Ilustración Leyenda de la Cruz en la Roca |
Hace ya
muchos años, en el pueblo de Fontanarejo vivía una mujer muy guapa, soltera y
con buenos recursos económicos. La pretendían muchos hombres del pueblo y los
alrededores. También de ésta bella mujer se enamoró perdidamente un buen hombre
del pueblo cercano de Piedrabuena. Su enamoramiento era tan grande que a veces
parecía que perdía la cabeza, pues los pensamientos volaban a ella, a sus
miradas, a sus palabras. La joven de
Fontanarejo había visto su semblante, conocía sus buenas obras y su talante, y
le correspondía con tierno amor. Se prometieron mutuamente amor eterno.
Este
joven enamorado, cuyo nombre no ha sabido decirme nadie hasta el momento, había
hecho bastantes regalos a su querida novia. Fueron varios los años de noviazgo
sin contraer matrimonio, al final hubo serios problemas por parte ella y las
relaciones se enfriaron tanto que él sabiéndola perdida, sin poder recuperar
su amor, le pidió le devolviera los regalos y presentes que le había hecho,
como parece era costumbre en aquellos años.
Ella se empecinó y se negó a devolverle los
pañuelos, el abanico, los pendientes, estampas y otros objetos, unos de valor
otros menudencias.
Fueron
pasando los meses y con el pasar del tiempo el joven comenzó a odiar a la que
antes tanto amó. No podía ni pensar en ella, pues cuando lo hacía se le subía
“la sangre a la cabeza” y la ira y la agresividad dominaban todo su cuerpo. Al verla, la violencia que despedían sus ojos y sus palabras enrarecían el aire, varias
veces la amenazó de muerte si persistía en no devolverle los regalos.
Un
caluroso día del mes de julio, cuando aprieta el calor, la mujer fue con su
cántaro a por agua a la fuente que había en la calle del mismo nombre, y él la estaba esperando en el callejón de enfrente,
donde las aguas que sobran o se derraman, se estancan. Llevaba un cuchillo de
grandes dimensiones y cuando la joven, despreocupada, estaba llenando el cántaro
de agua, él salió del callejón y le cortó el cuello, quedando separada la
cabeza del cuerpo.
A toda
prisa salió corriendo por la actual calle Goyanes para coger el atajo que lleva a Piedrabuena. Como había preparado el crimen con tiempo, transportaba un bote de veneno en el bolsillo para
suicidarse. Cuando iba por el campo, más concretamente por el
"puente", bello paraje, algunos segadores que estaban segando le
vieron beberse el veneno, pero la pócima sólo hacía efecto si se mezclaba con
agua. Ellos, al enterarse no le quisieron dar de beber, y de los arroyos no
podía coger pues estaban secos en esa tórrida época del año.
Él, muy
enfadado y exaltado, siguió con su rápida marcha hasta llegar al
"Quejigo", uno de los parajes más bellos de estos lugares, bebió agua
de su famosa fuente, que aún hoy existe, y allí se sentó esperando la muerte
hasta que llegó.
Desde
entonces, en la misma roca en la que murió hay una cruz, hecha con piedras
blancas de cuarzo incrustadas, de la que se desconoce el origen.
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