El imaginario popular nos ha legado una variada gama de misteriosos seres cuya función principal parece ser la de asustaniños. Seres utilizados durante siglos para moderar rebeldías y desobediencias, advertir de peligros tangibles e intangibles, moderar horarios y curar inapetencias. Del miedo a la oscuridad, a lo desconocido, a lo que no se puede ver, nacen toda clase de fantasmas, de seres imaginarios, tantos como la mente humana es capaz de crear. En Cantabria es El Milano; en Palencia se recurre al Sacamanos (ente que baja por las chimeneas de las casas y se lleva a los niños que no quieren irse a la cama a la hora de dormir); otros cocos son universales y traspasan fronteras como el Hombre del Saco, el Sacamantecas o el Tío Camuñas. Si ahondásemos en el origen de estos entes represores tal vez encontrásemos sus raíces en tabúes relacionados con la muerte. Es significativo que El Milano cumpla esa función represiva cuando sabemos que, junto con el cuervo, son aves de mal agüero en muchas zonas rurales. Lo observamos en esta nana de Menéndez–Ponte: “Milano negro que vuelas / sobre el techo de mi casa. / ¡Vete, milano! que al niño / le estoy cantando una nana”.
La relación entre sueño y muerte también se da en otras nanas. Es el caso de los Angelitos, que se han ocupado de vigilar el sueño de los niños desde los albores de la cultura cristiana. Las oraciones infantiles lo recuerdan: “cuatro esquinitas tiene mi cama / cuatro angelitos la guardan…”, al tiempo que “marcharse con los angelitos” o “irse al cielo” es una metáfora muy popular para designar la muerte de una persona. Paradójicamente, en algunas canciones de cuna se les invoca para que se lleven a los niños que no se quieren dormir: “Angelitos del cielo / venir cantando / y llevarse a este niño, / que está llorando”. Por el contrario, en esta nana el drama se establecería si el niño no se duerme, pero la madre se adelanta y ordena que no vengan los angelitos porque ya se ha dormido: “Si este niño no se duerme, / Venga un ángel y lo lleve. / –No vengas, angelito, no, / que este niño se durmió”.
Algunos de estos personajes pueden ser también advertidos por los hombres y mujeres adultos quedando aterrados al verlos. Tanto es así que numerosos autores se han referido a ellos en sus obras o contando sus experiencias personales:
Unamuno afirmaba que para él fueron análogos al Coco El Papua (Papón) y La Marmota, y que esta “era una cabeza de cartón –según supe después– para ensayar sombreros de señora, colocada sobre un armario de un cuarto oscuro, junto al cual jamás pude pasar sin terror”. El escritor consideraba que el Coco es el caballero de la muerte en el poema ‘El coco caballero’, que se ha de llevar a su hijo enfermo. Así, al referirse a ese ser tenebroso dice: “Mírale como viene montado / caballero en su jaca ligera, / caballo con alas / que corre… que vuela…” y termina con la siguiente estrofa: “Caballero en la jaca con alas / se vino y le lleva / montado a la grupa, / se vino y le lleva / volando, volando, volando / mi niño… ¡mi prenda!”.
Por el contrario, la poetisa Gloria Fuertes piensa que el Coco sólo se lleva a los niños que no quieren vivir. Por eso anima al niño que ha nacido muerto a que viva en una conmovedora nana: “Vívete, niño, vívete / que viene el Coco / y se lleva a los niños / que viven poco”. La autora que más ha penetrado en el alma infantil, con el humor que la caracteriza recoge varios de esos asustaniños en su poema ‘¿Quién llegó?’ En el da una visión clara de estos primeros miedos infantiles, que fácilmente se irán superando:
“Llegó vestido de azul / ¿Quién llegó? / El Bú”.
“Llegó con un traje rojo. / ¿Quién llegó? / El cojo”.
“Llegó y asustó a Maruja. / ¿Quién llegó? / La Bruja”.
“Llegó muy poquito a poco. / ¿Quién llegó? / El Coco”.
“Llegó tosiendo con asma. / ¿Quién llegó? / El fantasma”.
“No asustaros de la Bruja, / ni del Coco del lugar, / Ni asustaros del fantasma, / Que sólo quieren jugar”.
Otros autores consagrados de la lengua castellana recogen la figura del Coco desde épocas muy antiguas. Eduardo Martínez Torner localiza en ‘El Cancionero de Antón de Montoro’, de mediados del siglo XV, una respuesta de Alonso de Jaén a Antón de Montoro donde aparece dicho término: “A los niños cata el coco / dicen cuando piden pan…”; idea que se repite a través de los tiempos en diferentes ocasiones. Con el significado actual el vocablo debió alcanzar gran popularidad durante el siglo XVII. ‘El Lazarillo de Tormes’, en el capítulo primero, narra cómo el hermanastro de Lázaro se asusta de su propio padre, que era de color, y lo considera el Coco: “Y acuérdome que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre e a mí blanco y a él no, huía del, con miedo para mi madre y, señalando con el dedo, decía: ¡Madre, coco!”. Rodríguez Marín toma del ‘Entremés del niño y Peralvillo de Madrid’, de Quevedo, el siguiente pareado: “Dame la bolsa, y quitárete el moco. / Dame la bolsa, coco, coco, coco”.
En tiempos recientes, Gonzalo Correas compara al Coco con el Espantajo, y pone la siguiente nota explicativa ante la frase ‘Es el coco; es el espantajo’: “Como suelen con algún espantajo, o coco, espantar y meter miedo a los niños; de aquí se toma que queriéndose uno defender y poner miedo, o freno, a otros, pone por delante un poderoso, un estorbo, un no sé qué y cosa que refrene, y a esto llaman el coco, o espantajo”. En la misma idea de asustaniños, la escritora Isabel Escudero ha creado una nana donde se especifica claramente que es lo que las nodrizas desean de los niños con respecto al coco: “¿Sabes tú, niño, / que quiere el coco?: / que tengas miedo / ni mucho ni poco”.
Los miedos infantiles tienen un carácter transitorio y evolutivo, y cambian con el desarrollo del niño. Forman parte de su ser personal y varían en función de la edad, el sexo y el medio socioambiental en el que se desenvuelve la persona, hasta el punto que la amenaza establecida hacia los más pequeños se deshace y se convierte en juego, ironía, ilusión ante la figura irreal del Coco si se reclama con exceso su presencia. Así ocurre en esta nana: “Con decirle a mi niño / que viene el coco, / le va perdiendo el miedo / poquito a poco”. Finalmente, el niño comprende mejor su inexistencia y las madres dejan de usar unos cocos y cambian ese ente por otro, o establecen nuevas estrategias que produzcan la sorpresa o el asombro. Rodríguez Marín coloca dentro de las rimas jocosas y satíricas una cancioncilla donde se aprecia claramente el desgaste de dicha figura: “Ya no dicen las madres / Que viene el coco; / Que esta voz a los niños / Asusta poco. / Si el caso apura, / Le dicen: Calla, niño, / Que viene el cura”. En otras ocasiones es el adulto, frente al miedo que pueden provocar al niño otros fantasmas creados en su mente, quien lo tranquiliza con nanas como esta: “Duérmete, mi niño, / duérmete sin miedo, / aunque silben los aires, / gruñan los perros”. Incluso, a veces, se rechaza la presencia del Coco y se requiere algo más alegre para dormir al niño, como ponen de manifiesto estos versos: “Las mujeres de la sierra, / para dormir a sus niños, / en vez de llamar al coco, / le cantan un fandanguillo” o la más prosaica: “Las mujeres de la sierra, / para dormir a sus niños, / en vez de llamar al coco, / le atizan con un ladrillo”.
Podríamos afirmar a modo de conclusión que durante la infancia se experimentan diversos tipos de miedos, la mayoría son pasajeros, de intensidad leve y específicos de una determinada edad. Uno de los primeros temores infantiles, como hemos podido ver, es a la oscuridad y a lo desconocido y está representado por el Coco. Miedo provocado por las personas adultas a los más pequeños para conseguir fines muy puntuales: dormirlos, apaciguar el llanto, atraer su atención para que coman, advertirlos sobre situaciones de peligro…etc. Posteriormente aparecerán otros pánicos alimentados también por los propios niños con asustadores muy distintos: la Bruja Piruja, el Hombre del Saco, la Mala Cosa, el Sacamantecas, etc. Son miedos al desarraigo, al abandono familiar, al daño físico e incluso a la muerte violenta. Estos personajes suelen ser asociados a elementos diversos de la vida cotidiana: el cuarto oscuro, el pasillo de la casa, personas desconocidas…, de forma que el ambiente que rodea al niño determina varios de esos miedos. Se producen así aprendizajes erróneos, que a nuestro modo de ver son superados fácilmente cuando el niño descubre que son seres ficticios.
Observamos que en las nanas tradicionales se han incluido a los asustaniños al tiempo que se establece la dinámica de asustar/espantar o de tensión/liberación. No obstante, ni las intimidaciones ni las conminaciones del adulto suelen ser contundentes a pesar del tono imperativo que predomina en muchas de las canciones de cuna. Sin embargo, el miedo ante situaciones extrañas o peligrosas es hasta cierto punto normal pues refuerza los vínculos maternos o con las personas mayores y reduce el riesgo infantil. Con ellas se educa al niño para que pueda protegerse de los peligros que acechan tanto para su integridad física como psicológica, pues la ausencia de miedo produciría situaciones de riesgo extremo e incluso la inadaptación social. La nana, en su empeño por dormir al bebé, cuando éste se resiste al sueño, recurre a todo tipo de seres imaginarios. Unos pertenecen a la religión: Dios, ángeles, vírgenes, santos; otros proceden del mundo animal: gallo, gallina, pájaro; algunos son elementos de la naturaleza: sol, luna, estrellas… etc.
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