciado proporciona al anfibio una imagen repulsiva y de fealdad como reflejan las siguientes paremias:
- Feo como un sapo.
- Es un sapo.
Además, las sustancias venenosas y cáusticas que segregan diversas glándulas de la piel y que le sirven para librarse de sus depredadores por los picores y la acción paralizante que ejercen en las mucosas de sus enemigos, terminan por completar el decorado de repugnancia.
La expresión echar sapos y culebras ofrece dos acepciones: “decir desatinos” y “proferir con ira denuestos, blasfemias, juramentos”. Según Lujan, en el libro Un paquete de cartas de Montoto, señala que estos animales son representaciones corpóreas de los mismos demonios del infierno y que salen de la boca de los endemoniados, que juraban, blasfemaban y maldecían de todo lo más santo cuando se les exorcizaba. Desde antiguo son conocidos los dibujos donde son representados los condenados, endemoniados y exorcizados arrojando sapos y culebras por la boca. Otra expresión familiar es pisar el sapo, denotando al que se levanta tarde de la cama o, en sentido figurado, al que no se atreve a ejecutar una acción por miedo infundado de que resulte algún mal.
Leyendas y supersticiones
El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, cuenta que en una ocasión la abuela envió al piojo a decirles a sus nietos que los señores de Xibalba deseaban jugar con ellos. Para que el mensaje fuera más rápido, el sapo, que estaba en camino, se ofreció a llevar al piojo dentro de sí y se lo tragó. Cuando llegó a su destino trató de vomitar el piojo sin éxito y los gemelos, creyéndolo mentiroso, le dieron puntapiés en el trasero y por esta razón lo tiene aplastado. Como en realidad el sapo no se tragó al piojo, sino que lo ocultó entre sus dientes, fue castigado y no se sabe lo que come, no puede correr y fue condenado a ser comida de culebras.
Una leyenda muy extendida por América cuenta cómo el sapo llegó a tener el aspecto actual, aunque en un principio tenía una espalda lisa y lustrosa. Ocurrió que el sapo y el uruburú fueron invitados a una fiesta que se iba a celebrar en el cielo de los animales. Después de hacer sus preparativos, el uruburú fue a burlarse del sapo. Lo encontró entre los juncos de un charco croando de la manera más melodiosa. Se saludaron los dos animales. El sapo decía que lo habían invitado por su gran habilidad de cantante. El uruburú dijo que también estaba invitado, para que el sapo se dejara de jactancias, y se fue convencido de que el animalito verde era un gran farsante.
Al otro día, muy de mañana, mientras el uruburú alisaba las negras plumas sentado en un arbusto, vio que se le acercaba el sapo. La guitarra del uruburú estaba en el suelo, pues la estuvo templando toda la noche. El sapo le dijo que él se iba ya de camino porque caminaba muy lento; en realidad, lo que hizo fue, aprovechando un descuido del uruburú, meterse en el instrumento. Cuando el uruburú levantó el vuelo estaba tan entusiasmado con lo de la fiesta que no se percató de lo pesado de su guitarra. Al llegar, los demás animales le preguntaron por el sapo, a lo que contestó que no creía que fuera posible que viniera, pues el sapo apenas si saltaba como para alcanzar el cielo. Dejó a un lado la guitarra esperando que llegara el momento de la música. Entonces el sapo salió de su escondite y apareció de improviso ante la concurrencia, más hinchado y orgulloso que de costumbre. Le recibieron con gran asombro, entre aplausos y felicitaciones, mientras se reían del uruburú.
Entonces comenzó la fiesta, había comida en cantidad y todos se llevaban bien. Estaban dedicados al baile, al canto y a la interpretación de sus instrumentos preferidos para que cada uno luciera sus habilidades. Entre todo el alboroto, el uruburú rasgueaba contento su guitarra y el sapo soltaba su “do” de pecho.
En el momento de más alegría, el sapo aprovechó para introducirse de nuevo en la guitarra. Terminó la fiesta y nadie notó su ausencia a la hora de las despedidas, sólo el uruburú, que le tenía rencor por haberlo puesto en ridículo. Le había visto y sin decir palabra tomó el instrumento y emprendió el regreso. Así es que cuando estuvo en el aire, se dirigió al sapo y le reprochó su conducta. En vano éste imploró perdón. El uruburú, lanzando el instrumento, dijo: “¡Si dios no le había dado alas era porque no deseaba que volase!”, y el sapo, inició su caída, que iba a dar como resultado unas espaldas manchadas y llenas de protuberancias de las que no pudo nunca curarse, porque cayó de espaldas contra unas rocas.
En la leyenda de El Sapo de piedra se narra cómo un sapo había comido la más grande y arenosa patata de una vieja que era medio bruja y cómo le echó la maldición al animal, diciéndole que se convirtiera en piedra. Los peregrinos que van a San Andrés de Teixido (Galicia), si ven por el camino un sapo se guardan mucho de hacerle mal, pues creen que es un alma en pena que viaja en esta forma a la ermita. Se cuenta que a las brujas gallegas se les descubre su condición porque en la niña de los ojos se le distinguen las patas de un sapo. En La Guardia (Toledo) se recoge la siguiente superstición: “Si una persona o un animal se encuentra bebiendo agua, en el campo, en cualquier arroyo o charca, y pasa por allí el escuerzo (sapo grande), éste envenena el agua y muere sin remedio quien la beba”.
En Asturias y Toledo, cuando llueve con violencia se cree que entre las gotas de agua bajan sapos y se los considera hijos de brujas, y por eso a las nubes obscuras y tormentosas las llaman “nubes de sapo”. Lo cierto es que después de su metamorfosis, los renacuajos recién convertidos en sapillos, a los tres meses abandonan el agua, comienzan a buscar alimento y se esconden durante el día en un escondrijo para protegerse del sol. Entonces, con motivo de las lluvias, tras un periodo de sequía, salen de sus guaridas, reuniéndose en número tan considerable que es imposible caminar sin pisarlos. Esta es la causa que explica la pretendida lluvia de sapos, en que muchas personas creen.
Barandiarán recoge la creencia según la cual los sapos que rodean una casa o la invaden son ahuyentados sembrando sal bendita en todo el contorno del edificio. Sin embargo, algunos campesinos, a pesar de la fealdad del sapo, se abstienen de maltratarlos porque le atribuyen buenos augurios. Incluso están convencidos de que traen consigo la felicidad cuando buscan refugio en los bajos de una casa recién construida.
Fórmulas populares, médicas y veterinarias
Las propiedades medicinales del sapo son descritas por autores antiguos como Eliano, que escribió lo siguiente: “El sapo contiene mucha sal volátil y mucho óleo. Usase externa e internamente en medicina, sus polvos son diuréticos y buenos para curar la hidropesía y provocar la orina. Esta facultad diurética de los polvos del sapo se descubrió casualmente -según cuenta Solenandro-, en la ciudad de Roma, donde había un hombre de quien se apoderó la hidropesía; su mujer, temerosa de los gastos de su curación, determinó acabarle con veneno. Con tal perverso motivo le suministro los polvos de sapo tostado y el hidrópico recobró la salud”.
El uso del sapo en la medicina popular se aplica a enfermedades de variada índole: dolor de cabeza, dolor de muelas, mordeduras de víboras y disentería, y en la veterinaria campestre se usa para la cojera de los caballos y para curar las heridas infectadas por larvas de moscas. La creencia de que los malos espíritus causan todas las enfermedades y la muerte, predomina en algunos de los distritos rurales de la República Dominicana. Por tal razón, los remedios que se usan para varias enfermedades pueden ser considerados mágicos o terapéuticos. Así, para curar la erisipela se aplica un sapo muerto suavemente sobre la parte afectada; después se amarra el sapo a la rama del árbol y a medida que el sapo se seca la enfermedad desaparece.
En algunos pueblos de la geografía gallega, el sapo cumplía a menudo una función mágico-medicinal. Para prevenir las hemorragias durante el parto se colgaba del cuello de la madre, sin que ésta lo notara, una bolsa con dos sapos vivos. Para curar las verrugas se frotaban con la barriga de un sapo vivo, que después era ensartado en una caña hasta secarse; desaparecían entonces las verrugas. En Valencia, para curar la fiebre de malta se seguía el siguiente tratamiento: se deja un sapo suelto por la habitación del enfermo durante dos días; transcurrido este tiempo, se mata y se pone en emplasto sobre el pecho del enfermo.
En Inglaterra las aplicaciones del uso de sapos o de sus partes han sido muy numerosas a juzgar por algunos ejemplos citados por Marino Ferro. En 1822 hubo un doctor en sapología que viajó por todo el país, cortaba las patas traseras de los sapos que le traían los enfermos y las encerraba en saquitos que colgaba alrededor del cuello de los que sufrían de escrófulas. Las bolsas se usaban hasta que se consumían por completo las patas allí guardadas.
El sapo que fue convertido en piedra por una bruja
Una muchacha de Gaddesden, que padecía de los pies desde su infancia, había perdido uno de los dedos y apenas podía andar por lo que iban a llevarla al hospital de Londres, pero una mendiga llegó a su puerta y oyéndola comentar su dolencia le dijo que cortara una de las patas traseras de un sapo y la pata opuesta de las delanteras y las pusiera en un saco de seda alrededor del cuello, que remediaría su dolencia, pero había que observar que al perder el sapo las patas, tenía que dejarlo suelto en libertad y conforme el animalillo se consumiera y muriese, el mal cedería y desaparecería por completo, tal como sucedió.
En el sur de Northamptonshire se cree que un sapo muerto y atravesado con un instrumento de acero afilado, metido en una bolsita y colgado al cuello, sirve para curar la fiebre y contener las hemorragias de la nariz. El Dr. Jessop refiere que “en julio de 1875 un ganadero enfermó de anginas y consultó a una curandera en Camelford, esta le prescribió que cogiese un sapo vivo, lo amarrase con un cordón alrededor de su garganta y lo tuviese colgado hasta que el cuerpo se desprendiese de la cabeza. De este modo la curandera le aseguró que no tendría más anginas”.
El Dr. Plowright, que ejerció la medicina en East Anglia durante muchos años, escribió: “En 1904 era costumbre curar por ensalmos en el distrito en donde yo vivía, y muchas enfermedades crónicas eran atribuidas por la gente a la hechicería”, como recoge Thompson. Uno de los procedimientos curativos empleados en casos de hemiplejía era meter un sapo con el dorso lleno de alfileres dispuestos en forma de círculo en doble línea en una botella de boca grande y enterrar después el animal mientras se halla vivo. Ello significaba la expulsión del demonio o espíritu maligno causante de la enfermedad después de haber abandonado el cuerpo de la persona.
Dée, médico inglés de Carlos I, creía en los poderes curativos del sapo hasta el extremo de sugerir la siguiente receta: “contra la incontinencia de orina en la mujer, producida por el desgarro de la vejiga en un parto laborioso, el polvo de sapo desecado o calcinado vivo, colocado en una bolsa sobre la fosita del corazón, cura con seguridad esta afección”.
El sapo está frecuentemente asociado a los maleficios preparados para dañar el ganado. En la Baja Bretaña se citan ejemplos recientes como el de un granjero cuyos caballos morían sin causa aparente, por consejo de un adivino, levantó una gran piedra que se encontraba por debajo de su caballeriza y vio un enorme sapo que saludó tres veces al que ofreció un pan blanco, tres velas de resina y tres monedas de cobre. El sapo desapareció en un instante, así como los presentes que le habían hecho y con él desapareció el mal de sus caballos.
Los campesinos atribuían un poder somnífero o calmante a polvos o a brebajes elaborados con el cuerpo de los sapos. Recetas que se han encontrado en libros del siglo XVII, que no estaban únicamente destinadas al pueblo, están fundadas sobre esta creencia. Se puede leer en uno de ellos: “Es necesario cortar de un tajo la cabeza de un sapo completamente vivo, y todo de un golpe, y dejarla secar observando que un ojo está cerrado y otro abierto; el que se encuentra abierto hace velar y el cerrado dormir”. Según Mizauld, médico del siglo XVI, el corazón de un sapo colocado sobre el pecho izquierdo de una mujer dormida permitirá descubrir sus secretos.
Cardán, médico italiano del siglo XVI, afirma haber usado al sapo contra la esquinancia con resultados satisfactorios. Para ello aplicaba un sapo cocido sobre la garganta en forma de cataplasma y daba tan excelentes resultados que por este medio ha curado a algunos enfermos que estaban en estado desesperado.
Es durante la terrible peste que asolaba Europa cuando el sapo, junto a otros animales tan despreciados como él, hace valer su condición de agente profiláctico. Para tener la seguridad de quedar indemne de la peste se recurría a llevar un amuleto resultado del siguiente compuesto: “Tómense tres o cuatro sapos grandes, siete u ocho arañas y otros tantos escorpiones, y póngase en una olla bien tapada, en la que permanecerán durante algún tiempo. Añádase después cera virgen, manteniendo bien tapada la olla; póngase a cocer a fuego lento hasta que forme un licor. Una vez obtenido, mézclese con una espátula y hágase un ungüento, que se colocará en una cajita de plata bien tapada, que hay que llevar encima”.
La medicina popular contemporánea hace todavía uso de los sapos. A menudo se recurre a ellos para que liberen al paciente de su enfermedad adquirida. En Poitou, el sapo es situado en la habitación del paciente para absorber el mal aire. En Marsella, se introducía en la del paciente con fiebre, porque atraía el mal hacia él; cuanto más corpulento y repulsivo, más grande es la dosis que aspira de la malignidad de la fiebre. Hasta época reciente, a decir de los chilenos, se recurría al escuerzo como remedio eficaz para la curación de las hemorroides. Para ello basta arrancarle una pata en vivo y, sangrante todavía, restregarla por el lugar afectado con la seguridad de sus efectos. Pero también es bueno coger un sapo vivo y freírlo en aceite; el líquido resultante de la fritura es un remedio infalible.
Contra la tiña se unta la cabeza del enfermo con tocino de cerdo y luego se espolvorea con las cenizas de un sapo secadas al horno. Las verrugas se eliminan frotándolas con la panza de un sapo vivo que es ensartado luego en una caña hasta secarse. Para el dolor de muelas se cree que colocando un sapo atado con un pañuelo de panza contra la mejilla se calma el dolor. Esta creencia tiene su origen en la Edad Media y fue exportada al continente americano por los conquistadores. La creencia tiene su base científica pues la piel del sapo, y en especial la del abdomen, segrega una sustancia de fórmula semejante a la adrenalina y noradrenalina que son vasoconstrictoras; por eso al agarrar un sapo parece frío debido a la vasoconstricción que produce. Colocado el sapo en la mejilla, sobre la zona afectada, se absorbe la sustancia simpática mimética a través de la piel de la cara y produce vasoconstricción, reduciendo el edema que comprime el nervio, que es lo que produce el dolor.
Cuando los senegaleses recorren las regiones de su país donde el sol abrasa, utilizan el sapo como refrigerante colocado sobre la cabeza. Conocedores de tal recurso, ya los médicos antiguos lo empleaban del mismo modo, contra las jaquecas.
La aplicación del sapo dentro de la medicina supersticiosa es vasta. Los huevos de sapo, ingeridos en una especie de caldo, sirven para combatir las colitis y toda clase de desarreglos intestinales. En Entre Ríos se bebe una disolución de cascaras de huevos de sapo, previamente secas y pulverizadas, para curar la disentería. Pero según Ambrosetti tales huevos son en realidad de un caracol del género Ampullaria muy común en agua dulce y lo chocante es que el efecto curativo se atribuye al sapo.
El sapo ha sido ajeno a toda suerte de infundios y, si su cuerpo en el campo de la hechicería ha servido para mil maleficios, sus costumbres y hábitos de vida lo han llevado al folklore de todos los pueblos, pero es en el terreno de la medicina y de la veterinaria donde ha ganado la gloria de recorrer todas las etapas de la cultura humana. Pocos médicos lograron sustraerse al encanto del sapo como material capaz de aliviar los dolores humanos.
Muchos ritos de protección preventiva del ganado han llegado hasta nuestros tiempos. Costumbre generalizada en toda Guipúzcoa para evitar que los animales tuviesen verrugas era encerrar un sapo vivo en una lata vacía, colgándolo del techo de la cuadra.
En 1986, el médico y bioquímico M. Zasloff observó que las ranas de uñas africanas casi nunca padecían infecciones, ni siquiera cuando los investigadores las sometían a operaciones quirúrgicas y luego las devolvían al agua turbia repleta de bacterias. Dos meses después de esta observación, descubrió que la piel de las ranas segrega una familia de antibióticos a los que llamó megaininas y que las protege de las infecciones. El descubrimiento es importante porque las bacterias, que son responsables de las enfermedades y de la muerte en el hombre, son cada vez más resistentes a los antibióticos. La mayoría de los sapos segregan fluidos defensivos y muchos de éstos tienen propiedades antibióticas. Esta es la razón por la que los curanderos chinos han tratado heridas, como irritaciones y mordeduras de perro, con secreciones de sapos, que a veces se obtienen rodeando a los batracios con espejos para que se asusten.
A pesar de los avances científicos, este anfibio ha sido víctima de injustas creencias por parte de las personas supersticiosas, que implacablemente lo rechazan por inspirarles horror su fealdad. Amén de atribuirles cualidades siniestras que no poseen, como una baba ponzoñosa, una orina corrosiva, una mordedura peligrosa u otros anatemas de este tipo, que sólo hallan refugio en su ignorancia, llevando su hostilidad hasta el extremo de perseguirlos.
Si en el árbol genealógico de la evolución de las especies constituye el grupo filético más primitivo de los vertebrados superiores, en el de la superstición y la leyenda su antigüedad corre pareja y es que el hombre, frente a la característica fealdad del sapo, sintió temor hacia el animal. En su mentalidad primitiva halló en la adoración y el respeto una manera de conjurar sus poderes sobrenaturales, de forma que en el transcurso de los siglos devino en persecución tenaz, que esperemos la ciencia consiga poner fin.

M. Félix de San Andrés

domingo, 12 de noviembre de 2017

ANIMALES MALDITOS: EL SAPO (II), CREENCIAS Y SUPERSTICIONES

Numerosos pueblos relacionan al sapo con la lluvia 
Para muchos pueblos el sapo sólo sirve para causar maleficio, sin embargo para otros es de origen divino y, como tal, ayuda y protege a los que creen en su poder benéfico. Pero lo singular es que los mismos que lo maltratan e infaman por un lado, por el otro lo veneran como un numen tutelar.
Entre los mapuches existe la creencia de que los sapos conservan el agua de las vertientes y los manantiales. Los antiguos araucanos tenían entre sus deidades a Ngenko, una especie de batracio al que reverenciaban como guardián de sus bebederos y anunciador de lluvias. Dentro del folklore araucano el sapo sigue siendo el símbolo del agua y su canto es un anuncio de lluvia. Ambrosetti recoge prácticas supersticiosas como la de arrojar sapos vivos al interior de las balsas para que conserven el agua, por ser ellos los que cavan las vertientes. En San Luis, para que llueva, cuelgan, por la pata, de un árbol o de un palo un sapo vivo, y en Entre Ríos, sobre una cruz de ceniza hecha en el suelo, lo estaquean con la barriga hacia arriba, clavándolo con espinas de naranjos, pues conocida es la creencia general que predice lluvias cuando los sapos gritan pidiéndola.
Diversas prácticas supersticiosas, de carácter mágico, siguen vinculando al sapo con la lluvia. La asociación íntima de los sapos con el agua le ha valido una gran reputación de custodios de la lluvia, e intervienen de forma muy importante en los encantamientos destinados a conseguir agua del cielo. Cuenta Frazer que algunos de los indios del Orinoco consideraban al sapo como dios o señor de las aguas y por esta razón temían matar a este anfibio. Cuando en Calchaquí se prolonga la sequía se remueven las piedras contiguas a las vertientes y manantiales y cuando se encuentra un sapo debajo de ellas se toma el animal y, atado con una cuerda a una pata, se le cuelga de la rama de un árbol, para que perezca porque no quiso o no supo llamar a las nubes. Otras veces se le clava una estaca en el vientre abultado, a fin de que lo abrase el sol, castigándole con una rama de ortiga para que se produzca el cambio meteorológico. Entonces el fetiche crucificado y castigado implora el auxilio de las nubes, produciéndose la lluvia, con lo que se obtiene su liberación. Estas macabras costumbres en que se mortifica y se flagela al sapo para que le brinde protección son consecuencia del miedo que inspira todo ser divinizado.
En Toscana (Italia) se considera un sacrilegio matar a los sapos. Una canción de esta región habla de la transformación de una bella doncella en un sapo; la madre sapo habla a su hija para consolarla animándola con la esperanza de casarse pronto con un príncipe:
¡Desdichado sapo! / El príncipe que te ama poco, / si no te ama, te amará, / cuando tú seas su esposa. El príncipe se casa con el sapo, que se transforma en una hermosa doncella. Con respecto a las supersticiones actuales, en Sicilia es interesante resaltar la creencia de que los sapos dan buena suerte. Aquel que no sea una persona afortunada en la vida debe conseguir un sapo y alimentarlo en su casa con pan y vino, un alimento consagrado. Se los considera duendes o hadas poderosas que han caído en alguna clase de maldición, y por lo tanto no pueden ser matados ni molestados, porque cuando se los ofende podrían venir por la noche y escupir sobre los ojos del ofensor, que nunca sanará aunque se encomiende a Santa Lucía. De ahí que el poeta Meli en su obra Fata Galanti aconseje a los campesinos no matar a los sapos. En recompensa por haberle salvado la vida, el sapo se le aparecerá poco después en forma de una bellísima mujer y le ayudará todos los días de su vida. En el Piamonte un cuento popular narra la historia en la que un sapo es la forma diabólica asumida por un hermoso joven; en Aldrovando se menciona varias veces el hecho de que las mujeres dieran a luz sapos.
Está muy extendida la creencia de que los humores que expulsan los sapos de su parte trasera cuando se les provoca son fatales y que no sólo puede envenenar a los hombres sino a las plantas sobre las que pasan. Se recomienda llevar puestos debajo de las axilas sapos disecados como amuletos para prevenir las plagas y el veneno. Lo curioso es que el sapo busca cobijo bajo la sombra de plantas que puedan prodigarle reparo a la vez que humedad, como la cicuta y la salvia, plantas que suelen ser, la primera venenosa y la segunda que, usada en exceso, puede resultar tóxica. Con estos antecedentes se ha ido forjando la leyenda de que envenenan todo lo que tocan.
En Minho y Douro Litoral (Portugal) pervive la añeja tradición según la cual si encontramos un sapo y nos mira, como su mirada es maligna, debe escupirse tres veces, repitiendo otras tantas, para que no nos nazcan sapinos en la boca o nos sobrevenga algún otro daño: Santos en mí / quebrantos en ti; / Todo mi mal / vuelva para ti.
Pero las creencias y supersticiones no terminan aquí, pues para muchos pueblos la presencia del sapo es anuncio de muerte. En el NO de Siberia, los nikhs de Sakhalin hacían imágenes de sapos con capullos en cada extremidad, para usarlos durante las fiestas conmemorativas de difuntos. En la Lituania del siglo XIX, las lápidas de madera se construían con forma de sapo, con un lirio sustituyendo a su cabeza. El sapo era un animal sagrado para Pagana, la diosa lituana de la muerte y la regeneración, siendo también su principal Epifanía. Ya en el siglo pasado, todavía se creía que si no se le trataba correctamente podía ser tan peligroso como la propia diosa. Si alguien le escupía y él podía recoger la saliva, el ofensor moriría con toda seguridad; si se le fustigaba, podía inflarse hasta estallar, liberando un veneno mortal; sólo con que dicho veneno tocase una parte desnuda del cuerpo, era suficiente para producir el envenenamiento y la formación de pústulas que empeorarían haciendo que la piel se desgarrase.
¡Cuidado con matar a un sapo con las manos desnudas! Tu cara se manchará y se pondrá áspera y verrugosa, a semejanza de su piel. Como mensajero de muerte, el sapo puede saltar hasta el pecho de una persona dormida y absorber el hálito de su cuerpo, causándole una muerte segura. En la actualidad, existe aún una creencia popular en Estados Unidos según la cual los sapos pueden ocasionar la aparición de verrugas.
En la superstición popular alemana el sapo pasa por ser un animal que alberga en sí las almas de los difuntos, aun cuando se halle muerto o disecado. Se cree también que el sapo es capaz de procrear un niño monstruosamente degenerado o provocar un aborto, debido a que se introduce en la matriz de la embarazada y perjudica al feto. En una iglesia de Baviera fue hallada una tablilla votiva, fechada en 1811, en la que aparece un sapo con una vulva humana en el dorso y en numerosas iglesias alemanas, hasta el siglo XX, las mujeres que padecían enfermedades ginecológicas ofrecían imágenes de sapos a la Virgen María. Antiguamente se afirmaba que la vagina de la mujer tenía la forma de un sapo vuelto como un guante y, tanto Hipócrates como Platón, describieron el útero como un animal capaz de moverse por el abdomen en todas las direcciones. Pero esta creencia está ligada inconscientemente al hecho de que el sexo de la mujer era considerado como la entrada del infierno, semejante a un sapo que se hincha y aspira la semilla del hombre.
Entre los guaraníes encontrar un sapo en una embarcación era señal de que alguno de los que iban en ella había de morir pronto. Entre los quechuas era un animal de mal agüero y, si el indio lo encontraba en su camino, estaba seguro de que aquel día le ocurriría algún desastre.
Por el contrario, el sapo desempeña un papel importante, ya como remedio, ya como elemento de superstición, y es muy utilizado por los gauchos, que hacen de él un animal sagrado. Su acción terapéutica no queda limitada al hombre, sino que se hace extensiva a otros animales. Colocado sobre una herida, puede curarla y, hasta hace poco tiempo, en la zona alpina de Baviera se creía que estas criaturas tenían especiales propiedades curativas si se les daba muerte durante los días dedicados a la Virgen María, es decir, el 15 de agosto y el 8 de septiembre. Se los clavaba en las puertas de casas y establos para proteger animales y humanos de las enfermedades y la muerte; matándolos cualquier otro día, eran mortíferos. Puesto que el sapo está dotado de los poderes de la diosa de la muerte y la regeneración, sus funciones consistían tanto en ocasionar la muerte como restablecer la vida.
En las civilizaciones de los Balcanes centrales y orientales se encuentra un híbrido de mujer y sapo esculpido en piedra verde o mármol que representa a una diosa como donante de vida. El misterioso poder sobre procesos vitales que tiene el sapo es recurrente en las conciencias de los pueblos europeos incluso mucho después de la transformación de la vieja Europa. De especial interés es la Dama sapo de Maissau, un cementerio de la Edad de Bronce, en la Austria Baja (año 1100 a. C.). Actualmente se encuentran sapos de cera, hierro, plata y madera con ofrendas votivas marianas en iglesias de Baviera, Austria, Hungría, Moravia y Yugoslavia. Algunas de ellas tienen cabezas humanas, otras tienen rasgos de vulva en la cara inferior, y muchas una cruz en la espalda. Estaban hechas como protección contra la esterilidad y para asegurar el embarazo. La carne de sapo fue comida hasta hace poco para prevenir los dolores de parto; la sangre de sapo se usaba como afrodisíaco y los sapos se colgaban para proteger del mal a la casa. Tales creencias sugieren una diosa benevolente; pero el sapo como criatura nocturna, puede causar locura, hacer desaparecer la leche y chupar la sangre de los humanos mientras duermen. En las mitologías indoeuropeas (bálticas y eslavas) es la principal encarnación de la diosa maga del mundo subterráneo; en otra mitología encarna una diosa de la muerte, mientras que en el Sur estaban firmemente arraigadas las creencias que lo relacionan con el nacimiento, el embarazo y el útero.
La idea de que el sapo es la causa del embarazo pudo haberse originado antes del Neolítico, ya que se conocen representaciones de sapos grabadas en utensilios de hueso desde la cultura Maglemose mesolítica.
Simbolismo del Sapo
Sapo en la Catedral de Burgos
La imagen del sapo como agente del mal se establece en manifestaciones escultóricas y textos literarios hacia el siglo XII. La reputación del sapo se asocia tanto con la brujería como con el folklore, y se asienta en la tradición clásica siendo incorporada en la literatura por autores cristianos medievales para llamar la atención de su público.
En el mundo románico, de arraigado y profundo simbolismo, se representa con frecuencia a la mujer lujuriosa con sapos que le succionan un seno, como muestran las portadas de las iglesias de Santa Cruz de Burdeos y la de Charlieu (Loira). Su modo de acoplamiento observado en la naturaleza ha dado origen al pecado capital de la lujuria. Aunque más expresivos resultan unos versos de Etienne de Fougères, obispo de Reims, tomados de su obra Livre de manieres que sirven para ilustrar los castigos que las cortesanas sufrirán en el infierno: Sapos, culebras y tortugas / les cuelgan de sus pechos desnudos. / ¡Ay! Cuan mal fueron entonces vistos / los amoríos de las frivolas amantes.
El sapo es un animal muy frecuente en los Juicios Finales góticos. En la portada central de la catedral de Reims penetra en un gran recipiente y muerde a un condenado en la espalda. En la portada del crucero norte de la catedral de San Esteban de Bourges, un sapo muerde un pecho de una lujuriosa y otro se introduce en la boca del compañero, gesto alusivo a la blasfemia. Un detalle de las arquivoltas del lado derecho de la portada central occidental de la catedral de León muestra una escena de tormento: Mientras en una caldera hirviendo arden dos condenados, un demonio feroz, empuja violentamente a otro desdichado por la cabeza, a la vez que con sus uñas le araña. Una rata y un sapo -símbolos de la lujuria- pugnan por subir hasta la marmita.
Se remonta a muchos siglos el prejuicio que considera maléfico y miserable al sapo. En la antigüedad, naturalistas de renombre como Plinio, afirmaban que era suficiente el efluvio que desprende uno de estos parias de la creación para provocar la muerte, y Aristóteles, en su Historia Natural, diferencia el sapo de la rana y haciendo un comentario desafortunado declara que el hígado de sapo presenta mal aspecto y habla sobre la mala mezcla de sustancias en su cuerpo.
Malaxecheverría señala que los textos latinos hacen breves comentarios sobre sapos en los cuales eran considerados animales peligrosos y malignos. En otras ocasiones, dicen que moran en prisiones y calabozos, lugares tenebrosos o forman parte del decorado infernal.
El interés por los animales -en el caso que nos ocupa el sapo- deja de obedecer a una mera curiosidad científica para ser un camino de acceso a lo trascendente. Comportamientos y cualidades de estas criaturas no sólo serán una muestra del poder y gloria de la divinidad, sino también ejemplos didácticos que muestran la conducta que debe emprender un buen cristiano y los hábitos que se deben despreciar como pecaminosos.
Las visiones del condenado aparecen en el modelo escultural de la catedral de Burgos. El tímpano de la puerta principal representa la escena del Juicio Final, y a la izquierda del juez celestial puede verse a un condenado metido en un caldero; uno es un clérigo herético con un sapo pegado a su lengua. Este es un contundente ejemplo del gusto medieval de relacionar el castigo con el crimen: un falso profeta que en su vida propagó doctrinas venenosas es castigado por el veneno de un sapo que tortura el instrumento de su pecado. Una imagen similar se encuentra en el Hortus Deliciarum, donde un sapo demoníaco está a punto de morder en la lengua al alma condenada de un falso profeta. Otra pobre alma en el caldero en Burgos es una mujer adúltera que tiene un sapo que muerde su pezón izquierdo. En la puerta sur en San Pedro de Moisac, la lujuria es vista como una serpiente que muerde cada pecho y un sapo que roe sus genitales.
En Vie des Peres -colección anónima de versos piadosos- el sapo es realmente un instrumento en el arrepentimiento de un pecador recalcitrante, en lugar de actuar como mensajero de la muerte y como castigo divino y eterno. El sapo lejos de ser un símbolo del mal y un familiar del diablo es un potencial símbolo de amor y arrepentimiento.
El bestiario latino del siglo XII llama al animal simplemente venenoso y este apelativo quizás era un legado del pasado más que el resultado de una observación personal, como fue confirmado un siglo después por Alberto Magno. Describiendo los hábitos alimenticios de las cigüeñas, Alberto declara inequívocamente: “no come animales verdaderamente venenosos como los sapos”. Este autor conservó muchas creencias y gran parte de su erudición era folklore con pretensiones científicas.
Un poema del siglo XIII, que describe las visiones de San Pablo cuando estaba extasiado en el paraíso, contiene una lista de las aflicciones del infierno. San Pablo ve un terrible diluvio y las bestias del diablo como sapos, víboras y otros animales comen y roen las almas pecadoras. Este pasaje es muy representativo y aquí el sapo se ha convertido en una criatura infernal tanto para los autores antiguos como para los medievales.
El Fasciculus Morum, manual de un predicador del siglo XIV, nos proporciona dos lecciones morales sobre la avaricia y la gula. Comienza describiendo a un rico usurero que había hecho jurar a su esposa que después de su muerte ella le ataría treinta marcos de sus ganancias a su cuerpo. Al poco tiempo de haber sido enterrado, un emisario de la curia que había oído el relato ordenó al sacerdote que lo había enterrado que lo sacara del cementerio de los creyentes, lo arrojaran a campo abierto y lo quemaran. Entonces, cuando el sacerdote y los ayudantes lo encontraron, vieron que en el lugar donde había sido atado el dinero horrorosos sapos y numerosos gusanos roían su miserable cuerpo en descomposición.
Este mismo texto continúa con una historia sobre otro usurero que fue desenterrado y cuando se levantó la losa de su tumba los que estaban presentes vieron su cuerpo negro y hediondo y un sapo sentado en él, quien como una enfermera alimentaba con monedas ardientes a la boca del hombre muerto. Cuando ellos lo vieron huyeron de horror y entonces los demonios se llevaron el cadáver y no se le vio nunca más. Aquí el sapo obliga al pecador a que coma; el hombre que durante toda su vida había hecho fortuna se ahoga con ella después de la muerte.
Esta narración aparece representada en una talla donde se muestra a los glotones forzados por el demonio a comer sapos. Uno de los poetas líricos del Dolce stil novo, Ciño da Pistola, menciona una leyenda de la Edad Media referente al emperador Nerón, que le atribuye las ganas de engordar, y los sabios, bajo amenaza de muerte, le hicieron ingerir una gran rana que expulsó con tremendo vómito.
John Mirk, autor de De Dominica in Quinquagesima, del siglo XV, en un sermón habla sobre la gula del hijo de un hombre acaudalado que había comido pródigamente durante su vida. Cuando el hijo visita la tumba de su padre, levanta la losa y ve un gran sapo paseando, tan negro como la brea, con ojos que queman como el fuego, que había rodeado la garganta de su padre con sus cuatro patas y acto seguido le mordió firmemente. Ante esta espantosa visión exclamó: “Oh padre, tanta carne dulce te has tragado y tanta bebida ha bajado por esa garganta que ahora te está estrangulando una bestia infernal”. El hijo volvió a colocar la losa en su sitio, abandonó su casa, su esposa y su familia y se fue a Jerusalén para continuar su vida como mendigo. Cuando murió, disfrutó de una beatitud celestial.
En la Regenta de Clarín la zoofobia se vuelve extrema hacia las ranas y los sapos. Ambos animales aparecen en varias ocasiones a lo largo de la novela, y siempre están asociados a signos negativos o sexuales. R. Weiner, citado por P. Préneron, confirma esta asociación entre este animal y los instintos más bajos del hombre: “El sapo trae el recuerdo de los instintos más bajos del hombre, del lodo que Ana tendrá que pisar, del carácter viscoso de Vetusta y sus habitantes”.
Ana, la protagonista, después de su confesión con don Fermín, acude a la fuente de Mari-Pepa, soñando con la más elevada virtud, es interrumpida por el mundo material: el frío que la hace estremecerse, la sombra que lo embarga todo, y un coro estridente de ranas que, como sacerdotisas de las tinieblas, despiden al sol (I, 347).
Ana asocia el canto estridente de las ranas a algo salvaje que en ese momento le produce miedo. Mas este ritmo salvaje y estridente lo volverá a oír en el Vivero, cuando por gracia de Visita se toca la polca de Salacia (II, 439), pudiendo constatar que hay entonces analogía entre las ranas y las bacantes enloquecidas por la música estridente. Ana está impresionada por lo que la polca produce en sus sentidos. Aquí las ranas simbolizan al sexo que Ana rechaza tras su confesión en la fuente de Mari-Pepa.
En el mismo escenario (I, 347) surge también un sapo que desempeña la misma función que las ranas; representa la oposición entre los deseos de espiritualidad de la Regenta y la presencia de la naturaleza encarnada por este animal que la mira con impertinencia, como riéndose de sus propósitos de virtud. La reacción de Ana y la atribución de capacidades ocultas y motivos funestos al sapo convierten al inocente animal en monstruo sonriente, símbolo gráfico de lo grotesco.
El sapo es, para la Regenta, un animal con connotaciones repulsivas, y sabemos que Ana ha leído a Santa Teresa, para quien el sapo es efectivamente el Maligno. Se vuelve a hacer mención de este animal repulsivo, cuando Ana descubre que el Magistral está enamorado de ella: “La amaba el canónigo. Ana se estremeció como al contacto de un cuerpo viscoso y frío” (II, 322).
Para Sobejano, el sapo se presenta como emblema de la fealdad terrorífica del mal, siendo el mal para Ana la relación sexual fuera del matrimonio. La narración termina cuando Ana, rechazada por don Fermín, se desmaya en la catedral y Celedonio le besa los labios: “Ana volvió a la vida rasgando las tinieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo” (I I, 357).

De nuevo la presencia obsesiva de lo viscoso y frío es para la Regenta, metonimia del conflicto por el cual lucha: no sucumbir a la llamada del sexo. Para Clarín, esta bestezuela inquietante y maligna, cuya obsesión recorre toda la novela, es el símbolo del sexo como degradación y pecado.
Marcel Félix de San Andrés

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