jueves, 30 de abril de 2020

El Molino del diablo


Más de un siglo hace que las aguas del río Guadalmez ya no mueven las piedras del viejo molino, y ese mismo silencio ha desterrado de la memoria de los hombres la historia de lo que allí pasó.
Se contaba, por aquel entonces, como algo extraordinario, la riqueza que llegó a amasar el molinero, un tipo huraño y solitario, con fama de vago, y que de la noche al día, pasó de sestear la mayor parte del tiempo, llegando incluso a rozar la miseria, a estar moliendo todas las horas del reloj, y ver como se acrecentaba su fortuna. De todos los pueblos vecinos venía gente a moler su trigo a este molino, por la rapidez con la que trabajaba su molinero.
Hubo quien aseguraba que todo era muy extraño, porque durante el tiempo que se suponía al molinero trabajando, más de uno le había visto borracho, durmiendo la mona, bajo la sombra de las adelfas, o encerrado en su cuarto, contando las monedas que iba acumulando.
Luego se supo que al descreído molinero, se le apareció una noche el mismo demonio, que acudió cuando éste estaba despotricando contra todo lo sagrado, y le propuso un acuerdo: nunca más tendría que volver a moler grano y en cambio, vería su fortuna crecer, pero a cambio, el molinero le entregaría su alma inmortal. Con su propia sangre firmó el documento del pacto, en la creencia de que todo aquello era sólo un sueño, pero al día siguiente, cuando se disponía a poner en marcha el mecanismo que hacía girar las piedras del molino, descubrió que éste ya estaba en funcionamiento y que los sacos de granos se iban vaciando y llenando por sí solos. Aquello era cosa de brujería, porque el grano se molía por sí sólo y él no tenía que mover un dedo. Si el sueño había sido verdad, ahora solo le quedaba disfrutar de los placeres de la vida, y en ello se afanó los siguientes años. Como bien le había dicho el demonio, su bolsa se llenaba de monedas y él tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar de ellas, pasando a ser el vino, las siestas y la buena mesa su principal ocupación.
Así pasó largos años, llevando la vida de un rico hacendado, hasta que cierto día se encontró junto a la orilla del río con un carnero solitario que por allí pastaba. Cuando se acercó a él para espantarle, éste le habló en la lengua de los hombres, y le recordó que había venido a cobrar su parte del acuerdo.
Cuando el molinero oyó esta demanda, se puso blanco como la cera y comenzó a sudar, un sudor frío que le corría por todo su cuerpo y que le hacía estremecerse. No quería seguir escuchando aquello y salió corriendo, para alejarse de aquella bestia.
Al intentar cruzar el río por una chorrera, su pie resbaló y cayó al agua, con la mala fortuna de golpearse en la cabeza con una de las piedras. Pronto el agua comenzó a teñirse de rojo, y el cuerpo del molinero a sumergirse en ella. Días después, encontraron su cuerpo, hinchado, varado a la orilla del río. El molinero se había ahogado, y no dejaba heredero alguno para su fortuna. Nadie en el pueblo vertió una lágrima por él, aunque tampoco nadie hizo ascos al reparto de su dinero entre todos los vecinos.
Pero con la muerte del molinero no acababa la historia, porque el mismo día que le enterraron, cuando el sol comenzaba ya a ocultarse y las sombras se adueñaban del valle del Guadalmez, en el molino se seguía moliendo el grano, y la luz se escapaba por sus ventanas, mientras que según algunos testigos, una sombra, oscura y tenebrosa, era la encargada de ir vaciando los sacos de grano en la piedras del molino, y de recoger la harina que éstos iban produciendo, para volverla a guardar en otros sacos que iba apilando junto al muro.
Esa sombra no era otra que el alma del molinero, condenada por toda la eternidad a trabajar en el viejo molino, por no haber querido hacerlo en vida, malgastando su tiempo en placeres, que sólo son agradables cuando se disfrutan en pequeñas dosis.
Los vecinos, temerosos de aquel prodigio, que no podía ser otra cosa que obra del diablo y de espíritus malignos, decidieron derruir el molino, y no dejar piedra sobre piedra, para ahuyentar de allí a aquella sombra. Pero aún solo quedando los cimientos de aquella construcción, hay quien asegura que se sigue escuchando el roce de las piedras y el batir de las palas, junto al canto de los grillos y el croar de las ranas. Sólo hay que concentrar el oído en las noches serenas.

Fuente: Carlos Mora.

sábado, 2 de febrero de 2019

LA ENDIABLADA DE ALMONACID DEL MARQUESADO


La leyenda
Danzanta y diablos. Almonacid del Marquesado
En Almonacid del Marquesado se ha mantenido desde tiempo inmemorial una tradición oral que narra el origen de la Endiablada, tanto para la Virgen de las Candelas como para San Blas. Lo realmente curioso es que existen dos relatos totalmente distintos para cada uno, atribuyendo al origen de la endiablada dos explicaciones totalmente dispares.
En el caso de la Virgen Candelaria se cuenta que, al nacer Jesús, la Virgen debió cumplir con el precepto judío y presentar al niño en el templo a los cuarenta días de su nacimiento (en el calendario litúrgico católico desde el día 25 de diciembre hasta el 2 de febrero). Esta obligación provocó gran inquietud y vergüenza en la Virgen, pues, según el relato bíblico, no conocía varón, y, por tanto, recelaba del comportamiento de las gentes que pudieran observarla en este acto. Aquí es donde encuentran su lugar los diablos, un grupo de hombres con vestimentas llamativas, burdas, estrafalarias, y con unos ruidosos cencerros, los cuales tendrían como objetivo desviar la atención del público para que la Virgen pudiese cumplir con el precepto sin vergüenza y sin sufrir miradas maliciosas.
Para San Blas se da otra explicación muy distinta. Aquí no nos remontamos a la infancia de Jesucristo, sino que nos ubicaremos en las cercanías de Almonacid, en un paraje denominado los Majanares, despoblado de San Clemente o, también, Fuente Vieja, el cual se sitúa entre los términos de Almonacid del Marquesado y Puebla de Almenara. En este lugar, según narra la leyenda, un pastor de Almonacid encontró enterrada la imagen de San Blas. Enterados los habitantes de Puebla de Almenara reclamaron para sí la imagen del santo, surgiendo una disputa por la posesión del mismo. Los del vecino pueblo intentaron llevarlo con unos lustrosos bueyes, los cuales fueron incapaces de mover la imagen; los de Almonacid, que sólo habían llevado unas escuálidas mulillas, se maravillaron cuando éstas trotaron hacia el pueblo, interpretándose como un hecho milagroso, además de atribuir al santo la voluntad de quedarse en este pueblo. Como había sido descubierto por pastores, éstos, en su alegría, comenzaron a hacer sonar los cencerros de sus ganados, dando así comienzo la Endiablada. Los pastores lavaron la imagen, que estaba cubierta de tierra, con aguardiente, único líquido que tenían a mano, hecho que se recuerda cada año en el lavatorio del santo el día 2 de febrero por la tarde.
Un breve comentario de ambos relatos obliga a hacer notar que el primero no es más que una explicación para dar sentido a las extrañas danzas de los diablos, mientras que el segundo contiene datos mucho más específicos en cuanto a lugares y, de modo indirecto, sobre fechas e inicio del culto del santo. Hubo, en efecto, una aldea situada en el lugar en el que la leyenda ubica el descubrimiento de la imagen, llamada Fuente de Domingo Pérez, la cual quedó despoblada a finales de la Edad Media. Además, en el relato, si lo despojamos de hechos más o menos accesorios, parece subyacer una cierta rivalidad entre dos pueblos por la prevalencia del culto a San Blas, cuyo origen parece estar en el citado despoblado de Fuente de Domingo Pérez. Quizá los habitantes de este antiguo pueblo llevaron su devoción a San Blas a Almonacid y a Puebla de Almenara al abandonar su lugar de nacimiento.
La historia
Diablos en procesión. Almonacid del Marquesado
Es imposible establecer con seguridad cuáles son los inicios de esta tradición. San Blas y La Candelaria son dos celebraciones bastante distintas en sus comienzos y es en esta última en la que parece residir el origen de los diablos. En efecto, la fiesta de la Virgen Candelaria, asociada con la liturgia de la presentación tal como narra la leyenda, es una fiesta cuyos primeros antecedentes podemos encontrarlos en el mundo celta, lo cual nos remontaría a la segunda mitad del I milenio a. C. Hemos de tener en cuenta que en las cercanías de Almonacid se han encontrado restos cerámicos procedentes de la Primera Edad del Hierro y que en este pueblo se dan cita otras tradiciones procedentes del mundo céltico tales como el árbol de mayo o el sacrificio ritual de gallos para San Antón, esta última en claro desuso. En concreto hemos de referirnos a la festividad céltica de Imbolc, que se celebraba el día 1 de febrero en honor de la diosa Briganti, en la que el fuego sagrado purifica la tierra y el sol primaveral renace tras el invierno, además de proteger los rebaños nacidos en la primavera. Algunos elementos que pueden tener su origen en el mundo céltico, además de la coincidencia en las fechas, son los cencerros, propios de una sociedad pastoril, junto con la porra, en la cual algunos han visto una reminiscencia de la costumbre céltica de empalar las cabezas de sus enemigos en la lanza del guerrero.
Esta fiesta céltica tiene continuidad con las lupercales romanas, celebradas ante XV diem kalendas martias, equivalente al 15 de febrero, festividad en honor a Fauno Luperco, dios de los pastores. Este día, ciertos ciudadanos elegidos sacrificaban animales y golpeaban con sus pieles a las mujeres que encontraban a su paso, las cuales se consideraban purificadas mediante este acto (februatio), propiciando su fecundidad. En este caso, se ha de considerar que el pueblo de Almonacid albergó en época romana un vicus de cierta extensión y que la comarca, bajo la influencia de la ciudad de Segóbriga, fue tempranamente romanizada, por lo cual la celebración lupercal fue perfectamente posible aquí. Se ha documentado en la antigua ciudad la pervivencia de divinidades indígenas, lo que nos puede hacer suponer una pervivencia de las costumbres asociadas a las mismas. Podemos recabar testimonios que se remontan a principios del siglo XX que describen a los diablos con pieles de animales integrando su estrafalaria vestimenta, lo cual podría ser recuerdo de aquellas que se utilizaban en las lupercales. Además, los cencerros bien pudieran estar asociados a una divinidad protectora de los pastores.
Las lupercales fueron cristianizadas por el papa Gelasio I en el año 494, prohibiendo la celebración pagana y transformándolas en procesiones con letanías y candelas pidiendo fertilidad y protección frente a la muerte. Algo más tarde, se asoció con la liturgia de la Presentación, que es como ha llegado a nuestros días y en cuyo contexto se sitúa la leyenda narrada en Almonacid para el origen de la Endiablada.
A partir de aquí, parecería lógico que las manifestaciones paganas más antiguas desaparecieran para dejar paso a las cristianas. Sin embargo, es un hecho que muchas celebraciones actuales contienen, en mayor o menor medida, elementos paganos procedentes de un mundo antiquísimo que aún siguen dándose en el presente. Así, es muy posible que la celebración pagana, muy arraigada en estas comunidades, se mantuviese a pesar del cambio religioso que supuso el cristianismo, para lo cual hubo de dar a las danzas y demás elementos un nuevo sentido acorde con esta nueva situación, plasmado en la leyenda del origen de los diablos.
A partir de la Edad Media cobra relevancia la figura de San Blas, santo muy popular y celebrado en las aldeas surgidas tras la reconquista y repoblación de esta comarca durante los siglos XII y parte del XIII. Aunque no contamos con testimonios escritos, el origen del culto a San Blas en Almonacid se ha situado, según la tradición oral, en un despoblado situado al poniente del actual pueblo, el cual es nombrado en Almonacid como San Clemente, por el santo titular de su iglesia, pero que en realidad fue la antigua aldea de Fuente de Domingo Pérez, lugar perteneciente, como Almonacid, al Señorío de Villena y mencionado en los documentos medievales desde el siglo XIII hasta el XV. La leyenda atribuida a San Blas parece en realidad un relato mítico del traslado del culto del santo desde este antiguo pueblo hasta Almonacid, el cual recibiría no sólo las tradiciones propias de Fuente de Domingo Pérez, sino que, muy posiblemente, acogiera parte de las personas que abandonaron la aldea, la cual quedó finalmente despoblada a finales de la Edad Media. En este contexto de abandono, no se puede descartar una disputa por la posesión de la imagen y la prevalencia del culto con el vecino lugar de Puebla de Almenara, tal y como narra la leyenda de San Blas, así como una celebración particular por la restauración o lavatorio de la imagen una vez ubicada en Almonacid, como se rememora aún el día dos de febrero por la tarde.
Es aquí donde ya podemos encontrar fechas concretas para la endiablada, pues Puebla de Almenara se establece a partir del año 1332 por carta puebla otorgada por Don Juan Manuel, señor de Villena y Alarcón. Anteriormente a esta fecha, la leyenda de San Blas no tendría sentido, pues Puebla de Almenara no existía. Además, los últimos documentos conocidos que hablan sobre la aldea de Fuente de Domingo Pérez se dan a mediados del siglo XV, cuando ya posiblemente estaba despoblada, quedando patente en el siglo XVI que dicho lugar ya era un pago o despoblado. Por tanto, podemos asignar al culto a San Blas en Almonacid unos inicios que se remontan hasta el siglo XV, culto que muy probablemente trajeron consigo los habitantes de la antigua aldea.
Según lo dicho, el origen de la fiesta estaría asociado a la celebración de la Candelaria, cuyo comienzo podemos ubicar en tiempos pre o protohistóricos, mientras que el culto a San Blas se uniría a la Candelaria a finales de la Edad Media, adoptando los cencerros y danzas como elemento unificador de ambas festividades.
La labor de concretar el cómo se originó la endiablada, qué elementos pertenecen a cada cultura, la manera en que antiguas tradiciones paganas se unieron a elementos y ritualismos cristianos confiriendo un nuevo significado a los mismos es sumamente complicada. El hecho es que la endiablada parece depositaria de diferentes estratos acumulados durante muchos siglos de historia, forjados en una manifestación que hoy ofrece un carácter unitario, pero que debe contemplarse desde la perspectiva de distintas culturas y formas de religiosidad.
Así, si analizamos cada uno de los elementos que componen la endiablada podemos conjeturar varias posibles explicaciones para cada uno de ellos sin poder decidirnos sobre cuál es la auténtica. Por ejemplo, la porra se ha interpretado como pervivencia de la costumbre celta de ensartar las cabezas de sus enemigos en lanzas; pero también se ha visto en ella el callado del pastor desnaturalizado y deformado; e incluso hay quien observa elementos mágicos o supersticiosos en la misma a modo de amuleto o fetiche. Igualmente los cencerros pueden tener su origen en las sociedades pastoriles prerromanas; o bien serían una alegoría al dios romano protector de los pastores Fauno Luperco; o quizá tengan su origen en las cofradías de pastores medievales. De esta manera, podríamos seguir enumerando los elementos que constituyen la fiesta de la Endiablada con interpretaciones diversas y que únicamente parten de conjeturas y suposiciones con cierta base lógica. Es por ello que, según el autor que consultemos, el significado y origen de la fiesta puede variar mucho.
Lo cierto es que en el año 1633 ya se celebraba en Almonacid la festividad de San Blas, tal como aparece reflejado en un documento recientemente descubierto y conservado en el archivo municipal de Almonacid del Marquesado, el cual dice que el día de San Blas se celebran “comedias, sermón y danzas” y que dicho día la iglesia parroquial quedaba pequeña para albergar todo el público que acudía a la liturgia. En este caso las danzas parecen clara alusión a los distintos tipos de danzas correspondientes a diablos y danzantes. En cuanto a las comedias, serían la vieja tradición popular de representación de misterios sagrados, la cual ha llegado a nuestros días transformada en los dichos que se recitan tras la misa en honor a San Blas y la Candelaria. Este documento se conserva de manera excepcional, pues todo el archivo municipal y parroquial fue quemado durante la Guerra Civil.
En todo caso, son muchas las preguntas que aún quedan por responder y pocas las certidumbres, y citando a Luis Calvo terminaremos diciendo que “el origen continúa perdido en el misterio y sólo especulaciones, elucubraciones y sueños alimentan el fuego de la tradicional «Endiablada» de Almonacid del Marquesado”.
Para saber más:
CALVO, Luis: “La endiablada de Almonacid”. Olcades. Temas de Cuenca. Volumen I. Ediciones Olcades. Cuenca, 1981.
CARO BAROJA, Julio: “Los «diablos», de Almonacid del Marquesado”. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo XXI, 1965, Cuadernos 1º y 2º. Madrid 1965.
DÍEZ ASCASO, Olga: “Los Diablos de Almonacid del Marquesado: un estudio 40 años después”. Universidad de Castilla-La Mancha y Ayuntamiento de Almonacid del Marquesado. Cuenca, 2006.
GARCÍA MARTÍN, Pedro: “Cencerros y diablos en Almonacid del Marquesado”. Historia 16, nº117, enero 1986.
GONZÁLEZ CASARRUBIOS, Consuelo: "Notas sobre los diablos de Almonacid del Marquesado". Narria. Estudio de artes y costumbres populares, nº5. Madrid, 1977.
JUNQUERA RUBIO, Carlos: “La Endiablada de Almonacid del Marquesado (Cuenca): identidad e integración social en La Mancha Ata”. Universidad de Castilla-La Mancha y Ayuntamiento de Almonacid del Marquesado. Cuenca, 2006.
MALABIA, Vicente: “La danza de David ante el arca. Orígenes religiosos de la danza”. El patrimonio cultural como factor de desarrollo. Universidad de Castilla-La Mancha y Ayuntamiento de Almonacid del Marquesado. Cuenca, 2006.
SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Julián: Almonacid del Marquesado: recorrido por su historia. Ediciones provinciales nº115. Diputación Provincial de Cuenca, 2011.


domingo, 6 de enero de 2019

LEYENDA DEL SALTO DE LA NOVIA

Ilustración leyenda 'el salto de la novia'
Sierra Morena es un lugar pleno de misterios en el que abundan leyendas cuyos hechos se desarrollan en algunos de sus parajes más emblemáticos. Este es el caso de la conocida ‘Cimbarra’. Cascada situada entre los límites de Andalucía y Castilla La Mancha, en término de Aldeaquemada, por la que se precipitan las aguas del río Guarrizas.
Cuentan que hace muchos años era obligado cumplir la tradición por la que los novios que iban a contraer matrimonio tenían que someterse a una curiosa ceremonia para demostrar, ante familiares y vecinos, que se querían de verdad, y asegurarse así la felicidad y fertilidad del matrimonio. Siempre que superaran la prueba.
Poco antes de la boda, acompañados de familiares y amigos, iban al paraje ubicado en la cascada de la Cimbarra y justo donde más se estrechaba el río, exactamente donde la piedra ofrece su color plomizo bajo las estrellas, la novia tendría que cruzar a la orilla opuesta de un salto. Ante la atenta mirada de los allí presentes.
Si superaba la prueba sin daño alguno conseguiría para la pareja una gran dicha en el matrimonio y quedaría demostrado que la joven amaría y sería fiel a su novio. Pero, si no lograba cruzar a la otra orilla no se podría celebrar la boda porque el matrimonio sería desgraciado. Así, convencidos de ello, los novios rompían su compromiso y su relación.
Cierto día, dos jóvenes novios bajaron a la Cimbarra radiantes de alegría para mostrar ante todos que se amaban. Sabían la presión a la que estaban sometidos siendo observados por tanta gente, pero estaban dispuestos a demostrar que aquella vieja tradición, en la que no creían, no haría peligrar el amor que sentían el uno por el otro. Pero tampoco estaban dispuestos a que sus vecinos, con los que tenían que convivir a diario, les miraran con recelo por negarse a superar una inofensiva prueba que, desde tiempos remotos, venían superando las parejas de los pueblos cercanos. Incluso ellos habían cruzado cientos de veces por aquel sitio desde que eran niños.
Como en otras ocasiones, la gente esperaba el salto con impaciencia. Pero, aquel día el comentario general se centraba en lo revuelto que bajaba el río Guarrizas y en el ruido ensordecedor del agua al chocar contra las rocas. Los presentes confiaban en el destino, pues daban por seguro que la fuerza del amor de la novia sería más fuerte que la del embravecido río. También los dos enamorados temieron y comentaron su mala suerte por lo bravo que bajaba el río, pero aquella mujer con cara de niña, cabellos dorados y ojos de color miel no estaba dispuesta a que el río le arrebatara su más preciado tesoro, el joven de tez morena y ojos verdes al que amaba apasionadamente.
Así, aunque nerviosa, se separó de su amado y se dispuso a saltar. Cogió carrerilla mientras controlaba el momento de tomar impulso, pero cuando llegó el momento de saltar perdió pie y… la fatalidad quiso que cayera al agua y fuera rápidamente arrastrada hacia un remolino que la escondía y la mostraba a su capricho. El joven, desesperado y en una prueba suprema de amor, se arrojó inmediatamente al río para tratar de rescatarla de la potente corriente que la llevaba a una muerte segura. Pero por más esfuerzos que hizo, el agua los sumergió a ambos. Sus jóvenes cuerpos, inertes y entrelazados, aparecieron río abajo, donde el agua culmina su remanso, enviando lágrimas entre las piedras.
Aquella terrible tragedia hizo reflexionar sobre la validez de la, ahora fatídica, tradición, y, coincidiendo los vecinos en que aquello podría traer más desgracias que alegrías, se voló con dinamita el paso estrecho para que en el futuro a nadie se le ocurriese saltar de nuevo.
Se cuenta que aun hoy, en las noches de luna llena, cuando los luceros danzan en el firmamento, se escuchan por el valle los lamentos y las promesas de los enamorados que murieron por demostrar a los demás lo que ellos bien sabían. Desde entonces, la cascada de la Cimbarra llora su perdida y el río se convierte en el manto blanco y puro de la novia, que acoge tiernamente a su amante, convertido en piedra.
Blog Saber sabor

jueves, 1 de noviembre de 2018

LOS SANTOS 'FINAOS'

'El día de los finaos andan los aparecios por los tejaos' 
Finaos, los santos finaos, los vinaos. Según un conocido refrán manchego “El día de los finaos, andan los aparecíos por los tejaos”. Son espíritus de muertos que en la noche de San Juan y en la del día dos de noviembre gustan de visitar a sus familiares, unas veces con buen propósito y otras con intención de hacerles cumplir alguna promesa.

Carlos Villar Esparza recoge este mito en su libro ‘Con Once Orejas’ y en sus artículos publicados en la Revista de Folclore nº 182, y nº 274: “son espíritus de los familiares fallecidos, viejos lémures, que salían la noche de los Difuntos, en todos los pueblos del Campo de Montiel. Se les atinaba caminando por los tejados, calles desiertas y rincones a oscuras”. En Villanueva de los Infantes creían que esa noche: “Se aparecía una persona fallecida y reclamaba una promesa que tenían que cumplir. Se recuerda que alguna de estas visiones se la vio en la pila del agua bendita o diciendo misa”.
En la España del siglo pasado, estaba tan arraigada la tradición que cuesta encontrar a alguien que no hubiera escuchado decir a sus mayores que la ‘noche de difuntos’, uno al dos de noviembre, había que quedarse en casa pues esa noche los difuntos andaban por tejados y calles arrastrando pesadas cadenas, buscando el hogar que tuvo en vida para visitar a sus familiares?
En Bolaños de Calatrava y otros pueblos manchegos estaba extendida la creencia que si había fallecido alguien en el pueblo, las campanas daban aviso de ello, no se debía cocinar ajillo o gachas porque el muerto acudía y las removía con el dedo. Había que retirar rápidamente el caldero y dejarlo para otro día. Esta creencia se conserva aún en muchos hogares manchegos.
En Castellar de Santiago se llama ‘vinaos’ a las personas recién fallecidas y se cree que tienen el poder de llamar a los vivos para llevarlos con ellos. Por su parte, los ‘Encantados de la Cruz del Aravieja’ de Albaladejo son las apariciones fantasmales que las gentes confundían con las sombras de las animas benditas, que recorren las calles recordando y reclamando promesas y fidelidades no cumplidas a sus deudos. En Santa Cruz de los Cáñamos se cuenta de cierto finao: “Uno que se murió en los trigales, parece que después se aparecía en el mismo sitio. Y a esta visión la llamaron ‘el Encanto’ o el ‘Encontrao’”.
En Bolaños hay una calle que es llamada coloquialmente ‘Calle de la Muerte, que se corresponde con la Calle del General Mola. Cuenta la tradición que en los años veinte del pasado siglo hubo una epidemia de cólera en el municipio y fue especialmente virulenta en esta calle, murieron casi todos los vecinos contagiados unos por otros. Este suceso, junto con el hecho de que allí estaba la antigua Ermita del Cristo del Calvario, y que todos los difuntos eran conducidos por esa calle para llevarlos a enterrar, hizo que se ganara el lúgubre apelativo de Calle de la Muerte.

jueves, 15 de febrero de 2018

LAS FIESTAS LUPERCALES, EL ORIGEN DE SAN VALENTÍN

Luperco representado como un fauno. Ilustración de M. Félix de San Andrés
Celebremos o no el amor romántico, el 14 de febrero tiene gran repercusión comercial y mediática. Pero lo cierto es que este día, resignificado por la iglesia católica con la historia de San Valentín, se origina en fiestas populares paganas de la antigua Roma.
Muchos creen que en el día de los enamorados se conmemora el martirio de san Valentín, mártir de la cristiandad. Pero, antes de la era cristiana, la fecha conmemoraba una de las celebraciones más grandes del imperio romano: las paganas Fiestas Lupercales.
Evandro, hijo de Mercurio y de una ninfa, llevó a los primeros itálicos hacia el monte Palatino, donde fundó Palanteo, una de las ciudades dieron origen a Roma. Fue este rey mitológico quien ordenó la instauración de un festival donde se mezclaban las tradiciones antiguas de la caza y la trashumancia (el pastoreo nómada) con los rituales más complejos de las sociedades sedentarias. Sucede que en el hemisferio norte, el 15 de febrero marcaba el final del invierno y el comienzo de la primavera, y para los pueblos de la antigüedad se acercaba el momento de preparar las tierras para la cosecha. Los rituales propiciatorios de la fertilidad, que bendijeran la tierra, eran de una importancia nodal para la supervivencia en un mundo donde una sequía o una plaga podían significar la crisis total.
Los ítalos llegaron a la región de Lacio con sus dioses a cuestas y también abrazaron el culto a deidades griegas, muy extendidas en el mundo Mediterráneo. Entre estos dioses se encontraba Pan, un fauno (criatura mitad cabra y mitad hombre) dotado de un gran apetito sexual y que es el responsable de que hoy, según la tradición pagana, sepamos los secretos de la agricultura y el pastoreo. Un dios lascivo al que los antiguos pueblos del Lacio le devolvían el favor con unas fiestas en las que la sexualidad y el desenfreno eran protagonistas. Además, cambiaron el nombre del dios Pan por el de Fauno Luperco. Fue precisamente Luperco quien había encontrado a Rómulo y Remo en una cueva en el monte Palatino. La tradición más antigua afirma que se transformó en la loba que amamantó a los niños para que no murieran. En su honor se celebraron, desde entonces, las grandiosas Fiestas Lupercales.
En ellas, eran seleccionados los hijos jóvenes de la aristocracia, tras haber superado previamente el ritual de paso a la madurez, que consistía en sobrevivir durante semanas en las afueras de la ciudad viviendo sólo de la caza. Estos jóvenes eran llamados sodales lupercis (los amigos del lobo) o lupercos, nombre que deriva de su comportamiento “salvaje” durante su rito de iniciación. Las Fiestas Lupercales arrancaban con un sacrificio ritual de animales domésticos.
Comenzaban sacrificando a un perro (símbolo de la impureza, que moría con el invierno) y a varias cabras (símbolo de la prosperidad primaveral), luego, los jóvenes lupercos eran untados con la sangre del perro usando el cuchillo ritual y posteriormente lavados con un trozo de lana bañado en leche. En ese momento lanzaban una enorme carcajada que anunciaba el comienzo de la festividad. El cuero de los animales sacrificados era cortado en finas tiras, llamadas fabruas, que los lupercos utilizaban para azotar a los presentes. Toda la fiesta se desarrollaba bebiendo grandes cantidades de vino y comiendo la carne de las cabras sacrificadas.
El acto de ser azotado por los lupercos suponía una purificación de los males del cuerpo y el alma, un despertar del apetito sexual y una mayor fecundidad en las mujeres. Se le llamaba februatio, una palabra que deriva de “pureza” en lengua etrusca. No estaba asociado a martirio alguno sino más bien a una desenfrenada actividad sexual colectiva, propiciatoria de la fertilidad.
Pasado el tiempo, cuando la antigua Roma se consolidó como uno de los mayores imperios conocidos, las Fiestas Lupercales empezaron a ser denunciadas como escandalosas por las mismas clases dominantes que siglos atrás las fomentaban. Finalmente fueron prohibidas, en el año 345 de nuestra era, por el emperador cristiano Teodosio, que prohibió todos los cultos paganos instaurando una tradición de intolerancia religiosa que se extiende hasta nuestros días.
Hoy, san Valentín, es un artificio sin sentido impulsado por los grandes almacenes para fomentar el consumismo de una sociedad carente de valores y conocimientos sobre su propia historia. Mártires y enamorados al margen, si quieren regalar algo en estos días, regalen libros…

M. Félix de San Andrés 

miércoles, 17 de enero de 2018

LA TRADICIÓN DE LAS HOGUERAS EN LA MANCHA

Hoguera de san Antón en Argamasilla de Alba
Hogueras o luminarias, antorchas y fuegos artificiales, velas y hachones: el fuego es el elemento clave en estas celebraciones; fuego profano y fuego sagrado que se mezclan en las fiestas de invierno. Desde la antigüedad pagana, el fuego ha sido considerado, por un lado, un elemento protector; las luminarias nocturnas servían para alejar maleficios y malos espíritus. Por otro lado, el fuego simbolizaba la purificación y la regeneración. En realidad, se trata de la dicotomía destrucción-renovación: el fuego voraz y destructivo que abrasa y consume los elementos nocivos y el fuego que alimenta la vida, elemento regenerador para personas y animales, plantas y cultivos.
Así pues, las hogueras constituían rituales de renovación que propiciaban el paso del invierno a la primavera, y rituales de purificación, para quemar lo impuro, lo viejo, para acabar con todo lo maligno. Todavía en la Edad Media, los pobladores atribuían al fuego propiedades mágicas y purificadoras, y se seguía usando como protección o para ahuyentar el mal. Pero ya la Iglesia primitiva, en su lucha contra el paganismo, había hecho coincidir estas fiestas del fuego con episodios de la vida de Cristo y la Virgen, o con las celebraciones en honor de ciertos santos. Por eso suelen ser fiestas de barrios y ermitas; ermitas que proliferaron extramuros de las villas durante la Edad Moderna hasta que fueron absorbidas, poco a poco, por los núcleos urbanos. Por esta razón, también son conocidas en diversas localidades manchegas como fiestas de los “santos viejos”, que anteceden a los carnavales. Con el entierro de la sardina y la quema de doña Sardina termina este ciclo de fiestas, hogueras y desenfreno. Este último fuego, y la ceniza del Miércoles de Ceniza, ejemplifican esa purificación necesaria, después de tantos excesos, para pasar a la Cuaresma.
Santos, vírgenes y hogueras
17 de enero, san Antón. La fiesta de san Antonio Abad, el primero de los eremitas, es de las más extendidas en la Mancha, así como sus hogueras y luminarias. Seguramente fue en sus inicios una fiesta pagana, como tantas otras, y muestra todos los rasgos típicos de una celebración del solsticio de invierno: las hogueras, la bendición de bestias y ganado, y la quema de cosas viejas. Aunque el tradicional sorteo del “guarrillo de san Antón” se ha perdido en muchos lugares, lo que no falta en casi ninguna localidad son las hogueras nocturnas, ya sea en la víspera o el mismo día. En algunos pueblos, como Almagro, también está extendida la costumbre de salir a quemar los trastos viejos. La degustación de distintos alimentos o de “limoná” alrededor de las hogueras es algo que también se repite mucho.
20 de enero, san Sebastián. Muy venerado por toda la geografía española, en la Mancha celebran con hogueras su festividad localidades como Alcázar de San Juan, Villanueva de los Infantes, Santa Cruz de Mudela, Campo de Criptana o Almodóvar del Campo.
24 de enero, la Virgen de la Paz. Esta advocación mariana fue la responsable, según la leyenda, de restablecer la paz en la ciudad de Toledo cuando, tras la conquista por Alfonso VI, hubo disturbios entre cristianos y musulmanes, enfrentados por la posesión del principal templo de la ciudad. Finalmente, y gracias a la intervención de la Virgen, los cristianos tomaron posesión del templo el día 24 de enero. Festejan este día con hogueras importantes Daimiel, Campo de Criptana y Manzanares, entre otros pueblos.
1 de febrero, santa Brígida. Santa irlandesa, santa Brígida fue fundadora del primer monasterio de aquella isla. Aquí en la Mancha, se celebra con hogueras su fiesta en algunos lugares como Almadén, donde nos encontramos con la Lumbre de santa Brígida.
2 de febrero, día de la Candelaria. Su propio nombre, “día de las candelas” ya evoca el papel central del fuego en esta festividad. La Virgen de la Candelaria es una advocación mariana que recuerda la presentación de Jesús en el templo, el encuentro con Simeón y Ana, y la purificación ritual de María (algo que podemos relacionar con la capacidad purificadora del fuego de la que hemos hablado antes). Es posible que esta fiesta esté remotamente emparentada con las lupercales romanas. Se trata de un día que se encuentra justo en el ecuador del invierno, y para el pueblo campesino siempre ha significado el fin de las largas noches, el tránsito hacia la primavera y el comienzo del año agrícola. Encontramos hogueras y luminarias en Pozuelo, Almagro, Brazatortas, Puertollano, Bienservida o Alcaraz. En Villamayor de Calatrava, la víspera se celebra el denominado Candelicio: los niños recorren todas las luminarias del pueblo haciendo sonar sus cencerros.
3 de febrero, san Blas. Eremita y obispo de Sebaste, san Blas fue martirizado durante las últimas persecuciones de cristianos, en el siglo IV. Se dice que poseía el don de la curación milagrosa. Se celebra su día con hogueras en Tarazona de la Mancha y Manzanares. También debemos mencionar las luminarias de Bienservida.
5 de febrero, santa Águeda. Santa Águeda de Catania fue una virgen mártir que fue torturada y ejecutada por el procónsul de Sicilia porque esta había entregado su virginidad a Jesucristo y no atendía sus requerimientos amorosos. Antes de lanzarla a las brasas y arrastrarla por la ciudad, ordenó que le cortaran los pechos. Por eso se considera esta una fiesta de mujeres, en la que son ellas las protagonistas. La víspera, destaca la gran luminaria de Povedilla, donde la santa es patrona. También se enciende hoguera este día en Alcázar de San Juan.


jueves, 21 de diciembre de 2017

EL SOLSTICIO DE INVIERNO, MITOS Y TRADICIONES

Renacer del dios Sol en el solsticio de invierno
Los movimientos de nuestro planeta alrededor del Sol. Los solsticios y los equinoccios. Y su influencia en la Humanidad: dioses, mitos y tradiciones. Desde los ciclos agrícolas a las fiestas paganas, desde las similitudes de las deidades solares a las celebraciones romanas. ¡Ah! Y la Navidad.
Durante el solsticio de invierno (22 de diciembre) el Sol alcanza su cénit en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse, progresivamente, en detrimento de sus noches, hasta llegar al solsticio de verano, en que invierte su curso. El término solsticio significa ‘sol inmóvil’, ya que en esos momentos el Sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste.
El solsticio hiemal es el acontecimiento que vivifica la Naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del Sol y, con él, toda la Naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia, gracias a la fertilidad de la tierra. En el solsticio de invierno, todos los pueblos antiguos celebraban el nacimiento del astro rey mediante grandes festejos, caracterizados por la alegría general y acompañados de ceremonias colectivas, centradas en cantos y danzas rituales y en la recogida de ciertas plantas mágicas, como el muérdago. Las grandes hogueras tenían la función de provocar el calor y la fuerza de los rayos de un sol recién nacido, que encaraba su curso hacia la primavera, inundando la tierra con su poder regenerador. Otro tanto sucedía durante el solsticio de verano, época adecuada para mostrarle, al divino sol, el agradecimiento de quienes habían sobrevivido un año más, gracias a su generosa intervención en el ciclo agrícola y ganadero. Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron, sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades. Por eso, las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad.
Desde hace miles de años y para las culturas y sociedad más diversas, el solsticio de invierno ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. No es ninguna casualidad, por tanto, que el natalicio de los principales dioses, relacionados con el Sol (como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dioniso/Baco, etc.) fuese situado durante este período temporal.
En la antigua Grecia, el culto popular de Dioniso estaba repartido en cuatro grandes festividades: las dos primeras (las Dionisíacas de los campos y las Leneas) se celebraban alrededor del solsticio invernal, con carácter propiciatorio de la fertilidad/prosperidad y en medio de festejos, caracterizados por la gran alegría general. Las dos últimas tenían lugar en la primavera y festejaban la resurrección de la Naturaleza.
En Roma, la celebración de las Saturnalias (fiestas dedicadas a Saturno, padre de los dioses olímpicos y dios protector de la Naturaleza) duraba una semana. Después de la ceremonia religiosa, había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos; cesaba toda actividad pública (en tribunales, escuelas, comercios, operaciones militares, etc.) y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio, salvo el de la cocina; se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas, bien surtidas, a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos de azar, etc.
En los mitos solares de todas las culturas antiguas, ocupa un lugar central la presencia de un dios joven (Jesucristo en la religión cristiana), que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida de la Naturaleza.
Durante el solsticio de invierno, la imagen del dios egipcio Horus era sacada del santuario para ser expuesta a la adoración pública de las masas. Se le representaba como un niño recién nacido, recostado en un pesebre, con cabello dorado, con un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza.
Mitra, uno de los principales dioses de la religión hindú, objeto de un culto aparecido unos mil años antes de Cristo, cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (el dios Ormuzd) y el mal (el dios Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Era un dios que había nacido de madre virgen, en el solsticio de invierno, en una gruta o cueva, fue adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto y resucitó al tercer día.
Baco, otro dios solar romano, también estuvo destinado a cargar con las culpas de la humanidad, también fue asesinado y despedazado (como Osiris) y su madre también lo buscó (como Isis) y recogió todos sus pedazos y lo resucitó. Según la tradición, Baco moría despedazado en el equinoccio de primavera y resucitaba a los tres días.
En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección, ya que consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuando pudo haber acontecido. Durante el siglo anterior, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y el 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, etc. Pero el papa Fabián (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno. A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable, si se atendía a lo dicho por Lucas en su Evangelio: “Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y, de noche, se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz…” (Lucas, 2, 8-14). Si los pastores dormían al raso, cuidando de sus rebaños, para que el relato de Lucas fuese cierto y/o coherente, debía de referirse a una noche de primavera, ya que a finales de diciembre, en la zona de Belén, el excesivo frío y las lluvias invernales impiden cualquier posibilidad de pernoctar al raso con el ganado. Forzando la escena relatada por Lucas hasta el límite, otras Iglesias cristianas -ajenas a la católica como la armenia- fijaron la conmemoración de la Natividad en el día 6 de Enero, ya que, según su deducción, el relato de Lucas sí puede ser creíble, si se sitúa el nacimiento de Jesús un poco más tarde, en enero y en el Oriente Medio. Un tiempo y un lugar donde es muy probable la existencia de cielos nocturnos claros y sin borrascas, aunque todavía con mucho frío. Con el mismo argumento, otras Iglesias orientales, como la egipcia, griega y etíope, propusieron fijar el Natalicio el día 8 de Enero.
Entrado ya el siglo IV, cuando ya se había concluido el proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacia la figura de Jesucristo, se decidió fijar una fecha concreta. Dado que a Jesús se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en el que se celebraba el advenimiento de ese joven dios. De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de Diciembre, fecha en la que los romanos celebraban el Natalus Solis Invicti, el “nacimiento del Sol Invencible”, un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno. La fecha del 25 de diciembre fue fijada por el orbe católico como algo inamovible, aunque no fue aceptada por la Iglesia oriental que, aún hoy día, sigue celebrando el Natalicio de Jesús el 6 de Enero.
Con la instauración de la Navidad, también se recuperó en Occidente la celebración de los cumpleaños, aunque las parroquias europeas no comenzaron a registrar las fechas de nacimiento de sus feligreses hasta el siglo XII.

Marcel Félix de San Andrés Sánchez

El Molino del diablo

Más de un siglo hace que las aguas del río Guadalmez ya no mueven las piedras del viejo molino, y ese mismo silencio ha desterrado de l...