Fábulas y refranes
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Ilustración Leyenda del Sapo y el Uruburu |
Una fábula de Babrio, cuyo título es “El sapo que se hinchó”, nos previene
contra la presunción de seres insignificantes; en otra fábula de Fedro el sapo
dice: “El más bello de entre todos los
animales, ése es mi hijo...”. Iriarte, en la fábula LXI, El sapo y el
mochuelo, nos advierte de que hay pocos que den sus obras a la luz con aquella
desconfianza y temor que debe tener todo escritor sensato.
El sapo se entierra como medio de
defensa o para protegerse del sol. Cuando llega el otoño se aletarga en la seguridad
de un hoyo que él mismo excava haciendo de la tierra su refugio natural. Este
hábito fue interpretado por Cantimpré del siguiente modo: “Se alimenta de tierra en peso y mesura, pues teme que la tierra le
falte como alimento, y en él se simboliza a los avaros y ansiosos”. Esta
misma idea se recoge en la tradición oral de Minho (Portugal). El refranero
recoge esta errónea creencia, obviando que los sapos se alimentan de toda clase
de insectos, larvas y gusanos, a los que atrapa con su lengua viscosa, aunque
sorprenda el hecho de que puedan permanecer mucho tiempo sin alimento.
- El
sapo, nunca de tierra está harto.
- Al
sapo tierra.
- Al
sapo darle tierra, y al hombre hembra.
- Una
en la boca, otra en el sobaco, y otra en el saco, peor es de hartar que un
sapo.
Con la llegada de las primeras lluvias,
los sapos se ponen a buscar alimento. Su comportamiento, al igual que el de sus
parientes las ranas, es de una estimable ayuda para los campesinos, pues sirven
como predictores meteorológicos. Numerosos refranes se hacen eco de dicha
aplicación:
- Al
oír tronar, salen los sapos a bailar.
-
Cuando canta el sapo al anochecer, buen día va a hacer.
-
Cuando los sapos saltan anuncian agua.
-
Cuando los sapos saltan o está lloviendo o de camino viene el agua.
- Los
sapos cantando, buen tiempo están anunciando.
- Sapo
cantor, buen tiempo de sol.
- Si
canta el sapo antes de abril, todo el invierno sin salir.
- Si
los sapos cantan en enero, cierra tu cillero.
Su aspecto tan poco agraciado
proporciona al anfibio una imagen repulsiva y de fealdad como reflejan las
siguientes paremias:
- Feo
como un sapo.
- Es un
sapo.
Además, las sustancias venenosas y
cáusticas que segregan diversas glándulas de la piel y que le sirven para
librarse de sus depredadores por los picores y la acción paralizante que
ejercen en las mucosas de sus enemigos, terminan por completar el decorado de
repugnancia.
La expresión echar sapos y culebras
ofrece dos acepciones: “decir desatinos”
y “proferir con ira denuestos,
blasfemias, juramentos”. Según Lujan, en el libro Un paquete de cartas de
Montoto, señala que estos animales son representaciones corpóreas de los mismos
demonios del infierno y que salen de la boca de los endemoniados, que juraban,
blasfemaban y maldecían de todo lo más santo cuando se les exorcizaba. Desde
antiguo son conocidos los dibujos donde son representados los condenados,
endemoniados y exorcizados arrojando sapos y culebras por la boca. Otra
expresión familiar es pisar el sapo, denotando al que se levanta tarde de la
cama o, en sentido figurado, al que no se atreve a ejecutar una acción por
miedo infundado de que resulte algún mal.
Leyendas y supersticiones
El Popol Vuh, libro sagrado de los
mayas, cuenta que en una ocasión la abuela envió al piojo a decirles a sus
nietos que los señores de Xibalba deseaban jugar con ellos. Para que el mensaje
fuera más rápido, el sapo, que estaba en camino, se ofreció a llevar al piojo
dentro de sí y se lo tragó. Cuando llegó a su destino trató de vomitar el piojo
sin éxito y los gemelos, creyéndolo mentiroso, le dieron puntapiés en el
trasero y por esta razón lo tiene aplastado. Como en realidad el sapo no se
tragó al piojo, sino que lo ocultó entre sus dientes, fue castigado y no se
sabe lo que come, no puede correr y fue condenado a ser comida de culebras.
Una leyenda muy extendida por América
cuenta cómo el sapo llegó a tener el aspecto actual, aunque en un principio
tenía una espalda lisa y lustrosa. Ocurrió que el sapo y el uruburú fueron
invitados a una fiesta que se iba a celebrar en el cielo de los animales.
Después de hacer sus preparativos, el uruburú fue a burlarse del sapo. Lo
encontró entre los juncos de un charco croando de la manera más melodiosa. Se
saludaron los dos animales. El sapo decía que lo habían invitado por su gran
habilidad de cantante. El uruburú dijo que también estaba invitado, para que el
sapo se dejara de jactancias, y se fue convencido de que el animalito verde era
un gran farsante.
Al otro día, muy de mañana, mientras
el uruburú alisaba las negras plumas sentado en un arbusto, vio que se le
acercaba el sapo. La guitarra del uruburú estaba en el suelo, pues la estuvo
templando toda la noche. El sapo le dijo que él se iba ya de camino porque
caminaba muy lento; en realidad, lo que hizo fue, aprovechando un descuido del
uruburú, meterse en el instrumento. Cuando el uruburú levantó el vuelo estaba
tan entusiasmado con lo de la fiesta que no se percató de lo pesado de su
guitarra. Al llegar, los demás animales le preguntaron por el sapo, a lo que
contestó que no creía que fuera posible que viniera, pues el sapo apenas si
saltaba como para alcanzar el cielo. Dejó a un lado la guitarra esperando que
llegara el momento de la música. Entonces el sapo salió de su escondite y
apareció de improviso ante la concurrencia, más hinchado y orgulloso que de
costumbre. Le recibieron con gran asombro, entre aplausos y felicitaciones,
mientras se reían del uruburú.
Entonces comenzó la fiesta, había
comida en cantidad y todos se llevaban bien. Estaban dedicados al baile, al
canto y a la interpretación de sus instrumentos preferidos para que cada uno
luciera sus habilidades. Entre todo el alboroto, el uruburú rasgueaba contento
su guitarra y el sapo soltaba su “do” de pecho.
En el momento de más alegría, el sapo
aprovechó para introducirse de nuevo en la guitarra. Terminó la fiesta y nadie
notó su ausencia a la hora de las despedidas, sólo el uruburú, que le tenía
rencor por haberlo puesto en ridículo. Le había visto y sin decir palabra tomó
el instrumento y emprendió el regreso. Así es que cuando estuvo en el aire, se
dirigió al sapo y le reprochó su conducta. En vano éste imploró perdón. El
uruburú, lanzando el instrumento, dijo: “¡Si dios no le había dado alas era
porque no deseaba que volase!”, y el sapo, inició su caída, que iba a dar como
resultado unas espaldas manchadas y llenas de protuberancias de las que no pudo
nunca curarse, porque cayó de espaldas contra unas rocas.
En la leyenda de El Sapo de piedra se
narra cómo un sapo había comido la más grande y arenosa patata de una vieja que
era medio bruja y cómo le echó la maldición al animal, diciéndole que se
convirtiera en piedra. Los peregrinos que van a San Andrés de Teixido
(Galicia), si ven por el camino un sapo se guardan mucho de hacerle mal, pues
creen que es un alma en pena que viaja en esta forma a la ermita. Se cuenta que
a las brujas gallegas se les descubre su condición porque en la niña de los
ojos se le distinguen las patas de un sapo. En La Guardia (Toledo) se recoge la
siguiente superstición: “Si una persona o
un animal se encuentra bebiendo agua, en el campo, en cualquier arroyo o
charca, y pasa por allí el escuerzo (sapo grande), éste envenena el agua y
muere sin remedio quien la beba”.
En Asturias y Toledo, cuando llueve
con violencia se cree que entre las gotas de agua bajan sapos y se los
considera hijos de brujas, y por eso a las nubes obscuras y tormentosas las
llaman “nubes de sapo”. Lo cierto es
que después de su metamorfosis, los renacuajos recién convertidos en sapillos,
a los tres meses abandonan el agua, comienzan a buscar alimento y se esconden
durante el día en un escondrijo para protegerse del sol. Entonces, con motivo
de las lluvias, tras un periodo de sequía, salen de sus guaridas, reuniéndose
en número tan considerable que es imposible caminar sin pisarlos. Esta es la
causa que explica la pretendida lluvia de sapos, en que muchas personas creen.
Barandiarán recoge la creencia según
la cual los sapos que rodean una casa o la invaden son ahuyentados sembrando
sal bendita en todo el contorno del edificio. Sin embargo, algunos campesinos,
a pesar de la fealdad del sapo, se abstienen de maltratarlos porque le
atribuyen buenos augurios. Incluso están convencidos de que traen consigo la
felicidad cuando buscan refugio en los bajos de una casa recién construida.
Fórmulas populares, médicas y veterinarias
Las propiedades medicinales del sapo
son descritas por autores antiguos como Eliano, que escribió lo siguiente: “El sapo contiene mucha sal volátil y mucho
óleo. Usase externa e internamente en medicina, sus polvos son diuréticos y
buenos para curar la hidropesía y provocar la orina. Esta facultad diurética de
los polvos del sapo se descubrió casualmente -según cuenta Solenandro-, en la
ciudad de Roma, donde había un hombre de quien se apoderó la hidropesía; su mujer,
temerosa de los gastos de su curación, determinó acabarle con veneno. Con tal
perverso motivo le suministro los polvos de sapo tostado y el hidrópico recobró
la salud”.
El uso del sapo en la medicina popular
se aplica a enfermedades de variada índole: dolor de cabeza, dolor de muelas,
mordeduras de víboras y disentería, y en la veterinaria campestre se usa para
la cojera de los caballos y para curar las heridas infectadas por larvas de
moscas. La creencia de que los malos espíritus causan todas las enfermedades y
la muerte, predomina en algunos de los distritos rurales de la República
Dominicana. Por tal razón, los remedios que se usan para varias enfermedades
pueden ser considerados mágicos o terapéuticos. Así, para curar la erisipela se
aplica un sapo muerto suavemente sobre la parte afectada; después se amarra el
sapo a la rama del árbol y a medida que el sapo se seca la enfermedad
desaparece.
En algunos pueblos de la geografía
gallega, el sapo cumplía a menudo una función mágico-medicinal. Para prevenir
las hemorragias durante el parto se colgaba del cuello de la madre, sin que
ésta lo notara, una bolsa con dos sapos vivos. Para curar las verrugas se
frotaban con la barriga de un sapo vivo, que después era ensartado en una caña
hasta secarse; desaparecían entonces las verrugas. En Valencia, para curar la
fiebre de malta se seguía el siguiente tratamiento: se deja un sapo suelto por
la habitación del enfermo durante dos días; transcurrido este tiempo, se mata y
se pone en emplasto sobre el pecho del enfermo.
En Inglaterra las aplicaciones del uso
de sapos o de sus partes han sido muy numerosas a juzgar por algunos ejemplos
citados por Marino Ferro. En 1822 hubo un doctor en sapología que viajó por
todo el país, cortaba las patas traseras de los sapos que le traían los
enfermos y las encerraba en saquitos que colgaba alrededor del cuello de los
que sufrían de escrófulas. Las bolsas se usaban hasta que se consumían por
completo las patas allí guardadas.
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El sapo que fue convertido en piedra por una bruja |
Una muchacha de Gaddesden, que padecía
de los pies desde su infancia, había perdido uno de los dedos y apenas podía
andar por lo que iban a llevarla al hospital de Londres, pero una mendiga llegó
a su puerta y oyéndola comentar su dolencia le dijo que cortara una de las
patas traseras de un sapo y la pata opuesta de las delanteras y las pusiera en
un saco de seda alrededor del cuello, que remediaría su dolencia, pero había
que observar que al perder el sapo las patas, tenía que dejarlo suelto en
libertad y conforme el animalillo se consumiera y muriese, el mal cedería y
desaparecería por completo, tal como sucedió.
En el sur de Northamptonshire se cree
que un sapo muerto y atravesado con un instrumento de acero afilado, metido en
una bolsita y colgado al cuello, sirve para curar la fiebre y contener las hemorragias
de la nariz. El Dr. Jessop refiere que “en
julio de 1875 un ganadero enfermó de anginas y consultó a una curandera en
Camelford, esta le prescribió que cogiese un sapo vivo, lo amarrase con un
cordón alrededor de su garganta y lo tuviese colgado hasta que el cuerpo se
desprendiese de la cabeza. De este modo la curandera le aseguró que no tendría
más anginas”.
El Dr. Plowright, que ejerció la
medicina en East Anglia durante muchos años, escribió: “En 1904 era costumbre curar por ensalmos en el distrito en donde yo
vivía, y muchas enfermedades crónicas eran atribuidas por la gente a la
hechicería”, como recoge Thompson. Uno de los procedimientos curativos
empleados en casos de hemiplejía era meter un sapo con el dorso lleno de
alfileres dispuestos en forma de círculo en doble línea en una botella de boca
grande y enterrar después el animal mientras se halla vivo. Ello significaba la
expulsión del demonio o espíritu maligno causante de la enfermedad después de
haber abandonado el cuerpo de la persona.
Dée, médico inglés de Carlos I, creía
en los poderes curativos del sapo hasta el extremo de sugerir la siguiente
receta: “contra la incontinencia de orina
en la mujer, producida por el desgarro de la vejiga en un parto laborioso, el
polvo de sapo desecado o calcinado vivo, colocado en una bolsa sobre la fosita
del corazón, cura con seguridad esta afección”.
El sapo está frecuentemente asociado a
los maleficios preparados para dañar el ganado. En la Baja Bretaña se citan
ejemplos recientes como el de un granjero cuyos caballos morían sin causa
aparente, por consejo de un adivino, levantó una gran piedra que se encontraba
por debajo de su caballeriza y vio un enorme sapo que saludó tres veces al que
ofreció un pan blanco, tres velas de resina y tres monedas de cobre. El sapo
desapareció en un instante, así como los presentes que le habían hecho y con él
desapareció el mal de sus caballos.
Los campesinos atribuían un poder
somnífero o calmante a polvos o a brebajes elaborados con el cuerpo de los sapos.
Recetas que se han encontrado en libros del siglo XVII, que no estaban únicamente
destinadas al pueblo, están fundadas sobre esta creencia. Se puede leer en uno
de ellos: “Es necesario cortar de un tajo
la cabeza de un sapo completamente vivo, y todo de un golpe, y dejarla secar
observando que un ojo está cerrado y otro abierto; el que se encuentra abierto
hace velar y el cerrado dormir”. Según Mizauld, médico del siglo XVI, el
corazón de un sapo colocado sobre el pecho izquierdo de una mujer dormida
permitirá descubrir sus secretos.
Cardán, médico italiano del siglo XVI,
afirma haber usado al sapo contra la esquinancia con resultados satisfactorios.
Para ello aplicaba un sapo cocido sobre la garganta en forma de cataplasma y
daba tan excelentes resultados que por este medio ha curado a algunos enfermos
que estaban en estado desesperado.
Es durante la terrible peste que
asolaba Europa cuando el sapo, junto a otros animales tan despreciados como él,
hace valer su condición de agente profiláctico. Para tener la seguridad de
quedar indemne de la peste se recurría a llevar un amuleto resultado del
siguiente compuesto: “Tómense tres o
cuatro sapos grandes, siete u ocho arañas y otros tantos escorpiones, y póngase
en una olla bien tapada, en la que permanecerán durante algún tiempo. Añádase
después cera virgen, manteniendo bien tapada la olla; póngase a cocer a fuego
lento hasta que forme un licor. Una vez obtenido, mézclese con una espátula y
hágase un ungüento, que se colocará en una cajita de plata bien tapada, que hay
que llevar encima”.
La medicina popular contemporánea hace
todavía uso de los sapos. A menudo se recurre a ellos para que liberen al
paciente de su enfermedad adquirida. En Poitou, el sapo es situado en la
habitación del paciente para absorber el mal aire. En Marsella, se introducía
en la del paciente con fiebre, porque atraía el mal hacia él; cuanto más
corpulento y repulsivo, más grande es la dosis que aspira de la malignidad de
la fiebre. Hasta época reciente, a decir de los chilenos, se recurría al
escuerzo como remedio eficaz para la curación de las hemorroides. Para ello
basta arrancarle una pata en vivo y, sangrante todavía, restregarla por el
lugar afectado con la seguridad de sus efectos. Pero también es bueno coger un
sapo vivo y freírlo en aceite; el líquido resultante de la fritura es un
remedio infalible.
Contra la tiña se unta la cabeza del
enfermo con tocino de cerdo y luego se espolvorea con las cenizas de un sapo
secadas al horno. Las verrugas se eliminan frotándolas con la panza de un sapo
vivo que es ensartado luego en una caña hasta secarse. Para el dolor de muelas
se cree que colocando un sapo atado con un pañuelo de panza contra la mejilla
se calma el dolor. Esta creencia tiene su origen en la Edad Media y fue
exportada al continente americano por los conquistadores. La creencia tiene su
base científica pues la piel del sapo, y en especial la del abdomen, segrega
una sustancia de fórmula semejante a la adrenalina y noradrenalina que son
vasoconstrictoras; por eso al agarrar un sapo parece frío debido a la
vasoconstricción que produce. Colocado el sapo en la mejilla, sobre la zona
afectada, se absorbe la sustancia simpática mimética a través de la piel de la
cara y produce vasoconstricción, reduciendo el edema que comprime el nervio, que
es lo que produce el dolor.
Cuando los senegaleses recorren las
regiones de su país donde el sol abrasa, utilizan el sapo como refrigerante
colocado sobre la cabeza. Conocedores de tal recurso, ya los médicos antiguos
lo empleaban del mismo modo, contra las jaquecas.
La aplicación del sapo dentro de la
medicina supersticiosa es vasta. Los huevos de sapo, ingeridos en una especie
de caldo, sirven para combatir las colitis y toda clase de desarreglos
intestinales. En Entre Ríos se bebe una disolución de cascaras de huevos de
sapo, previamente secas y pulverizadas, para curar la disentería. Pero según
Ambrosetti tales huevos son en realidad de un caracol del género Ampullaria muy
común en agua dulce y lo chocante es que el efecto curativo se atribuye al
sapo.
El sapo ha sido ajeno a toda suerte de
infundios y, si su cuerpo en el campo de la hechicería ha servido para mil
maleficios, sus costumbres y hábitos de vida lo han llevado al folklore de
todos los pueblos, pero es en el terreno de la medicina y de la veterinaria donde
ha ganado la gloria de recorrer todas las etapas de la cultura humana. Pocos
médicos lograron sustraerse al encanto del sapo como material capaz de aliviar
los dolores humanos.
Muchos ritos de protección preventiva
del ganado han llegado hasta nuestros tiempos. Costumbre generalizada en toda
Guipúzcoa para evitar que los animales tuviesen verrugas era encerrar un sapo
vivo en una lata vacía, colgándolo del techo de la cuadra.
En 1986, el médico y bioquímico M.
Zasloff observó que las ranas de uñas africanas casi nunca padecían infecciones,
ni siquiera cuando los investigadores las sometían a operaciones quirúrgicas y
luego las devolvían al agua turbia repleta de bacterias. Dos meses después de
esta observación, descubrió que la piel de las ranas segrega una familia de
antibióticos a los que llamó megaininas y que las protege de las infecciones.
El descubrimiento es importante porque las bacterias, que son responsables de
las enfermedades y de la muerte en el hombre, son cada vez más resistentes a
los antibióticos. La mayoría de los sapos segregan fluidos defensivos y muchos
de éstos tienen propiedades antibióticas. Esta es la razón por la que los
curanderos chinos han tratado heridas, como irritaciones y mordeduras de perro,
con secreciones de sapos, que a veces se obtienen rodeando a los batracios con
espejos para que se asusten.
A pesar de los avances científicos,
este anfibio ha sido víctima de injustas creencias por parte de las personas
supersticiosas, que implacablemente lo rechazan por inspirarles horror su
fealdad. Amén de atribuirles cualidades siniestras que no poseen, como una baba
ponzoñosa, una orina corrosiva, una mordedura peligrosa u otros anatemas de
este tipo, que sólo hallan refugio en su ignorancia, llevando su hostilidad
hasta el extremo de perseguirlos.
Si en el árbol genealógico de la
evolución de las especies constituye el grupo filético más primitivo de los
vertebrados superiores, en el de la superstición y la leyenda su antigüedad
corre pareja y es que el hombre, frente a la característica fealdad del sapo,
sintió temor hacia el animal. En su mentalidad primitiva halló en la adoración
y el respeto una manera de conjurar sus poderes sobrenaturales, de forma que en
el transcurso de los siglos devino en persecución tenaz, que esperemos la
ciencia consiga poner fin.
M.
Félix de San Andrés
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