Ilustración leyenda del Valle Mágico |
Hubo un tiempo en el cual el hombre aún temía a la
naturaleza, y para protegerse de las adversidades había desarrollado como un
sexto sentido, que le permitía ser consciente de otras realidades. Aquí está la
cuna de la mitología y de las leyendas. Y también hubo lugares, que por sus
características especiales, estaban cargados de magia, como era el caso del
Valle del Guadalmez. Pero la dictadura de la Reina Razón acabó con todo ello:
el mundo estaba hecho a la medida del hombre, y por tanto, todo se debía
conocer mediante la lógica.
En aquellos tiempos, los habitantes del valle del
Guadalmez habían aprendido a convivir con otros seres, como los morgos,
afanados en buscar tesoros, los raposillos, unos diminutos personajes que
habitaban en el gran taray de la Alcantarilla, las ninfas y hadas del río o los
temibles surrus, endiabladas criaturas escondidas en pozos y cuevas.
Pero toda esta convivencia se perdió cuando el hombre
se hizo ante todo un ser racional, y los dos mundos quedaron separados por una
frontera infranqueable, aunque ese muro no fue tan espeso en todos los lugares,
pues en el Valle del Guadalmez, más de una vez se mezclaba lo real con lo
mágico, y en él quedó una puerta abierta, el río Guadalmez.
En el triste y dolorido Guadalmez de posguerra, ese
que todos recordamos en imágenes en blanco y negro, vivía Ramón, un niño
solitario y soñador, que buscaba en los rincones de la fantasía la compañía y
el cariño que su hogar y su pueblo le negaban. Nacido en una familia con
problemas, con un padre más aficionado a la taberna que a su casa y su trabajo,
y una madre desquiciada de los nervios, su extraño carácter le había convertido
en el blanco de todas las burlas de sus compañeros, apartándole de una sociedad
que no perdona la heterodoxia. Siempre se le veía sólo, jugando, paseando o
yendo al colegio.
Cuando se acercaba la fecha de año nuevo, existía la
costumbre entre los vecinos de anotar en un papel los deseos para el nuevo año
e introducirlo en un sobre, que los más pequeños decoraban con los colores más
vistosos, para luego, la tarde del 31 de diciembre, tomar el Camino de la
Barca, y acercarse hasta el río, depositando en sus aguas los anhelos que
esperaban ver cumplidos en el próximo año. Era creencia popular que la
corriente arrastraba esos deseos hasta un lejano océano, donde todo era posible
y todo se hacía realidad. También Ramón escribió sus deseos y se los encomendó
al río, con la esperanza de que fueran escuchados.
Y en verdad, que lo debieron ser, porque al regresar a
su casa, encontró sobre la mesita del dormitorio, el mismo sobre que acababa de
lanzar al río. Al abrirlo no encontró la lista donde pedía cambiar este mundo
en blanco y negro por otro en color, sino la siguiente anotación:
Cuando el Arco Iris toque el Guadalmez,
de sus aguas deberás beber,
y un tercer ojo se abrirá
para que otros mundos puedas ver.
No transcurrieron dos días, desde la entrada del nuevo
año, cuando un fuerte chaparrón cayó sobre Guadalmez, y en la lucha de los
rayos del sol por espantar los negros nubarrones, un colorido arco iris inundó
de luz el valle. Para Ramón, aquello fue una señal, y corrió hasta las orillas
del río, para descubrir que una de las patas de ese mágico arco nacía desde las
mismas profundidades de su cauce. Eso era precisamente lo que decía la nota,
que el arco iris naciese en el mismo río. Y sin dudarlo dos veces, tomando agua
con sus manos en cuenco, le dio un sorbo.
En ese mismo momento, sus ojos comenzaron a descubrir
a seres extraordinarios que se movían por ambas orillas, iban de un lado para
otro, revoloteaban, jugaban, reían..., y también, le miraban, ellos estaban
igualmente sorprendidos. Ramón acababa de descubrir un nuevo mundo, donde la
alegría parecía reinar y era seguro que ya tendría con quien jugar.
A partir de entonces, su vida transcurrió entre estas
dos realidades, desplegando su imaginación en este mundo mágico, y aceptando
los usos y comportamientos que la sociedad consideraba normales, en el mundo
real. Todo ello fue así, hasta que, al hacerse mayor, y pensar como los
mayores, el valle mágico volvió a ocultarse a sus ojos.
Fuente Carlos Mora
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