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LEYENDA DE LA VEREDA DEL LOBO

Ilustración Leyenda de la Vereda del Lobo
Me contaron que aquel antiguo invierno, fue un largo y terrible, un castigo lleno de desgracias. Año de hielos, de nevasqueros y temporales sin fin, que provocaron gran carestía y necesidad en las gentes de la comarca. Hasta los animales de diferente clase y condición amanecían helados y los escondidos en sus madrigueras, traspillaos)
Pues…dicen que, en aquel amanecío, el mayoral de la Higueruela dio cuatro gritos llamando al zagal, que se presentó flechao ante él: “Chacho, tiras pa’l pueblo. Te llegas a casa del amo y le dices al Venancio que te ponga en el hato, lo que hay en este papel. Después coges al “Morito” y te vuelves p’aquí a escape. Y nada de pasantear. Derechico p’al el pueblo y derechico p’acá. ¡Ea!… traspón y veste”
El zagal metió el grueso papel de estraza en el morral y sin ninguna pregunta ni comentario, se atalajo la pelliza, se colocó el tapabocas y a buen andar desapareció por el camino que salía de la “Higueruela” y que después convertido en veredón pasaba a la vista de “Navalasquillo”, dejando a la derecha, la alta “Loma de los Carriles”. Era su pensamiento atravesar por la “Cañada del Juncar”, el arroyo de la “Colmenera”, para asomar por los “Chaparrales de Arriba” y dar a la umbría de la Torre de la Higuera y desde allí al pueblo. Se perdió en el bosquerío prieto de chaparros, carrascos, encinas, robles y alguna higuera loca. A buen paso en cinco o seis horas estaría en casa de los amos. Lo que nadie sabía entonces, es que no volverían a verlo nunca más.
Transcurrieron dos días y el zagal no hacía mención de aparecer, cosa extraña, pues, el tiempo era sobrado para estar de regreso: “En que charco se habrá metido el jodio zagal”. Cancamuseaba el mayoral: “Haber los expliques que me trae a la vuelta”
Tres, cuatro, cinco días… aquello ya no era de aguante ni cosa que se le pareciera, ni zagal, ni otro en su lugar, asomaba con el nuevo hato que tanta falta les hacía. Algo debía haber sucedido que explicara tan misteriosa tardanza. Y cosa del oraje no era, pues, aunque los días estaban arrecíos, nadica de temporal. Aunque, eso sí, muchas de las tierras llanas, tal que parecían tablas, de las aguas que las anegaban.
Así que decidió enviar de nuevo a uno de los gañanes hacia la Torre, para dar candil a lo sucedido y regresar con las nuevas provisiones. Para aligerar el mandao, como apaño, le dio una de las mulas de las yuntas de cabalgadura.
No había brincado el sol por cima de Cabeza Buey, cuando los del cortijo oyeron grandes voces y vieron regresar al gañan, a trote mulero, enviado hacia poco tiempo en busca del zagal y del nuevo hato. Por las señas y maneras parecía muy asustado, y cuando ya cerca, le atinaron la cara vieron que estaba aterrorizado, mismamente si se le hubiese aparecido “la mala cosa”. Sin desmontar, gritaba una y otra vez que le siguieran: “Los lobos…los lobos… los malditos lobos… venid, venid… al zagal se l’han comido los lobos… se l’han comido entero… venid, venid y veréis”
“Qui’es callate”. Al mayoral y a todos los arremolinados que acudieron a las voces, un gélido revenío les puso los pelos tiesos como chupones y un malísmo espeluzno se agarró a sus cuerpos.
El desesperado gañan continuaba con su espantado tabarreo: “venid…venid”.
Decidieron que lo más cabal era hacer lo que decía, así que, el mayoral y dos gañanes a lomos de mulas siguieron al asustadísimo compañero.
Encarrucharon por el carril tomado por el muchacho y después de varios kilómetros, en llegando a la vereda que hacía de atajo, decían que por ella se ganaba una buena legua, doblaron a la derecha. A eso de una hora, el gañan que les guiaba, les pidió que se pararan y se fijaran: “Aquí, aquí mirad a la vera de aquella rilera de chaparros.
Descabalgaron de las mulas que se removían inquietas, olismeaban a la bestia, y el espanto más horrible apareció en sus caras. En la tierra húmeda y fría estaban las dos albarcas ensangrentadas del mocico y un peacete del morral. En lo hondo de las albarcas sólo lo que quedaban de los roídos dedos de los pies, allí no habían podido llegar los hambrientos hocicos lobunos. Y por mucho que se buscó por los alrededores, no se encontró ningún otro resto de la desdichada víctima. Los lobos lo habían arrebañado totalmente, hasta los huesos habían desaparecido… ni un miejón quedaba del zagal.
De nada sirvieron al desdichado zagal, la protección de las higas de venado y el diente de lobo, colgados del cuello, los lobos se le habían echado encima sin tiempo de buscar refugio en lo alto de los árboles. Y es que, como ya se ha dicho, ese jodio invierno, fue un invierno malísmo, de mucha penuria, de fríos negros y de grandes lobás que llegaron a lobear hasta las mismísimas plazas y calles de algunos pueblos cercanos a la sierra. Y si no, que se lo pregunten a “Paco el Herrero” que una mañana al abrir la puerta de la casilla que tenía por lo quiñones, en la carretera de Castellar, se dio de cara con cuatro de aquellos demonios de lobos, que se asustaron tanto como él, pues, salieron corriendo con el rabo entre las piernas. Paco a punto estuvo de irse a pique del susto.
El mayoral y los gañanes, llenos de gran tristeza y mayor rabia, encararon para el pueblo a dar noticia de la tragedia, y del peligro que acechaba, a los amos y autoridades.
Sabida la mala nueva, no se tardaría en poner precio a los animales asesinos y organizar una numerosa batida por la zona para acabar con los lobos causantes de la muerte del muchacho.
*/El topónimo “Vereda del Lobo” también conocido por la “Vereda del Muchacho” guarda en su soledad asilvestrada y serrana esta fábula. Fábula que desaparecerá cuando los hombres no sepan, ni puedan leer en el maravilloso libro de nuestra geografía y olviden donde un día estuvo la “Vereda del Lobo”.
Existe una segunda variante en la que se cuenta que el zagal fue enviado al pueblo con unos conejos.

Fuente Carlos Villar Esparza

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