“De pronto divisó el enorme sapo nadando
entre las espadañas. Nadaba despacio, sin alborotar el agua, con los ojos
abultados, fríos e indiferentes, en un punto fijo”
(M.
Delibes, El hereje)
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El sapo era habitual en los rituales de brujería |
La presencia innoble de este inofensivo
batracio, con su aspecto chato, pustuloso, de ojos desorbitados, mirada
inexpresiva y presencia desagradable ha despertado de antiguo en el pueblo
ideas de terror, engendro diabólico y repulsión. Sobre su lomo rugoso lleva la
pesada carga de mil concepciones animistas, y sus dorados ojos transparentan
aún el misterio de civilizaciones extinguidas. En la historia de los pueblos,
el sapo se debate en una lucha cruenta y despareja. Logra sobrevivir y goza así
de un triunfo al ver impuesta la razón sobre el prejuicio y el oscurantismo. De
animal perseguido, vuélvese amigo del hombre, de ser execrado, halla refugio en
la casa de quien siempre lo miró con asco y paga con exceso lo que juzga una
deuda de gratitud. Se brinda a la ciencia otorgándole la maravilla de su cuerpo
para que sirva de alivio a sus propios perseguidores. A la par que puebla sus
campos y jardines en labor silenciosa y productiva, se entrega a la defensa de
sus cosechas, hallando su alimento en todo cuanto es perjudicial para las simientes.
Siervos del diablo y cómplices de las brujas. El poeta latino
Horacio describe en el Epodo V (núm. 6) una escena de magia negra en la que la
bruja Canidia elabora un filtro amoroso con las vísceras secas de un niño al
que hace morir lentamente, higueras salvajes arrancadas de tumbas, cipreses
fúnebres, huevos y plumas de un búho embadurnadas con sangre de un horroroso
sapo. Esta macabra historia alimentó la mala reputación de este animal entre
los romanos.
Dios, en su magnanimidad, creó todo lo
que existe y todo lo bello fue creado por él. La fealdad no podía ser obra de
su mano que resumía la perfección. De ahí que lo supuestamente repugnante, lo
abyecto, se atribuyera siempre al diablo. Seres horripilantes y deformes fueron
contrapuestos a los de origen divino, y si el murciélago resulta la paloma de
Satán, el sapo continuó siendo la gallina del diablo. Dentro de la tradición
cristiana, el sapo -criatura presuntamente maligna- no podía ser otra cosa que
obra del diablo.
El sapo forma parte de los rituales
brujeriles, y en las misas negras ocupa el lugar de la hostia, siendo también
troceado. A menudo los demonios familiares acompañaban a las brujas en forma de
sapos y es tradición que a las personas que acudían tres veces a un aquelarre o
reunión sabática para satisfacer sus instintos más bajos les quedaba ya para
siempre una señal en forma de sapo en lo blanco del ojo o en un repliegue de
las orejas.
Los brujos novicios y los aspirantes
que aún no han llegado a la edad de la discreción, es decir, a los nueve años,
renegaban de su fe cristiana y rendían pleitesía al diablo, besándole en señal
de acatamiento en las partes vergonzosas y debajo de la cola en los aquelarres.
En estas asambleas, los brujos y brujas saltaban sobre un fuego que no les
quemaba y copulaban con Satanás y entre sí, mientras los niños se ocupaban en
cuidar un gran grupo de sapos con mucho respeto y veneración a la orilla de una
ciénaga.
Aparte de metamorfosearse en
diferentes animales, los brujos se servían de sapos vestidos, cuyos excrementos
valían para hacer ungüentos voladores o para fabricar sustancias maléficas. También
podían dañar a los animales domésticos, estropear las cosechas y producir
tormentas, entre otras desgracias.
San Cipriano en el libro de su
historia como hechicero dice que el sapo tiene una gran fuerza mágica
invencible desde el momento en que es la comida que Lucifer da a las almas que
están en el infierno. Por esta razón pueden hacerse con el sapo los encantos y
hechizos que se recogen en diversos tratados de magia popular, alguno de los
cuales y como ejemplo, reproducimos:
Hechizo del sapo para hacerse amar contra la
voluntad de las personas y para hacer casamientos: Tómese un objeto
del enamorado/a y átese envuelto en la barriga del sapo, y después de realizada
esta operación, átense las patas del sapo con una cinta roja, metiéndolo dentro
de una olla con tierra mezclada con alguna leche de vaca. Después de
practicadas todas estas operaciones, díganse las palabras que apuntamos a
continuación, teniendo cuidado de colocar el rostro en la boca de la olla: “Fulano (nombre de la persona), así como
tengo este sapo preso dentro de esta olla sin que vea el sol ni la luna, así tú
no veas mujer alguna. Sólo habrás de fijar tu pensamiento en mí, y así como este
sapo tiene las piernas amarradas, así se aprisionen las tuyas y no puedas
dirigirlas sino hacia mi casa; y así como este sapo vive dentro de esta olla
consumido y mortificado, así vivirás tú mientras conmigo no te casares o
unieres”. Dichas estas palabras, se tapa la olla para que el sapo no vea la
claridad del día; después, cuando hayáis conseguido vuestro deseo, soltad el
sapo, quitadle el objeto que rodeasteis a su barriga sin hacerle daño, y
cuidadle bien, teniendo entendido que la persona sufriría las mismas molestias
que el sapo.
Para hacer y deshacer un mal hechizo: Tómese un sapo
negro y cósasele la boca con seda negra. Después átense, uno por uno, los dedos
del sapo con hebras de lana negra y, formando una figura como de dos paracaídas
y tomando la hebra principal de lana, cuélguesele en la chimenea de modo que el
sapo quede con la barriga hacia arriba. A las doce en punto de la noche llámese
a Lucifer a cada una de las campanadas del reloj, y después, dando vueltas al
sapo, díganse las siguientes palabras: “Bicho
inmundo, por el poder del diablo, a quien vendí mi cuerpo y no mi espíritu, mándote
que no dejes gozar de una sombra de felicidad sobre la tierra a (nombre de la
persona). Su salud la coloco dentro de la boca de este sapo y así como él ha de
morir, así muera también (nombre de la persona) a quien conjuro tres veces en
el nombre del diablo”. A la mañana siguiente métase el sapo en una olla de
barro y tápese herméticamente.
Para deshacer los efectos de este
hechizo, suponiendo que la persona sufriera demasiado como consecuencia del
hechizo, sáquese el sapo de la olla y désele a beber leche fresca de vaca por
espacio de siete días, después de haberle descosido la boca.
Creencia semejante hunde sus raíces en
el más rancio paganismo y tiene su manifestación en las mujeres del Alto Duero
y de Tras-os-Montes (Portugal) que, para vengarse de los pretendientes que no
les corresponden o de las personas a las que tengan antipatía, capturan un
sapo, le cosen los ojos con hilo de color rojo o amarillo y lo meten en una
olla de barro donde previamente echaron algún aceite. La persona odiada o por
la que sienten aversión comenzará a enfermar y a adelgazar poco a poco conforme
el sapo hechizado va sufriendo el efecto. En el acto de coser se profiere un conjuro
mágico. Para romper el hechizo se mete en la boca de un sapo un trozo de pan
mordido por esa persona y se clavan alfileres en la cabeza del mismo sapo. En
esta operaciones intervienen curanderas, bendecidoras u otras profesionales de
la mitología popular.
En el folklore cubano se recoge una
variante para causar la muerte a una persona. Consiste en coser la boca del
sapo después de introducir un papel con el nombre de la persona y sal; luego se
amarra el animal con un pedazo de pañuelo del que se pretende matar
encerrándolo en una vasija y pronunciando un conjuro mágico que anuncia la
muerte de la persona al morir el sapo.
El veneno del sapo corredor (Bufo
calamita) puede provocar vómitos, parálisis e incluso la muerte. Así que no es
extraño que estos anfibios se convirtieran en elementos esenciales en los
hechizos de los brujos y de sus pócimas. La consideración de animal venenoso no
es una invención de la credulidad popular. En particular, el sapo común (Bufo
bufo) posee sobre el dorso unas glándulas que segregan un líquido, la temida
bufotenina, un alcaloide que se encuentra en ciertos hongos como la matamoscas
(Amanita muscaria). Esta sustancia es capaz de provocar trastornos
alucinatorios y ésta es, sin duda, la razón del papel preponderante del sapo en
los asuntos de brujería. Las alucinaciones provocadas por la absorción de
mixturas en cuya composición entraba una buena parte de carne de sapo eran lo
que podían llevar a las brujas a los sabbat.
Los valdenses de Arras (siglo XII)
durante la celebración de la misa negra distribuían en la Eucaristía sapos que
servían para confeccionar polvos maléficos. De esta forma los brujos volvían
los campos estériles, hacían morir a los hombres y a los animales o provocaban
las tormentas y expandían epidemias.
El sapo aprisionado vivo en bronce
fundido era una práctica utilizada en los ritos satánicos polacos. La mayoría
de los herejes quemados hacia el año 1200 por Conrado de Marburgo -gran
inquisidor alemán, asesinado por los secuaces de una secta luciferina- habían
confesado el culto del sapo.
No resulta difícil que un animal de
presencia tan poco atractiva, en la Edad Media, fuese elegido por brujos y
hechiceros para sus maléficas transformaciones, de lo cual queda todavía huella
en el folklore contemporáneo. En la época donde se realizó tanto proceso, a los
que pretendían tener trato con el diablo, los jueces que escribían para guiar a
sus colegas le señalaban entre las presunciones de culpabilidad la posesión de
algunos animales. Bodin aconseja no vacilar en perseguir si se encuentra al que
está acusado de practicar la brujería en posesión de sapos o lagartos. En el
siglo XVII se decía en Bearn que cada bruja tenía un sapo en un escondite, que
acudía cuando ella le llamaba por su nombre y que era una garantía que el
demonio le había dado; una historia de la misma región habla de un gran sapo
que una bruja escondía en la cabecera de su cama, bajo un paquete de ropas.
Los batracios entran en la composición
de brebajes mágicos y talismanes. Las brujas de Bearn se servían de los sapos
para preparar filtros con el fin de pervertir a las jóvenes. Gregorio de
Toulouse cuenta que un obispo de la diócesis de Soissons deseoso de vengarse de
sus adversarios junto con una bruja -quemada en 1640- bautizó un sapo con el
nombre de Juan y le hizo comer una hostia; acto seguido ella desgarró el animal
en trozos y compuso un veneno que dio este obispo a sus enemigos que murieron
miserablemente.
La creencia de que los humanos pueden
transformarse en animales es muy antigua. Se creía que esta habilidad estaba
reservada a las brujas especialmente leales y que era una especie de recompensa
del diablo. En Inglaterra H. Robbins cita la obra The Devil’s Desulion (1649),
donde se recoge el acta de un juicio en que se asegura que John Palmer,
ejecutado el 16 de julio de 1649, confesó que “tras reñir con un joven se transformó en sapo y que como se encontraba
en un sitio por el que tenía que pasar dicho hombre, éste le dio una patada;
inmediatamente, Palmer se quejó de que le dolía la espinilla y hechizó al joven
durante muchos años, causándole gran aflicción”.
Marcel Félix de San Andrés
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