El Hombre del Saco. Marcel Félix |
Son múltiples los asustaniños de nuestra infancia,
personajes ideados por los mayores con el fin de atemorizarnos y conseguir
nuestra obediencia. A veces el mito fue realidad antes que mito y sirvió para
inspirar los personajes locales. En La Mancha, al igual que en el resto de
España, la lista es suficientemente larga por lo que nos centramos en los más conocidos.
EL HOMBRE DEL SACO. Es un Coco muy extendido en España. En
asturiano, Home del Sacu; en valenciano, Home del Sac. La versión murciana es
el Tío Saín, Tío del Saco o el Tío Garrampón, estas dos últimas menos
frecuentes. Atraían a las criaturas, bien con suave música, bien con su
teatrillo ambulante o con cualquier otro medio de distracción. Cuando el pequeño
se dejaba convencer y le acompañaba, el malvado lo conducía a un lugar oscuro y
apartado donde le retorcía el cuello. Entonces introducía el cuerpo del pequeño
en el saco y se lo llevaba.
Era muy fácil para los adultos hacer creer a los niños en
este personaje ya que raro era el pueblo por el que no pasaban, de vez en
cuando, forasteros cargados con algún fardo. Quizás por eso, por ser diferentes
en cada pueblo, no hay unas características concretas y definidas de este
personaje y lo único común es el saco en el que se llevaba a los niños desobedientes.
El Hombre del Saco o Viejo del Saco es un mito popular aún presente en alguno
de nuestros pueblos.
Se le representa como un hombre que vaga por las calles, cuando
ya ha anochecido, en busca de niños extraviados para llevárselos en un gran
saco a un lugar desconocido. Es similar al Coco e identificable con el
Sacamantecas, ya que tiene el mismo origen, y se utiliza como argumento para
asustar a los niños pequeños y convencerlos de regresar a casa a una hora temprana.
En La Mancha tiene “aspecto huraño, con un saco a las
costillas donde iba metiendo niños”, “tío malo, que a menudo decía ¡qué te meto
en el saco! venía comprando pieles y pellejos”, “hombre de mal aspecto,
corpulento, que era capaz de meter a los niños en un saco y llevarlos de pueblo
en pueblo”. Otra descripción dice que era un hombre de aspecto muy huraño, que
llevaba un saco colgando donde metía a los niños que iba encontrando. En Soria
hay una canción que hace referencia a este personaje:
“Antón, Antón, no
pierdas el son,
porque en La Alameda
dicen que hay un
hombrón, con un camisón
que a los niños lleva”.
Un informante de Alamillo afirma: “… lo imaginaba como un
hombre muy alto, de mediana edad, calvo, de mirada aterradora, fornido, que
llevaba un gran saco al hombro, y en las noches frías se llevaban a los niños
que se portaban mal”.
“Cómetelo todo o vendrá el Hombre del Saco”. Son
incontables las ocasiones en que habré escuchado esta frase por boca de mi
madre. Fui un niño de “poco comer y de mucho imaginar”, al que se consideraba
propenso a la locura (te volverás loco como Guerrero, me decían) por mi afición
a la lectura.
Carmelo Sánchez es originario de Andújar pero pasó toda
su infancia en una gran finca próxima a Fuencaliente. Sus padres le advertían
que “no se acercara a extraños porque se lo llevarían en un saco para
comérselo”.
Carlos Villar Esparza, recuerda una rara singularidad
sobre este personaje en Cózar. Allí, de este individuo diabólico se contaba
que, “iba recorriendo los pueblos metiendo a los niños en el saco, pero en este
caso, los desdichados zagales que eran metidos en él, desaparecían. Se volvían
invisibles… y se convertían en duendes. ¡Ah!… y el saco jamás se llenaba, por muchos
niños que el peligroso personaje introdujera dentro”.
En Cataluña adopta formas particulares como la del
Caçamentides. Se contaba que cuando las mentiras salían de la boca, adoptaban
la forma de un pajarillo. Al encontrarlo el cazador de mentiras se iba con él a
buscar al mentiroso, al que cogía con sus dedos metálicos y lo metía en el
saco. Cuando tenía suficientes se los comía, ya que necesitaba engullir siete docenas
diarias.
LEYENDA DEL HOMBRE DEL SACO. Tiene su base en un crimen
cometido en 1910, en Gádor, un pueblo de Almería.
Francisco Ortega el Moruno estaba gravemente enfermo de tuberculosis
y buscaba desesperadamente una cura. Acudió a una curandera, Agustina
Rodríguez, quien al ver el caso lo mandó a Francisco Leona, barbero y curandero
que tenía antecedentes criminales.
Leona le pidió tres mil reales a cambio de la cura y le
reveló el remedio: tenía que beber la sangre recién extraída de un niño sano y
ponerse en el pecho emplastos de sus mantecas aún calientes. Le prometió que de
esa forma sanaría enseguida.
Leona, además, se ofreció a buscar al niño y tras
ofrecerle dinero a varios campesinos a cambio de sus hijos de manera
infructuosa, salió junto con el hijo de Agustina, Julio Hernández el tonto, en
busca de algún niño extraviado.
En la tarde del 28 de junio de 1910 secuestraron a
Bernardo González Parra, de siete años, que se había despistado mientras jugaba
con sus amigos y se había separado de ellos. Leona y Julio lo durmieron con
cloroformo, lo metieron en un saco y lo llevaron al cortijo de Ardoz, aislado
del pueblo, que Agustina había puesto a disposición del enfermo. Otro hijo de
Agustina, José, fue a avisar a Ortega, mientras en la casa se quedaba su mujer,
Elena, preparando tranquilamente la cena.
Una vez que todo el mundo estuvo en la casa, sacaron a
Bernardo del saco, despierto pero aturdido, y le realizaron un corte en la
axila para sacarle sangre, que recogieron en un vaso. Mezclada con azúcar,
Ortega se bebió la sangre antes de que se enfriara. Mientras, Julio mató al
pequeño golpeándole la cabeza con una gran piedra. Leona abrió el vientre del
niño y le extrajo la grasa y el epiplón, y lo envolvió todo en un pañuelo que
puso sobre el pecho de Ortega. Una vez terminado el ritual, ocultaron el cuerpo
en un lugar conocido como Las Pocicas, en una grieta en la tierra, y lo taparon
con hierbas y piedras.
Al realizar el reparto de dinero, Leona intenta engañar a
Julio y no le paga las cincuenta pesetas que le prometió por el asesinato. Éste
decide vengarse y le cuenta a la Guardia Civil que ha encontrado el cuerpo de
un niño por casualidad mientras cazaba liebres. Detuvieron a Leona por tener
antecedentes, que a su vez culpó a Julio, aunque al principio había declarado que
solo presenció el crimen desde unos matorrales. Al final los dos hombres
confesaron.
La Guardia Civil detuvo a todas las personas implicadas
en el asesinato del pequeño Bernardo. Leona fue condenado a garrote vil pero
murió en la cárcel. Ortega y Agustina fueron también condenados a la pena
máxima y ejecutados. José fue condenado a 17 años de cárcel y su mujer, Elena,
fue absuelta. Julio el tonto fue condenado.
Marcel Félix Sánchez
Comentarios
Publicar un comentario