Según la tradición manchega son duendecillos diminutos que se deslizan con las motitas de polvo iluminadas por los rayos de sol al entrar por ventanas y puertas, vigilan el sueño de los niños y les acompañan cuando están solos. Suelen verlos los más pequeños, aunque dejan de hacerlo al crecer o cuando algún adulto les dice que tan solo se trata de motas de polvo.