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EL DILEMA DE LAS GOLONDRINAS, LEYENDA DE GUADALMEZ

Pareja de golondrinas en el Valle Mágico
Quien se haya criado en un pueblo agrícola es consciente de la importancia que tiene la caprichosa climatología a la hora de diferenciar un año bueno y provechoso de otro malo o calamitoso, e igualmente sabe que cuando la tierra ha dado frutos en demasía, éstos deben ser, en parte, almacenados para cuando la naturaleza se muestre menos generosa. Con ello se entra en un círculo que persigue asegurar el abastecimiento y evitar las consecuencias nefastas de un año de carestía. Y todo ello, como si de una ley natural se tratara, es observado de padres a hijos, respetado y aplicado cual obligación sagrada.
A tenor de este inciso, me viene a la memoria un cuento que escuchara siendo niño, y que explicado para que un público infantil lo entendiese, pretendía ir educando a la audiencia en una forma de vida que respetara, el día de mañana, esta ley sagrada. Contaban los más viejos que un año de abundantes lluvias en el valle, hizo que aparecieran multitud de mosquitos, moscas, hormigas aladas y demás insectos, que revoloteaban por doquier y que alegraron sobremanera a la comunidad de golondrinas.
Éstas nunca habían visto tanto alimento a su alcance y la felicidad que las inundaba hizo que unas golondrinas tomaran un camino y otras, el opuesto. Es decir, ante la abundancia de comida, que aseguraba una plácida vida, hubo golondrinas que decidieron seguir alimentándose como antes e ir almacenando los excedentes en sus nidos, o en nidos almacén que construyeron al efecto, para cuando la temporada no fuera tan propicia. Para otras, si este año había sido tan lluvioso ¿por qué no lo iban a ser los siguientes? Con lo cual, había que disfrutar de lo que se tenía y aprovecharlo al máximo.
Comían todo lo que les apetecía hasta quedar plenamente satisfechas e incluso intercambiaban alimentos con las otras golondrinas a cambio de que éstas les construyeran nidos más grandes y confortables, equipados con las mejores plumas traídas de los rincones más lejanos del valle. A otras encargaban la tarea de encubar sus propios huevos para no tener que estar encerradas durante dos semanas en el nido, y gracias a ello disfrutar de ese tiempo volando de un lugar a otro, conociendo todos los rincones de aquel valle. Incluso, como envidiaban la majestuosidad del águila, y tenían los medios para ello ¿por qué no imitarlas? Y así fue como se mandaron fabricar unas grandes alas de lino, picos curvos de porcelana y garras de metal para sobrevolar desde las grandes alturas aquellas tierras, como si de las mismas reinas de las aves se tratara.
Pero a aquel año de lluvias le siguieron años de sequía, y los mosquitos, moscas, hormigas aladas y demás insectos, no aparecieron por el valle, por lo cual no había alimento para poder seguir manteniendo su sueño de ser como las águilas, ni tampoco para poder aplacar el hambre que las atenazaba, y ahora eran ellas las que miraban con envida a las otras golondrinas que habían almacenado esos alimentos y que no tenían que pasar las necesidades por las que ellas estaban pasando. De nada servían sus nidos más grandes, sus alas de lino, sus picos de porcelana o sus garras de metal, cuando era el hambre el que llamaba a sus puertas. Y es que aunque haya días que el sol nos haga brillar como estrellas o el viento nos eleve como a una cometa, uno no debe olvidar quien es y de donde viene.

Carlos Mora.

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