La Mora de la Peña de la Encantada de Puertollano. M. Félix |
Etimológicamente la denominación de
Mora o Moura responde a la relación del vocablo prerromano “mor” (piedras, túmulo,
cerro…) y que puede corresponderse con las “morras” o poblados pertenecientes a
la cultura del Bronce Manchego. A menudo confundidas con las hadas existieron en
toda la geografía española. Personajes de leyenda, restos de las huestes moras
que se desplazaron de sur a norte, cristianizadas o no, generalmente están
encantadas.
Cueva de la Mora, fuente la Mora o
el paso de la Mora son topónimos frecuentes en nuestra tierra. Así en Daimiel
tenemos la cueva de la Mora y el paraje de Moratalaz; en Calzada de Calatrava
el arroyo y la umbría de la Mora; en Agudo la peña de la Mora; en Carrión de
Calatrava el corral de la Mora; en Almadén la loma de la Tierra Mora; en
Villanueva de los Infantes el cerro de la Mora y Moranzas; en Almadenejos la tabla
del Moro y el baño de la Sultana; en Alhambra el molino del Moro; en
Argamasilla de Calatrava la Sala de los Moros; en Castellar de Santiago la
Medina y la casa de la Medina; en Torre de Juan Abad el cerro del Moro; en
Campo de Criptana la casa del Moro; en Piedrabuena la hoya de la Mezquita, la
sierra de la Mezquita y el morro de Marruecos; en Puebla de don Rodrigo el
collado de Entremoros; en Manzanares el paraje de las Moratas; en viso del
Marqués el pozo del Moro; y en Abenojar Navalmoro, la noria de Navalmoro y el
cerro del Moro. Más explícitos aún son los topónimos la Encantada en Daimiel,
cañada y cueva de la Encantada en Granátula de Calatrava, camino de la
Encantada en Puebla de Don Rodrigo y cueva de la Encantada en Campo de
Criptana.
En el norte de España, las moras
viven refugiadas en las cuevas o bajo el agua. Se cuenta que son mujeres que
acompañaban a los ejércitos moros y que al retirarse éstos tras ser derrotados,
quedaban atrás llorando su desgracia y a menudo guardando los tesoros que los
moros habían conseguido en sus correrías. Desde entonces, encantadas y
encadenadas a las cuevas por cadenas misteriosas e invisibles, no salen más que
en noches de luna llena para buscar agua mientras entonan tristes canciones.
Ningún rincón de la península se
libra de las leyendas sobre moras encantadas. En Salamanca, la “cueva de la
Quilama” está ligada una princesa mora que guarda fabulosos tesoros y solo
consigue alejarse de su encierro a través de un pasadizo para pasearse
tristemente por el río Quilama. La noche de San Juan pueden oírse sus lamentos
al fondo de la cueva llorando su cautiverio. Si alguien se atreve a intentar
llegar hasta las riquezas que custodia desaparece, muere o se vuelve loco. En Villanueva
del Conde existe también una cueva que se cree comunicada con el castillo de
Valero por medio de un subterráneo y que encierra las habitaciones de la Mora y
un horno con oro molido. Cuentan que antiguamente “cuando salía el sol la
mañana de San Juan, salía la Mora de su cueva para tender las ropas y bonitos
trajes así como sus ricas joyas de oro que brillaban con el baile del sol la
mañana de San Juan”.
En Villar de Argañán, en la fuente
de las Tahonas, existe una Mora Encantada que todas las mañanas de San Juan,
antes de la salida del sol, cuelga la ropa que utilizó durante el año.
En Cabeza del Buey, en Badajoz,
también existe una leyenda sobre una Mora Encantada, pero en este caso no eran
una sino tres hermanas, hijas de un rey moro y de una cristiana.
En Almadenejos existe la cueva del
Anillo en la que se sospecha la presencia de un fabuloso tesoro y muy cerca de
esta cueva se cita también un aljibe natural al que se conoce como el baño de
la Sultana. Ambos lugares forman parte de la sierra de Manzaire donde se sitúan
los restos de un castillo del mismo nombre y en el que se alojó el mítico
Almanzor.
En ocasiones la Mora no está
encantada pero es la responsable de la formación de algunos hitos morfológicos
llamativos como cerros, fuentes o lagunas. Y cuando no se habla expresamente de
moras encantadas, ni de fenómenos provocados por ellas en vida, sí que se
utiliza a los moros para nombrar los incontables tesoros que escondieron y que
esperan a quienes logren descubrirlos.
Otro tanto ocurre cuando en los
pueblos se quiere datar algo en un periodo histórico muy lejano. La explicación
que los lugareños han dado siempre es que: “es de cuando los moros”.
Un buen ejemplo lo tenemos en la
tumba megalítica fechada en la edad del bronce, conocida como la Sala de los
Moros, que se localiza entre Argamasilla de Calatrava y Puertollano.
Encantás. Mitos
sobre encantás se pueden recoger en toda la península Ibérica aunque adquieren
distintos nombres. En Galicia y Portugal se las llama Mouras, Xana en Asturias,
Anjana y Encantá en Cantabria; la diosa Mari del País Vasco es un mito similar.
En Castilla se las denomina Moras y en La Mancha son Encantás.
En La Mancha están especialmente
extendidas, encontrándolas en la mayoría de nuestros pueblos. Carlos Villar
Esparza recoge este mito en su libro Con Once Orejas y
afirma que es una: “aparición, que salvo excepciones, era siempre sanjuanera”.
En Villanueva de los Infantes se
la definía como “una señora muy guapa, encantada, que no se veía pero que se
podía hablar con ella y provocaba miedo”, “Mora muy guapa, con el pelo largo, a
la que apenas podían resistirse los hombres que la miraban a los ojos… cuando
se iba a beber agua en abrevaderos en el campo salía con un cántaro y te
golpeaba en la cabeza”, “Mora que vivía en sitios subterráneos como la cueva de
San Miguel y cueva de la Mora y salía el día de San Juan. Se decía que estaba
encantada y que si te acertaba a tocar con el peine quedarías también encantado
o encantada”.
La Encantá de Torre de Juan Abad
se dejaba ver en el estrecho de las torres, también conocido como torres de
Joray o Eznavejor, en el término de Villamanrique. La noche de San Juan junto a
la fuente del piojo, bajo la sombra de los últimos restos de Joray, era el
lugar elegido para su aparición. Se decía que antiguamente las gentes del
pueblo marchaban en grupos a contemplar el asombroso prodigio. La dama aparecía
con un camisón de raso azul, en una de sus manos llevaba un maravilloso peine
de oro que le servía para alisar sus suaves cabellos. Cuando alguno de los
curiosos se acercaba demasiado la aparición desaparecía.
En el vecino pueblo de
Villamanrique se han conservado algunas leyendas de la maldición que pesa sobre
la “Encantá”, hermosa mora enamorada de un cristiano infiel y guardiana de un
tesoro oculto. El 24 de junio ninguna moza soltera pasaba, ni con el
pensamiento, por donde se aparecía pues de hacerlo no se podría casar.
En Alcubillas, en el cerro de San
Isidro, asomaba otra “Encantá” de la que decían suplicaba por piedad a los
caminantes un poco de agua… cuando el gañán caritativo, conmovido por las
palabras suplicantes y la belleza de la embrujada, se acercaba para
entregársela y calmar su sed, desaparecía sin dejar huella.
En Ruidera, junto a los “riscos de
la Cubeta”, también aparecía esta visión: “pues íbamos los chiquillos a varear
aquello, para comer los anises y las mujeres, nuestras madres, las personas mayores
nos decían: “… tener cuidado, ir a una hora, siempre al mediodía o por la
tarde, porque por las mañanas hay una mujer vieja que está encantá, con un pelo
muy largo, pero es un pelo que brilla mucho, es de color de oro que se peina
con un peine de oro y sale por las mañanas en cuanto sale el sol, al sitio que
da el sol, y se está peinando y si os coge a algún chiquillo os va a dejar
encantaos y os vais a quedar allí y ella se va a salir que es lo que quiere”.
La “Encantá del caño” surgía por tierras del pueblo de Montiel.
En muchas de sus apariciones se
presenta con luminosa áurea, siendo, casi siempre, el lugar elegido cerros,
oteros, fuentes, arroyos, cuevas, ruinas…, primigenio origen de antiguas y
populares litofanias (juegos ópticos) y de misteriosos cultos acuáticos. La
Sanjuanera aparece normalmente en puntos donde hay o se han descubierto ruinas
de poblaciones humanas antiquísimas.
Años ha, los recuerdos y la
memoria de nuestros abuelos se detenían en “tiempos de los moros”. Todo el
pasado con tintes de maravillas y fantasías nacía de aquellos antiguos señores que
llegaron del sur y vivieron durante siglos en estas tierras. Antes la memoria
se perdía en el negro abismo de lo desconocido y la profundidad de lo ignorado
y oculto. Quizás sea este el motivo por el que casi todas las encantás
manchegas tengan su génesis y su cuna en tiempos de la civilización árabe y el
poder berebere en la zona.
La anual aparición de la Encantá
es consecuencia de la terrible maldición padecida en sus días de vida terrenal.
Según las leyendas las faltas cometidas y maldiciones son muchas y diversas,
aunque siempre relacionadas con las riquezas y el amor. Unas cuentan que su
encantamiento es consecuencia de la ira paterna al ser descubiertos sus ocultos
amores con un cristiano galán. Hija que el moro había cuidado y protegido hasta
entonces entre azahares, jazmines, sedas, damascos y fieros eunucos con la
esperanza de entregarla al merecedor de tanta hermosura: rey, emir o califa.
Hay otras leyendas que relatan que
algunas de las encantás fueron víctimas inocentes de la ambición de un
caballero felón, cristiano siempre. Es la mora asesinada por su decidida y
valiente negativa a mostrarle al infame cristiano el lugar donde se encontraba
el tesoro familiar, secreto que sólo ella conoce.
Se sabe de la Encantá que regresa
del reino de las sombras en la noche de San Juan, cuando se abre la puerta que
comunica los dos mundos. En su cubil aguarda la llegada del mozo o caballero
limpio de corazón al que podría entregar su secreto y por fin descansar en la
oscuridad de los muertos. En caso contrario, la necedad y avaricia del hombre
que desprecia los peligros que protegen sus tesoros le cuesta la vida,
desaparece y jamás vuelve a ser visto.
Cuentan de otra Encantá que
entregó al galán su virginidad bajo falsa promesa de matrimonio. El mozo, una
vez saciadas sus hambres sexuales desapareció siguiendo a los ejércitos que van
a la guerra, tras la gloria y la riqueza. La moza esperó la vuelta de su amado
y con ella el cumplimiento de la palabra dada de matrimonio, casorio que nunca
se produce porque el galán jamás regresa. Convertida en encantada continua aguardando
el regreso del falso enamorado y el cumplimiento de su promesa, y por este
motivo se la ve mirar con desespero los caminos y a los caminantes.
Desconocemos si la Encantá aún
mantiene la pasión carnal y amorosa por el aprovechado caballero que la tiene
hechizada. Sabemos en cambio que la hechicería desaparecerá con la vuelta del
amado o con algún esforzado héroe que, compadecido de su dolor y tormento, la
tome en matrimonio, afrontando todos los peligros que ello conlleva.
Una leyenda recogida en las
tradiciones orales montieleñas habla de una dama Sanjuanera condenada a la
inmortalidad por ser madre sin tener varón como marido conocido. Su padre,
caudillo moro y alcalde de una fortaleza, asesina cruelmente al inocente
nietecillo, y recluye a su hija en una inexpugnable torre para que en esa
siniestra prisión pague el pecado de su vergonzante maternidad.
Durante muchos días y noches se
oyeron los aullidos y lamentos de la infeliz madre llorando la muerte de su
hijo. Corrieron los años, cayó el poder del moro, pasaron y pasaron generaciones
de hombres y mujeres y aún siguen contando que la prisionera se aparece entre
las cuatro piedras de su derruida prisión. Suplica se le devuelta su criatura y
desatado el nudo mágico que la mantiene encantada en la torre, a cambio te
colmara de riquezas.
Características esenciales de las
encantás, comunes a todas ellas, aunque con ligeras variaciones, son: ser
jóvenes de extraordinaria hermosura virginal, de tez blanca o de brillante ébano,
de largos cabellos rubios o negros como ala de cuervo…, que en todos los casos
llegan hasta sus caderas, son extraordinariamente suaves y se reflejan los oros
del día y las platas nocturnas. Esos cabellos son peinados con un rico peine de
oro incrustado de joyas. Tienen hermosos y profundos ojos, el que osa mirarlos
directamente queda hechizado y enamorado. Aunque es importante anotar la
sobresaliente falta carencia de sensualidad en ellas.
Las encantás, amén de sus gracias
y donaires, son en su mayoría apacibles y bondadosas pero también las hay que
son malvadas y diestras en las artes mágicas, usan de objetos, como el referido
peine, botellas de agua, alcucillas de aceite, supuestamente con propiedades
mágicas y con promesas de fastuosos tesoros tienta a pastores, gañanes, mozas o
viajeros que el día de San Juan se encuentran en el lugar de la aparición…,
pero su verdadero objetivo no es colmarles de riquezas o poderes sino
seducirlos y llevárselos con ella a su profunda y húmeda cueva llena de
pesadillas y malas cosas. Afortunadamente la muchachada, instruida por la
sabiduría materna, escapaba casi siempre de sus acechos y engaños.
Como se ha descrito anteriormente;
los enclaves, poderosos emisores de fuerzas telúricas, donde se producen las
apariciones de las encantadas coinciden por tener elementos afines: lugares
elevados, grutas tesoreras, pozos o corrientes de aguas, ruinas de fortalezas o
edificios antiguos, cuya función se ha perdido en los caminos de la historia y
de los hombres. Su permanente conexión con las fuentes de agua hace que en muchos
casos sea presentada como descendiente de las mitológicas náyades, familia de
las ninfas.
Sin duda alguna, la Encantá es la
reina de nuestra mitología popular y aunque es cierto que su estela ha
desaparecido en numerosos lugares de La Mancha, porque el siglo de la
información y el conocimiento ha acabado con ellas, también lo es, que en
muchos pueblos acude acicalada y fiel a su cita Sanjuanera evitando, al menos
de momento, su desaparición.
No hace mucho que madres y abuelas
utilizaban el recurso de la Encantá como espantajo que evitara las correrías
camperas y lacustres de los niños y jóvenes.
En el cerro de la Yezosa (Bolaños
de Calatrava), se tiene conocimiento de la existencia de una cueva natural, se
cree que es una antigua boca del volcán. Según la leyenda popular, una mujer
muy bella que llevaba un espejo, se aparecía en esta cueva en determinados días
del año. Otras voces afirman que esta misma cueva es la boca de un pasadizo que
conducía al castillo de Doña Berenguela.
Leyendas sobre encantadas tenemos
en Almadenejos, allí se aparecían en el río Valdeazogues, en la tabla de las Tres
Hermanas, y en el río Gargantiel; en Puertollano se aparecía en la peña de la
Encantada, en el cerro de Santa Ana; en Puebla de Don Rodrigo aparecía una mora
encantada en los peñones del Chorro; en la cueva del río Ventillas también
habitó una encantada según me contó F. Ferreiro; en Piedrabuena se bañaba en las
aguas del río Bullaque… Alcubillas, Villanueva de los Infantes, Castellar de
Santiago, Torre de Juan Abad, Ruidera, Montiel, Granátula de Calatrava,
Bolaños, Puebla de Don Rodrigo, Puertollano, Almadenejos, Campo de Criptana y
Villamanrique son algunos de los pueblos donde el recuerdo de la existencia de
la Encantá se mantiene con más fuerza en nuestros días.
Pese a todo, hasta nuestros días
han llegado las encantás como mito de la gente nueva y las personas viejas.
LA REINA MORA DE VILLAMANRIQUE. En
Villamanrique, romancea la tradición oral que, en
muy lejanos días, habitaba el
castillo de Montizón una reina mora de belleza no creída a fuerza de no ser
vista y admirada. Siguen relatando las fuentes que en las calurosas noches
estivales descendía del castillo la reina mora con pausado y majestuoso caminar
bus cando el refresco del río. Lo hacía acompañada de esclavas y escoltada por
su guardia berberisca que con antorchas, iluminaban sus pasos las noches que no
había luna.
La Reina Mora de Villamanrique. M. Félix |
Parecía volar la reina mora en
alas de sus velos. Se detenía junto a un pequeño remanso, dócil lagunilla de
aguas plácidas que besaban la ribera –hoy, a este lugar se le sigue conociendo por
el Baño de la Reina Mora– solícitamente atendida, desprendiase de sus coloridas
sedas. En exultante desnudez, tímida rompía el espejo de las aguas. Trovan que
nunca galán fue más complacido y requerido que el Guadalén. Cómo esperaban sus
aguas las caricias del cuerpo de aquella diosa.
Caricias que devolvía el orgulloso
río con traviesos y cálidos remolinos que hacían estremecer de placer a la
reina mora al ser catada en sus intimidades. Y como cada noche al descender sus
corrientes en busca de sus mayores, camino del Gran Agua, susurraban sus voces
cristalinas, las delicias de aquella Venus que regresaba a su hogar primigenio.
Sus espumas pregonaban por donde pasaban la negritud de su pelo, la hondura
brillantez de sus ojos, la gracilidad de su nariz, la promesa de sus labios
reventones, la nieve de sus dientes, el ébano embriagador de su piel, la
plenitud de sus pechos, la fertilizadora provocación de sus caderas, el tímido
ombligo que cantó el poeta...
Tanta esplendorosa perfección
hecha mujer mal podía permanecer oculta mucho tiempo, como tampoco sus baños
nocturnos. No se sabe quién ni cómo, pero escaparon de Montizón las nuevas
llegando a las gentes de pueblos y aldeas cercanas. Las escuchó con once orejas
un decidido Belmonteño prometiéndose no cesar hasta dar con la singular
desnudez de aquella joven reina, no siendo ajeno a los riesgos presentes,
agravados por la ya tradicional y antigua enemistad de Torre de Juan Abad con
los castellanos. ¿Sería por un casual encantada doncella sanjuanera como la de
Eznavejor?
La luna llena obraba el luminoso
milagro de vencer a las tinieblas. Caídos de territorios lunares, los hilos de
plata jugaban con las hojas de los árboles haciéndolas brillar fugazmente antes
de llegar a las aguas. A pocos metros de la resplandeciente sensualidad de la
reina mora, el atrevido mozo, encamado entre chaparros, sufría extasiado ante
la revelación de aquel cuerpo desnudo que iniciaba su baño ignorante de saberse
contemplado. Se repetía el rondador que aquella imagen sólo podía ser
mismamente la tan celebrada hermosura del mundo.
¡Cómo centelleaba todo el cuerpo a
la luz de la luna! En el agua, sus manos, versos que nacían en la poesía de sus
brazos, dibujando arabescos en la superficie del Guadalén. Una mano invisible
punteaba melancólica la cítara, quejábase ésta dulcemente.
Conoció nuestro temerario y
anónimo héroe que nunca volvería a ser feliz. Un loco y quimérico amor lo había
encadenado para siempre jamás. Amor incontenible e imposible. Bebían con
fruición sus ojos las formas de la reina mora que con infantiles carcajadas
chapoteaba en aguas de poco fondo y, en remirándola, su corazón era presa de
violentos y desconocidos temblores.
Más no hay que tentar a los hados
protectores de los débiles y enamorados. Estos colosos vigilantes del orden
establecido… –arteros huronean y hociquean por doquier que no se rompa la
armonía y el equilibrio–... ya no veían con buenos ojos las continuas escapadas
del humilde gañán, que al caer las noches marchaba a escape a violar el baño de
la reina mora. Apuntaba muy alto el infeliz.
La última noche de su deleite, la
de su perdición, cobijado lanzaba sus silenciosos suspiros preñados de aromas
de romero, jara y retama. Levitaba místico en nubes amorosas, cuando poderosos
brazos lo sujetaron violentamente. Oyéronse gritos, maldiciones y blasfemias.
Ilumináronse las almenas del castillo y dióse la voz de alarma con gran
tumulto.
Las esclavas unieron sus gritos
estridentes por la aparición del intruso a los de la reina mora al saberse
espiada en su intimidad. Cubrierónla rápidamente emprendiendo regreso al alborotado
Montizón. No hubo piedad para el osado enamorado, su desatino amoroso lo había
traicionado. Su amor y la imprudencia de conocer lo vedado lo conduciría a la
muerte.
Encerrado en una mazmorra de los
subsuelos del castillo le dieron terrible y cruel tortura sujetando con fuertes
cáñamos su cabeza alzada e inmovilizada. Sobre ella un extraño artilugio lleno
de agua que de forma continua y mortal dejaba caer una gota de agua sobre la
frente del muchacho, el horrible tormento de la gota a gota. Albas y ocasos
oyeron sus desgarrados alaridos.
Algunos servidores del castillo
hicieron saber en Torre de Juan Abad que el infeliz enloqueció con el martirio
antes de morir en larga agonía con el cráneo taladrado. Aquella dramática y
galana noche de luna llena, la reina mora desapareció, no volviéndose a tener
noticia de su belleza. Marchó sin saber de la vida de su enamorado. Lo que no
tiene nombre no existe.
Queda para nosotros la poesía de
luna de Montizón y el reflejo de las aguas del “Baño de la Reina Mora”. Y dicen
que en el silencio de las lunas llenas, por esto parajes se oyen misteriosos suspiros
de amor... Soñemos.
Marcel
Félix de San Andrés
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