Exposición Mitología y Superstición en La Mancha. Damas Blancas M. Félix |
En casi toda Europa abundan las
leyendas e historias que narran la existencia de misteriosas mujeres vestidas
con prendas blancas y luminosas. Estos espíritus tutelares de los bosques se
conocen genéricamente como damas blancas. En general se las describe como
bellísimas jóvenes, vestidas con túnicas de gasa blanca que socorren a los
viajeros extraviados en la inmensidad de los bosques. Quienes las han visto
afirman que tienen largas y sedosas melenas rubias, una figura esbelta y ojos
azules que brillan como estrellas, llenando el alma de una paz infinita.
En la mitología europea, las damas
blancas son genius loci, seres que protegen un sitio en particular como es el
caso de los bosques. A pesar de haber cientos de relatos sobre ellas son tutelares
difíciles de ver y advertir pues, según la tradición, solo se muestran
abiertamente a los nacidos en domingo y son portadores del talismán mágico y a
los bebés que son besados por una dama blanca en el momento de su
alumbramiento.
En general, todas las leyendas
coinciden en que sus lugares favoritos para vivir son los bosques,
especialmente aquellos donde nieva, ya que así pueden pasar desapercibidas
camuflándose en el blanco paisaje. Los bosques, castillos y cuevas ocultas son
la mágica morada donde reposan y descansan cuando no tienen ninguna tarea que
realizar y están ociosas.
Las damas blancas son hadas generosas
de gran corazón, están siempre dispuestas a ayudar a los mortales que demuestren
ser merecedores de su misericordia, ellas consuelan a los perdidos y ayudan a
buscar la salida a quienes se sienten presos dentro de una gran pena. También
son solidarias con las mujeres parturientas, sobre todo cuando el parto es
particularmente difícil. Los bebes nacidos bajo la protección de una Dama
Blanca tienen la capacidad de poder verlas siempre que lo deseen. Si bien son
tutelares de gran corazón, dulces y pacíficas por naturaleza, su bondad es
absolutamente comparable con la ira que pueden albergar en sus delicados cuerpos.
Cuando alguien las exaspera, molesta u ofende, ellas no dudan en helar su
corazón con tan solo una penetrante mirada.
Una leyenda alemana relata que un niño
pequeño se internó en el bosque para jugar y, distraído, se adentró demasiado, perdiendo
el camino de regreso a casa. Cuando se dio cuenta de que estaba perdido y que
nadie respondía a sus llantos y ahogados gritos de auxilio, por entre los
árboles apareció una bellísima mujer vestida de blanco, con el pelo rubio brillante
como un rayo de sol. Se le acercó, dulcemente tomó su mano y lo condujo
caminando hasta el final del bosque, donde le mostró el sendero que lo llevaba
de nuevo a su hogar. Antes lo besó suavemente en la mejilla y lo dejó partir.
Leyendas muy parecidas a esta se repiten en distintos puntos de la geografía manchega.
Según las regiones y territorios se
les da a las damas blancas características divergentes y hasta muy antagónicas.
Así en la Europa del norte se las considera tutelares de buen augurio y existe
la certeza de que quien las ve tendrá siempre la fortuna de su lado.
Contrariamente a esta tradición, en España la presencia de estas mujeres está
ligada en ocasiones al mundo de los fantasmas, por ello es común encontrar
damas blancas en leyendas urbanas, como aquélla que advierte sobre una misteriosa
mujer vestida de blanco haciendo autoestop. En Ciudad Real se narran
experiencias sobre la joven que se aparece en la carretera de Toledo y que se
considera puede estar relacionada con el
cercano, hoy desaparecido, sanatorio de la Atalaya.
En general, en nuestro país son
personajes femeninos, a la vez ambiguos, que participan de las características
de los fantasmas, los duendes y las encantadas. Constantino Cabal se refiere a
ellas diciendo: “y las hadas son los muertos... y las hadas y los muertos
siempre llaman por su nombre a las personas que necesitan... la leyenda céltica
confunde todos los rasgos de las hadas y los muertos, lo mismo que la latina
unificó las fatas con las parcas en una sola personalidad”.
En Galicia, existe desde siempre la
Xa, mezcla de fantasma y hada que en las aldeas son fantasmas que se meten con
la gente, estorban en los molinos, roban las heredades y ordeñan las vacas en
las cuadras.
Es muy probable que el mito viajara
por toda España con los desplazamientos de las gentes del norte hacia el centro
y el sur de la península Ibérica personalizándose, eso sí, en cada comarca y/o
municipio. En Puertollano, según nos contó Teodora Fernández, su madre le habló
de una Dama Blanca que se veía la noche de San Juan recorriendo el paseo de San
Gregorio.
La Dama
de los Montes.
Nuestra particular y asombrosa dama blanca manchega la encontramos en la Dama
de los Montes, extraña mujer que vive en las espesuras de los bosques y los
agrestes roquedos, y aparece de forma misteriosa para proteger a los niños
extraviados. En otros lugares de la provincia (Porzuna, Herencia, Ruidera…)
donde se tiene noticia de leyendas y fábulas que hablan de esta misteriosa
mujer se la conoce también como “la Vieja de la Sierra”.
En Villamanrique se cuenta la aventura
de un niño que se perdió en el monte buscando leña y se salvó porque una
desconocida señora le resguardó del frió y le protegió de los lobos. El niño no
supo dar más datos sobre su misteriosa benefactora y en el pueblo caló la
leyenda de la Hermana de la Sierra.
Famoso en Ruidera fue el extravío de
un niño de trece años: “que lo estuvieron buscando to el día, dando voces por
el monte y al caer la noche dejaron de buscarlo. Al día siguiente ya lo daban
por muerto, porque por la noche había nevao algo y después heló mucho. Y no sé
si vieron pisás y las siguieron, pero lo cierto es que se lo encontraron al
abrigo de unos riscos de la peña del Babián, pero aquí abajo dando casi vistas
a Ruidera. Cuando lo vieron tan campante se quedaron desconcertados y le
preguntaron si había pasado mucho frío, a lo que la criaturica les contestó:
que había estao muy calentico porque lo había tenido arropado toa la noche una
mujer…”.
Pervive en la memoria de los niños
salvados como una hermosísima joven, que en ocasiones adoptaba la figura de una
anciana de serena belleza. En todos los casos se le atribuye una maternal
ternura, de palabras muy dulces y voz suave, que al momento hace desaparecer
las angustias.
En su tiempo, el acontecimiento de la
pérdida y posterior aparición de los niños tuvo mucha resonancia popular en sus
respectivos pueblos, imaginándose y planteándose múltiples hipótesis. Hay quién
ve en ellos milagrosas manifestaciones marianas; otros, la gran mayoría, por el
contrario, creen que son fantasías infantiles; los eruditos amantes de la
mitología defienden que se trataba de primitivos duendes de los bosques; estudiosos
foráneos afirmaron que eran sombras de ritos iniciáticos en lo más profundo del
bosque primitivo; y los escépticos sostienen que no había nada de sobrenatural
en aquellos casos, que tan sólo eran mujeres “desapartás” voluntariamente de la
sociedad y de su tiempo.
En los cuatro casos recogidos por
Carlos Villar Esparza en su libro Con Once Orejas, que no guardan relación
alguna de parentesco, espacial ni temporal, son niños de corta edad que
enviados por sus padres o bien por decisión propia, se adentran en la espesura
del bosque, que siempre se halla en una sierra cercana al pueblo, en búsqueda
de leña para su posterior venta y así ayudar a la mísera economía familiar o
simplemente para consumo particular, todos desaparecen sin dejar huella alguna.
“En pos de la leña, los pequeños
recolectores se adentran en la profundidad del bosque y, a la hora de la
vuelta, se dan cuenta que se han extraviado y no encuentran, pese a los muchos intentos,
el rastro del regreso. Perdidos, desesperados y desorientados los niños ven
llegar las primeras sombras de la noche, y con ella empieza a helar. Los niños
lloran, llaman angustiosamente a sus padres y piden auxilio con las pocas fuerzas
que les quedan. Aúllan los lobos, andan de lobá, pues han olisqueado la carne
de los niños y empiezan a acercarse.
Los niños buscan refugio junto a una
gran roca o al abrigo de un árbol caído, hambrientos y aterrorizados se hacen
un ovillo y permanecen inmóviles. Todo es negro y los niños están indefensos en
la noche que murmura lúgubres bisbiseos. El hielo nocturno, mortal acariciador,
les va cerrando los ojos. Y cuando todo parece perdido para los niños se
produce el milagro.
Aparece junto a ellos una hermosísima
joven o una ande serena belleza que con ternura les coge de las manos y les
anima a que la sigan con dulces palabras. Ante la presencia femenina los lobos
reculan temerosos y respetuosos.
La súbita protección de esta
misteriosa mujer llena a los niños de una sensación de cálida placidez, de
sentirse defendidos por la protección materna. “La Vieja de la Sierra” o “la
Dama de los Montes” conduce a los niños a una acogedora cueva o a una humilde
cabaña donde se sientan junto al fuego y la mujer les da de comer y les cuenta
cuentos mágicos hasta que el sueño los vence”.
En el caso referido a Porzuna, “la
Vieja de los Montes” da al niño bellotas como único alimento mientras le cuenta
una maravillosa historia que el chiquillo, al encontrarse de nuevo entre los
suyos, se niega a revelar. En Solana del Pino la extraviada fue una niña de
apenas tres años. Estuvo desaparecida todo un día con su noche, fría noche
otoñal, y a las primeras luces apareció en el camino asegurando que una mujer
muy guapa le había dado de comer y la cobijó en su cabaña.
En todos los casos, los niños cuentan
con naturalidad a sus familias la presencia salvadora de la dulce mujer y como
han sido protegidos por ella. Los mayores, incrédulos ante el extraño relato,
dudan de las palabras de sus hijos. Así cada uno de los sucesos ha quedado en
cosas de niños, pues ninguno de los adultos había visto, ni vería jamás, a la
reservada y bondadosa dama de los montes.
Carlos Villar Esparza cita a uno de
aquellos pequeños, conocido como “el hermano perdio”, que fue protagonista de
una de estas aventuras a principios de 1940 y que fue salvado por esta especie
de ángel tutelar. El protagonista vive aún en una ciudad española muy distante
de su pueblo manchego, y sigue arraigado en su memoria, como un día, siendo
niño, le salvó “la Vieja de la Sierra”.
Marcel Félix de San Andrés
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