El Sacamantecas. Marcel Félix |
El Sacamantecas o Sacaúntos. La leyenda del Sacamantecas es
una de esas que ha perdurado en el boca a boca del pueblo llano durante más de
un siglo. En nuestros días, esta historia ha quedado como un viejo y apolillado
mito, pero, durante décadas, la leyenda del Sacamantecas aterrorizó a los niños
y no tan niños de toda España. En gran medida por culpa de los padres que
encontraron un filón en ella para mantener a sus hijos a raya, inculcándoles,
en lo más hondo de su imaginario, que en el momento menos pensado, un ser
monstruoso aparecería para secuestrarlos si permanecían en las calles a horas
poco adecuadas o incumpliendo las órdenes de sus progenitores. Incluso se llegó
al punto de poder convocar al Sacamantecas a placer, amenazando a los niños con
que vendría a llevárselos si no se portaban bien.
También
llamado Tío Sacasebos. En Asturias se le llamaba Home del Untu (Hombre de la
Manteca) o probe (pobre) o Probe l’Untu. En Cantabria, Sacaúntos
(Sacamantecas). En Badajoz se hablaba del Tío del Sebo. En Valencia es llamado Greixer,
Greixet (de greix: grasa), lo Saginero (de sagí: manteca), l’Home de la
Sangueta (hombre de la sangrecita, de sang: sangre). En Andalucía es llamado
Mantequero.
Si
las descripciones de algunos personajes de nuestra mitología popular son
inconcretas y difusas... el Sacamantecas está dibujado con toda suerte de
detalles. Así nos lo recuerda Villar Esparza: “las mamás y las abuelas lo
presentaban como un sindiós de figura maligna, hombre de edad indeterminada, de
gran fealdad y con ojos que rebrillaban con el frío lunar. Barba cerrada, de
varios días, desastrado en el vestir y llenas de lamparones sus ropas
descoloridas. En ocasiones se cubría sus guedejas con un gran sombrero negro de
ala ancha, y su punto de joroba con un viejo y raído ropón”... “sujetaba sus
remiendos, más que pantalones, con una pita de la que colgaba amenazadora y
amenazante hoz o un cuchillo de grandes dimensiones”... “rondador incansable,
asomaba por los pueblos a cualquier hora del día o de la noche a la búsqueda y
captura de niños que callejeaban o que deambulaban por la raya quiñonera.
Sentía especial predilección por los muchachejos hermosotes y de abundante
carne”... “siempre pasanteaba, observaba. Siempre aguardaba y desgraciado del
mozo que desoyendo los consejos maternos entablaba conversación con él
desaparecía del pueblo para siempre jamás”… “porque lo que caracterizaba
fundamentalmente al Sacamantecas, a pesar de sus trazas, era la gran y meliflua
habilidad que poseía para acercarse a la gente menuda, bien haciéndoles caer bajo
el influjo de su palabrería amable y duz, bien engalgándoles con golosinas”.
Fue
muy popular la creencia de que el unto humano, en particular el infantil, era
un remedio de gran efectividad contra la tisis. Por ello el Sacamantecas vendía
la sangre a una muy noble y alta familia de la corte. Hay quién mantiene que el
Sacamantecas era un lacayo de la citada familia, cuyo primogénito y heredero
estaba enfermo de un misterioso mal y que sólo lograría vencerlo, aconsejada
por un perverso curandero, con esta cruenta terapia. Ya noche cerrada y acabado
el cuento, más de uno se levantaba sobresaltado por el encuentro imaginario con
el temido asustaniños.
Uno
de los personajes locales equivalentes al Sacamantecas es el Tío de la Sangre,
de quien se dice en Albadalejo que “era un ser cruel y tenebroso que se
dedicaba a la degollina de niños solitarios” y en Villanueva de los Infantes
que eran “personas que mataban a los niños y les sacaban la sangre para curar
la tuberculosis. Entre estas personas hubo una que se llamaba Boni, que era
famosa sacando la sangre a los niños… aunque la Boni procedía de Barcelona”.
Otro testimonio lo describe: “personaje seco, enjuto, de tez morena y
cuchillo”.
En
Fuencaliente, una informante describe al Sacamantecas tal como lo imaginaba de
niña: “… era un señor vestido al estilo del siglo XVII, con elegante sombrero,
que atravesaba las paredes como un fantasma hasta llegar a las habitaciones de
los niños”. En Mestanza, según A. V, “… los sacamantecas despiezan a los niños
como si fuesen cerdos, para sacarles las mantecas; cuando los niños se
acercaban a lugares peligrosos, especialmente el río Montoro, era probable que
los atraparan los sacamantecas”.
Cuenta
A. C: “… en Alamillo, cuando yo era niño e íbamos a coger ranas al río Alcudia,
cerca de la estación del tren, siempre nos avisaban los mayores, y entre
nosotros, tened cuidado con el Sacamantecas, lo que nos sumía, a mí por lo
menos, en el terror. Siempre estábamos pendientes de su próxima aparición, cosa
que, claro, nunca sucedía. Todavía pronuncio su nombre con respeto, por no
decir, con miedo”.
En
Agudo, según recuerda Pedro R.: “la estrella entre los asustaniños eran el Tío
del Saco y el Tío del Sebo. Recuerdo que yo no sabía qué era eso del sebo. Los
identificaba con un viejo con gorra que iba con un saco vendiendo cosas para la
casa”.
Según
A. Leal, de Daimiel, su abuela decía a su padre “no vayas solo a la ermita, que
te coge el Sacamantecas y te mete en un saco”.
El
personaje, al igual que el Hombre del Saco, tiene su origen en hechos
históricos: sujetos que asesinaban a personas para extraer manteca, cosa que
ocurrió en tiempos de la Inquisición y aún hasta bien entrado el siglo XX.
Estos crímenes se narraban en las coplas de ciego. Se asustaba a los niños con ellos
para evitar que se acercasen a desconocidos.
El
Sacamantecas fundamenta su poder en hechos reales que el pueblo mitifica y
dramatiza hasta convertirlo en un celebrado y terrorífico monstruo. Gerald
Brenan lo encontró y describió en su retiro alpujarreño de Yegen: “en
Andalucía, el Mantequero (Sacamantecas) es un monstruo feroz, formado
externamente como un hombre normal, que vive en deshabitados parajes salvajes y
se alimenta de grasa humana o manteca”.
LEYENDA
DEL SACAMANTECAS.
El mito tiene orígenes reales, aunque curiosamente, tan solo un niño fue
asesinado por quienes dieron origen a esta leyenda. Los sacamantecas u hombres
del saco fueron asesinos reales de finales del siglo XIX y principios del XX.
El principal fue Juan Díaz de Garayo, rudo agricultor Alavés con rasgos físicos
más típicos de un homínido primitivo que de una persona de esa época.
El
tal Díaz de Garayo fue un asesino y violador de mujeres, en su mayor parte
prostitutas, a las que rajaba el vientre de forma atroz. Declaró seis muertes,
aunque se piensa que fueron muchas más por lo espaciado de algunos de sus
crímenes.
Como
anécdota y para imaginar el rostro y los rasgos tan inusuales y terroríficos de
este hombre, su captura se debió a que una niña al cruzárselo por la calle y
ver su horrendo rostro imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser el Sacamantecas
que estaba asolando con sus crímenes aquellas tierras y se puso a gritar
señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado algún tipo de
abuso sobre la niña, lo llevó al cuartelillo, donde Díaz de Garayo se vino
abajo y confesó sus crímenes. Al final, fue condenado a muerte y ajusticiado en
Garrote Vil.
Pero
el apodo de Sacamantecas, viene de casi un siglo antes y el su artífice es
Manuel Blanco Romasanta, conocido también como el hombre lobo de Allariz. Este
personaje nació en el año 1809 en un pueblecito de la Galicia profunda. Primero
fue sastre hasta que enviudó y se dedicó a la venta ambulante de untos o grasas
(durante mucho tiempo, los untos se usaban para el engrase de ruedas de carro y
mecanismos diversos, como molinos y norias). En este punto es cuando fue
acusado por los lugareños de que las grasas que vendía eran de origen humano y
fue acusado y condenado por la muerte de un alguacil. Aquí comienza la
rocambolesca historia de este hombre que se escapa de la justicia y durante su
búsqueda, asesina a nueve personas más infringiéndoles terribles heridas con
sus propios dientes e incluso comiéndose parte de sus cuerpos al más puro
estilo del hombre lobo.
Fue
detenido en la provincia de Toledo y condenado a muerte, pero un hipnólogo
francés pidió a Isabel II que revisara la causa y le permitieran estudiar lo
que parecía un caso de licantropía, desorden psicológico poco conocido en la
época. La pena de muerte se transmutó en cadena perpetua. Romasanta moriría
años después en la cárcel de Allariz.
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