viernes, 10 de noviembre de 2017

ANIMALES MALDITOS: EL SAPO (I)

“De pronto divisó el enorme sapo nadando entre las espadañas. Nadaba despacio, sin alborotar el agua, con los ojos abultados, fríos e indiferentes, en un punto fijo”
(M. Delibes, El hereje)
El sapo era habitual en los rituales de brujería
La presencia innoble de este inofensivo batracio, con su aspecto chato, pustuloso, de ojos desorbitados, mirada inexpresiva y presencia desagradable ha despertado de antiguo en el pueblo ideas de terror, engendro diabólico y repulsión. Sobre su lomo rugoso lleva la pesada carga de mil concepciones animistas, y sus dorados ojos transparentan aún el misterio de civilizaciones extinguidas. En la historia de los pueblos, el sapo se debate en una lucha cruenta y despareja. Logra sobrevivir y goza así de un triunfo al ver impuesta la razón sobre el prejuicio y el oscurantismo. De animal perseguido, vuélvese amigo del hombre, de ser execrado, halla refugio en la casa de quien siempre lo miró con asco y paga con exceso lo que juzga una deuda de gratitud. Se brinda a la ciencia otorgándole la maravilla de su cuerpo para que sirva de alivio a sus propios perseguidores. A la par que puebla sus campos y jardines en labor silenciosa y productiva, se entrega a la defensa de sus cosechas, hallando su alimento en todo cuanto es perjudicial para las simientes.
Siervos del diablo y cómplices de las brujas. El poeta latino Horacio describe en el Epodo V (núm. 6) una escena de magia negra en la que la bruja Canidia elabora un filtro amoroso con las vísceras secas de un niño al que hace morir lentamente, higueras salvajes arrancadas de tumbas, cipreses fúnebres, huevos y plumas de un búho embadurnadas con sangre de un horroroso sapo. Esta macabra historia alimentó la mala reputación de este animal entre los romanos.
Dios, en su magnanimidad, creó todo lo que existe y todo lo bello fue creado por él. La fealdad no podía ser obra de su mano que resumía la perfección. De ahí que lo supuestamente repugnante, lo abyecto, se atribuyera siempre al diablo. Seres horripilantes y deformes fueron contrapuestos a los de origen divino, y si el murciélago resulta la paloma de Satán, el sapo continuó siendo la gallina del diablo. Dentro de la tradición cristiana, el sapo -criatura presuntamente maligna- no podía ser otra cosa que obra del diablo.
El sapo forma parte de los rituales brujeriles, y en las misas negras ocupa el lugar de la hostia, siendo también troceado. A menudo los demonios familiares acompañaban a las brujas en forma de sapos y es tradición que a las personas que acudían tres veces a un aquelarre o reunión sabática para satisfacer sus instintos más bajos les quedaba ya para siempre una señal en forma de sapo en lo blanco del ojo o en un repliegue de las orejas.
Los brujos novicios y los aspirantes que aún no han llegado a la edad de la discreción, es decir, a los nueve años, renegaban de su fe cristiana y rendían pleitesía al diablo, besándole en señal de acatamiento en las partes vergonzosas y debajo de la cola en los aquelarres. En estas asambleas, los brujos y brujas saltaban sobre un fuego que no les quemaba y copulaban con Satanás y entre sí, mientras los niños se ocupaban en cuidar un gran grupo de sapos con mucho respeto y veneración a la orilla de una ciénaga.
Aparte de metamorfosearse en diferentes animales, los brujos se servían de sapos vestidos, cuyos excrementos valían para hacer ungüentos voladores o para fabricar sustancias maléficas. También podían dañar a los animales domésticos, estropear las cosechas y producir tormentas, entre otras desgracias.
San Cipriano en el libro de su historia como hechicero dice que el sapo tiene una gran fuerza mágica invencible desde el momento en que es la comida que Lucifer da a las almas que están en el infierno. Por esta razón pueden hacerse con el sapo los encantos y hechizos que se recogen en diversos tratados de magia popular, alguno de los cuales y como ejemplo, reproducimos:
Hechizo del sapo para hacerse amar contra la voluntad de las personas y para hacer casamientos: Tómese un objeto del enamorado/a y átese envuelto en la barriga del sapo, y después de realizada esta operación, átense las patas del sapo con una cinta roja, metiéndolo dentro de una olla con tierra mezclada con alguna leche de vaca. Después de practicadas todas estas operaciones, díganse las palabras que apuntamos a continuación, teniendo cuidado de colocar el rostro en la boca de la olla: “Fulano (nombre de la persona), así como tengo este sapo preso dentro de esta olla sin que vea el sol ni la luna, así tú no veas mujer alguna. Sólo habrás de fijar tu pensamiento en mí, y así como este sapo tiene las piernas amarradas, así se aprisionen las tuyas y no puedas dirigirlas sino hacia mi casa; y así como este sapo vive dentro de esta olla consumido y mortificado, así vivirás tú mientras conmigo no te casares o unieres”. Dichas estas palabras, se tapa la olla para que el sapo no vea la claridad del día; después, cuando hayáis conseguido vuestro deseo, soltad el sapo, quitadle el objeto que rodeasteis a su barriga sin hacerle daño, y cuidadle bien, teniendo entendido que la persona sufriría las mismas molestias que el sapo.
Para hacer y deshacer un mal hechizo: Tómese un sapo negro y cósasele la boca con seda negra. Después átense, uno por uno, los dedos del sapo con hebras de lana negra y, formando una figura como de dos paracaídas y tomando la hebra principal de lana, cuélguesele en la chimenea de modo que el sapo quede con la barriga hacia arriba. A las doce en punto de la noche llámese a Lucifer a cada una de las campanadas del reloj, y después, dando vueltas al sapo, díganse las siguientes palabras: “Bicho inmundo, por el poder del diablo, a quien vendí mi cuerpo y no mi espíritu, mándote que no dejes gozar de una sombra de felicidad sobre la tierra a (nombre de la persona). Su salud la coloco dentro de la boca de este sapo y así como él ha de morir, así muera también (nombre de la persona) a quien conjuro tres veces en el nombre del diablo”. A la mañana siguiente métase el sapo en una olla de barro y tápese herméticamente.
Para deshacer los efectos de este hechizo, suponiendo que la persona sufriera demasiado como consecuencia del hechizo, sáquese el sapo de la olla y désele a beber leche fresca de vaca por espacio de siete días, después de haberle descosido la boca.
Creencia semejante hunde sus raíces en el más rancio paganismo y tiene su manifestación en las mujeres del Alto Duero y de Tras-os-Montes (Portugal) que, para vengarse de los pretendientes que no les corresponden o de las personas a las que tengan antipatía, capturan un sapo, le cosen los ojos con hilo de color rojo o amarillo y lo meten en una olla de barro donde previamente echaron algún aceite. La persona odiada o por la que sienten aversión comenzará a enfermar y a adelgazar poco a poco conforme el sapo hechizado va sufriendo el efecto. En el acto de coser se profiere un conjuro mágico. Para romper el hechizo se mete en la boca de un sapo un trozo de pan mordido por esa persona y se clavan alfileres en la cabeza del mismo sapo. En esta operaciones intervienen curanderas, bendecidoras u otras profesionales de la mitología popular.
En el folklore cubano se recoge una variante para causar la muerte a una persona. Consiste en coser la boca del sapo después de introducir un papel con el nombre de la persona y sal; luego se amarra el animal con un pedazo de pañuelo del que se pretende matar encerrándolo en una vasija y pronunciando un conjuro mágico que anuncia la muerte de la persona al morir el sapo.
El veneno del sapo corredor (Bufo calamita) puede provocar vómitos, parálisis e incluso la muerte. Así que no es extraño que estos anfibios se convirtieran en elementos esenciales en los hechizos de los brujos y de sus pócimas. La consideración de animal venenoso no es una invención de la credulidad popular. En particular, el sapo común (Bufo bufo) posee sobre el dorso unas glándulas que segregan un líquido, la temida bufotenina, un alcaloide que se encuentra en ciertos hongos como la matamoscas (Amanita muscaria). Esta sustancia es capaz de provocar trastornos alucinatorios y ésta es, sin duda, la razón del papel preponderante del sapo en los asuntos de brujería. Las alucinaciones provocadas por la absorción de mixturas en cuya composición entraba una buena parte de carne de sapo eran lo que podían llevar a las brujas a los sabbat.
Los valdenses de Arras (siglo XII) durante la celebración de la misa negra distribuían en la Eucaristía sapos que servían para confeccionar polvos maléficos. De esta forma los brujos volvían los campos estériles, hacían morir a los hombres y a los animales o provocaban las tormentas y expandían epidemias.
El sapo aprisionado vivo en bronce fundido era una práctica utilizada en los ritos satánicos polacos. La mayoría de los herejes quemados hacia el año 1200 por Conrado de Marburgo -gran inquisidor alemán, asesinado por los secuaces de una secta luciferina- habían confesado el culto del sapo.
No resulta difícil que un animal de presencia tan poco atractiva, en la Edad Media, fuese elegido por brujos y hechiceros para sus maléficas transformaciones, de lo cual queda todavía huella en el folklore contemporáneo. En la época donde se realizó tanto proceso, a los que pretendían tener trato con el diablo, los jueces que escribían para guiar a sus colegas le señalaban entre las presunciones de culpabilidad la posesión de algunos animales. Bodin aconseja no vacilar en perseguir si se encuentra al que está acusado de practicar la brujería en posesión de sapos o lagartos. En el siglo XVII se decía en Bearn que cada bruja tenía un sapo en un escondite, que acudía cuando ella le llamaba por su nombre y que era una garantía que el demonio le había dado; una historia de la misma región habla de un gran sapo que una bruja escondía en la cabecera de su cama, bajo un paquete de ropas.
Los batracios entran en la composición de brebajes mágicos y talismanes. Las brujas de Bearn se servían de los sapos para preparar filtros con el fin de pervertir a las jóvenes. Gregorio de Toulouse cuenta que un obispo de la diócesis de Soissons deseoso de vengarse de sus adversarios junto con una bruja -quemada en 1640- bautizó un sapo con el nombre de Juan y le hizo comer una hostia; acto seguido ella desgarró el animal en trozos y compuso un veneno que dio este obispo a sus enemigos que murieron miserablemente.

La creencia de que los humanos pueden transformarse en animales es muy antigua. Se creía que esta habilidad estaba reservada a las brujas especialmente leales y que era una especie de recompensa del diablo. En Inglaterra H. Robbins cita la obra The Devil’s Desulion (1649), donde se recoge el acta de un juicio en que se asegura que John Palmer, ejecutado el 16 de julio de 1649, confesó que “tras reñir con un joven se transformó en sapo y que como se encontraba en un sitio por el que tenía que pasar dicho hombre, éste le dio una patada; inmediatamente, Palmer se quejó de que le dolía la espinilla y hechizó al joven durante muchos años, causándole gran aflicción”.
Marcel Félix de San Andrés

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