lunes, 3 de abril de 2017

COCOS Y ASUSTANIÑOS MASCULINOS 1: EL HOMBRE DEL SACO

El Hombre del Saco. Marcel Félix
Son múltiples los asustaniños de nuestra infancia, personajes ideados por los mayores con el fin de atemorizarnos y conseguir nuestra obediencia. A veces el mito fue realidad antes que mito y sirvió para inspirar los personajes locales. En La Mancha, al igual que en el resto de España, la lista es suficientemente larga por lo que nos centramos en los más conocidos.
EL HOMBRE DEL SACO. Es un Coco muy extendido en España. En asturiano, Home del Sacu; en valenciano, Home del Sac. La versión murciana es el Tío Saín, Tío del Saco o el Tío Garrampón, estas dos últimas menos frecuentes. Atraían a las criaturas, bien con suave música, bien con su teatrillo ambulante o con cualquier otro medio de distracción. Cuando el pequeño se dejaba convencer y le acompañaba, el malvado lo conducía a un lugar oscuro y apartado donde le retorcía el cuello. Entonces introducía el cuerpo del pequeño en el saco y se lo llevaba.
Era muy fácil para los adultos hacer creer a los niños en este personaje ya que raro era el pueblo por el que no pasaban, de vez en cuando, forasteros cargados con algún fardo. Quizás por eso, por ser diferentes en cada pueblo, no hay unas características concretas y definidas de este personaje y lo único común es el saco en el que se llevaba a los niños desobedientes. El Hombre del Saco o Viejo del Saco es un mito popular aún presente en alguno de nuestros pueblos.
Se le representa como un hombre que vaga por las calles, cuando ya ha anochecido, en busca de niños extraviados para llevárselos en un gran saco a un lugar desconocido. Es similar al Coco e identificable con el Sacamantecas, ya que tiene el mismo origen, y se utiliza como argumento para asustar a los niños pequeños y convencerlos de regresar a casa a una hora temprana.
En La Mancha tiene “aspecto huraño, con un saco a las costillas donde iba metiendo niños”, “tío malo, que a menudo decía ¡qué te meto en el saco! venía comprando pieles y pellejos”, “hombre de mal aspecto, corpulento, que era capaz de meter a los niños en un saco y llevarlos de pueblo en pueblo”. Otra descripción dice que era un hombre de aspecto muy huraño, que llevaba un saco colgando donde metía a los niños que iba encontrando. En Soria hay una canción que hace referencia a este personaje:
“Antón, Antón, no pierdas el son,
porque en La Alameda
dicen que hay un hombrón, con un camisón
que a los niños lleva”.
Un informante de Alamillo afirma: “… lo imaginaba como un hombre muy alto, de mediana edad, calvo, de mirada aterradora, fornido, que llevaba un gran saco al hombro, y en las noches frías se llevaban a los niños que se portaban mal”.
“Cómetelo todo o vendrá el Hombre del Saco”. Son incontables las ocasiones en que habré escuchado esta frase por boca de mi madre. Fui un niño de “poco comer y de mucho imaginar”, al que se consideraba propenso a la locura (te volverás loco como Guerrero, me decían) por mi afición a la lectura.
Carmelo Sánchez es originario de Andújar pero pasó toda su infancia en una gran finca próxima a Fuencaliente. Sus padres le advertían que “no se acercara a extraños porque se lo llevarían en un saco para comérselo”.
Carlos Villar Esparza, recuerda una rara singularidad sobre este personaje en Cózar. Allí, de este individuo diabólico se contaba que, “iba recorriendo los pueblos metiendo a los niños en el saco, pero en este caso, los desdichados zagales que eran metidos en él, desaparecían. Se volvían invisibles… y se convertían en duendes. ¡Ah!… y el saco jamás se llenaba, por muchos niños que el peligroso personaje introdujera dentro”.
En Cataluña adopta formas particulares como la del Caçamentides. Se contaba que cuando las mentiras salían de la boca, adoptaban la forma de un pajarillo. Al encontrarlo el cazador de mentiras se iba con él a buscar al mentiroso, al que cogía con sus dedos metálicos y lo metía en el saco. Cuando tenía suficientes se los comía, ya que necesitaba engullir siete docenas diarias.
LEYENDA DEL HOMBRE DEL SACO. Tiene su base en un crimen cometido en 1910, en Gádor, un pueblo de Almería.
Francisco Ortega el Moruno estaba gravemente enfermo de tuberculosis y buscaba desesperadamente una cura. Acudió a una curandera, Agustina Rodríguez, quien al ver el caso lo mandó a Francisco Leona, barbero y curandero que tenía antecedentes criminales.
Leona le pidió tres mil reales a cambio de la cura y le reveló el remedio: tenía que beber la sangre recién extraída de un niño sano y ponerse en el pecho emplastos de sus mantecas aún calientes. Le prometió que de esa forma sanaría enseguida.
Leona, además, se ofreció a buscar al niño y tras ofrecerle dinero a varios campesinos a cambio de sus hijos de manera infructuosa, salió junto con el hijo de Agustina, Julio Hernández el tonto, en busca de algún niño extraviado.
En la tarde del 28 de junio de 1910 secuestraron a Bernardo González Parra, de siete años, que se había despistado mientras jugaba con sus amigos y se había separado de ellos. Leona y Julio lo durmieron con cloroformo, lo metieron en un saco y lo llevaron al cortijo de Ardoz, aislado del pueblo, que Agustina había puesto a disposición del enfermo. Otro hijo de Agustina, José, fue a avisar a Ortega, mientras en la casa se quedaba su mujer, Elena, preparando tranquilamente la cena.
Una vez que todo el mundo estuvo en la casa, sacaron a Bernardo del saco, despierto pero aturdido, y le realizaron un corte en la axila para sacarle sangre, que recogieron en un vaso. Mezclada con azúcar, Ortega se bebió la sangre antes de que se enfriara. Mientras, Julio mató al pequeño golpeándole la cabeza con una gran piedra. Leona abrió el vientre del niño y le extrajo la grasa y el epiplón, y lo envolvió todo en un pañuelo que puso sobre el pecho de Ortega. Una vez terminado el ritual, ocultaron el cuerpo en un lugar conocido como Las Pocicas, en una grieta en la tierra, y lo taparon con hierbas y piedras.
Al realizar el reparto de dinero, Leona intenta engañar a Julio y no le paga las cincuenta pesetas que le prometió por el asesinato. Éste decide vengarse y le cuenta a la Guardia Civil que ha encontrado el cuerpo de un niño por casualidad mientras cazaba liebres. Detuvieron a Leona por tener antecedentes, que a su vez culpó a Julio, aunque al principio había declarado que solo presenció el crimen desde unos matorrales. Al final los dos hombres confesaron.

La Guardia Civil detuvo a todas las personas implicadas en el asesinato del pequeño Bernardo. Leona fue condenado a garrote vil pero murió en la cárcel. Ortega y Agustina fueron también condenados a la pena máxima y ejecutados. José fue condenado a 17 años de cárcel y su mujer, Elena, fue absuelta. Julio el tonto fue condenado.
Marcel Félix Sánchez

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