lunes, 26 de diciembre de 2016

LEYENDA DE LA CRUZ EN LA ROCA, Fontanarejo

Ilustración Leyenda de la Cruz en la Roca
Hace ya muchos años, en el pueblo de Fontanarejo vivía una mujer muy guapa, soltera y con buenos recursos económicos. La pretendían muchos hombres del pueblo y los alrededores. También de ésta bella mujer se enamoró perdidamente un buen hombre del pueblo cercano de Piedrabuena. Su enamoramiento era tan grande que a veces parecía que perdía la cabeza, pues los pensamientos volaban a ella, a sus miradas, a sus palabras. La  joven de Fontanarejo había visto su semblante, conocía sus buenas obras y su talante, y le correspondía con tierno amor. Se prometieron mutuamente amor eterno.
Este joven enamorado, cuyo nombre no ha sabido decirme nadie hasta el momento, había hecho bastantes regalos a su querida novia. Fueron varios los años de noviazgo sin contraer matrimonio, al final hubo serios problemas por parte ella y las relaciones se enfriaron tanto que él sabiéndola perdida, sin poder recuperar su amor, le pidió le devolviera los regalos y presentes que le había hecho, como parece era costumbre en aquellos años.
Ella se empecinó y se negó a devolverle los pañuelos, el abanico, los pendientes, estampas y otros objetos, unos de valor otros menudencias.
Fueron pasando los meses y con el pasar del tiempo el joven comenzó a odiar a la que antes tanto amó. No podía ni pensar en ella, pues cuando lo hacía se le subía “la sangre a la cabeza” y la ira y la agresividad dominaban todo su cuerpo. Al verla, la violencia que despedían sus ojos y sus palabras enrarecían el aire, varias veces la amenazó de muerte si persistía en no devolverle los regalos.
Un caluroso día del mes de julio, cuando aprieta el calor, la mujer fue con su cántaro a por agua a la fuente que había en la calle del mismo nombre, y él la estaba esperando en el callejón de enfrente, donde las aguas que sobran o se derraman, se estancan. Llevaba un cuchillo de grandes dimensiones y cuando la joven, despreocupada, estaba llenando el cántaro de agua, él salió del callejón y le cortó el cuello, quedando separada la cabeza del cuerpo.
A toda prisa salió corriendo por la actual calle Goyanes para coger el atajo que lleva a Piedrabuena. Como había preparado el crimen con tiempo, transportaba un bote de veneno en el bolsillo para suicidarse. Cuando iba por el campo, más concretamente por el "puente", bello paraje, algunos segadores que estaban segando le vieron beberse el veneno, pero la pócima sólo hacía efecto si se mezclaba con agua. Ellos, al enterarse no le quisieron dar de beber, y de los arroyos no podía coger pues estaban secos en esa tórrida época del año.
Él, muy enfadado y exaltado, siguió con su rápida marcha hasta llegar al "Quejigo", uno de los parajes más bellos de estos lugares, bebió agua de su famosa fuente, que aún hoy existe, y allí se sentó esperando la muerte hasta que llegó.
Desde entonces, en la misma roca en la que murió hay una cruz, hecha con piedras blancas de cuarzo incrustadas, de la que se desconoce el origen.

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