domingo, 6 de enero de 2019

LEYENDA DEL SALTO DE LA NOVIA

Ilustración leyenda 'el salto de la novia'
Sierra Morena es un lugar pleno de misterios en el que abundan leyendas cuyos hechos se desarrollan en algunos de sus parajes más emblemáticos. Este es el caso de la conocida ‘Cimbarra’. Cascada situada entre los límites de Andalucía y Castilla La Mancha, en término de Aldeaquemada, por la que se precipitan las aguas del río Guarrizas.
Cuentan que hace muchos años era obligado cumplir la tradición por la que los novios que iban a contraer matrimonio tenían que someterse a una curiosa ceremonia para demostrar, ante familiares y vecinos, que se querían de verdad, y asegurarse así la felicidad y fertilidad del matrimonio. Siempre que superaran la prueba.
Poco antes de la boda, acompañados de familiares y amigos, iban al paraje ubicado en la cascada de la Cimbarra y justo donde más se estrechaba el río, exactamente donde la piedra ofrece su color plomizo bajo las estrellas, la novia tendría que cruzar a la orilla opuesta de un salto. Ante la atenta mirada de los allí presentes.
Si superaba la prueba sin daño alguno conseguiría para la pareja una gran dicha en el matrimonio y quedaría demostrado que la joven amaría y sería fiel a su novio. Pero, si no lograba cruzar a la otra orilla no se podría celebrar la boda porque el matrimonio sería desgraciado. Así, convencidos de ello, los novios rompían su compromiso y su relación.
Cierto día, dos jóvenes novios bajaron a la Cimbarra radiantes de alegría para mostrar ante todos que se amaban. Sabían la presión a la que estaban sometidos siendo observados por tanta gente, pero estaban dispuestos a demostrar que aquella vieja tradición, en la que no creían, no haría peligrar el amor que sentían el uno por el otro. Pero tampoco estaban dispuestos a que sus vecinos, con los que tenían que convivir a diario, les miraran con recelo por negarse a superar una inofensiva prueba que, desde tiempos remotos, venían superando las parejas de los pueblos cercanos. Incluso ellos habían cruzado cientos de veces por aquel sitio desde que eran niños.
Como en otras ocasiones, la gente esperaba el salto con impaciencia. Pero, aquel día el comentario general se centraba en lo revuelto que bajaba el río Guarrizas y en el ruido ensordecedor del agua al chocar contra las rocas. Los presentes confiaban en el destino, pues daban por seguro que la fuerza del amor de la novia sería más fuerte que la del embravecido río. También los dos enamorados temieron y comentaron su mala suerte por lo bravo que bajaba el río, pero aquella mujer con cara de niña, cabellos dorados y ojos de color miel no estaba dispuesta a que el río le arrebatara su más preciado tesoro, el joven de tez morena y ojos verdes al que amaba apasionadamente.
Así, aunque nerviosa, se separó de su amado y se dispuso a saltar. Cogió carrerilla mientras controlaba el momento de tomar impulso, pero cuando llegó el momento de saltar perdió pie y… la fatalidad quiso que cayera al agua y fuera rápidamente arrastrada hacia un remolino que la escondía y la mostraba a su capricho. El joven, desesperado y en una prueba suprema de amor, se arrojó inmediatamente al río para tratar de rescatarla de la potente corriente que la llevaba a una muerte segura. Pero por más esfuerzos que hizo, el agua los sumergió a ambos. Sus jóvenes cuerpos, inertes y entrelazados, aparecieron río abajo, donde el agua culmina su remanso, enviando lágrimas entre las piedras.
Aquella terrible tragedia hizo reflexionar sobre la validez de la, ahora fatídica, tradición, y, coincidiendo los vecinos en que aquello podría traer más desgracias que alegrías, se voló con dinamita el paso estrecho para que en el futuro a nadie se le ocurriese saltar de nuevo.
Se cuenta que aun hoy, en las noches de luna llena, cuando los luceros danzan en el firmamento, se escuchan por el valle los lamentos y las promesas de los enamorados que murieron por demostrar a los demás lo que ellos bien sabían. Desde entonces, la cascada de la Cimbarra llora su perdida y el río se convierte en el manto blanco y puro de la novia, que acoge tiernamente a su amante, convertido en piedra.
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